Antonio Cruz Romero sigue inmerso en la noble tarea de acercar la poesía del norte de Europa a los lectores de este país sin ventura. En este caso se trata de Max Temmerman, nacido en Brasschaat, en la provincia de Amberes, a la que llaman la ciudad de los parques. La poesía de Tammerman, según nos informa el prólogo, “refleja la cotidianeidad de la vida, los sencillos elementos que determinan el día a día y, en definitiva, aquello que el poeta entiende que es lo más importante de la aparente fastuosidad que podría deslumbrar al resto de los mortales” (p. 7). No puedo valorar el acierto del traductor pues desconozco la lengua de origen, pero sí que puedo disfrutar del buen y poético castellano en el que están vertidos los versos. Dotado de un “enorme calado poético” (p. 7) el poeta está muy implicado en la situación de Bélgica, especialmente en la zona flamenca: “Bruselas sigue siendo la rotonda de la OTAN, ese amigo que se quedó atrás cuando su amor / lo abandonó y yo no hallé el camino /…/ Pero, ¿dónde queda el olor del verano? ¿La materia en el sol? / ¿Tomar aliento?” (Topografía).
En los poemas nos encontramos, a menudo, un punto de partida muy concreto a partir del cual puede desarrollarse un argumento, igualmente cotidiano pero cargado de sentido, o puede trascender hacia la reflexión: “Pienso en lo miserable que fue abril y lo atareado que estuvo junio. / En David Bowie, aquel otoño cuando las visitas al hospital / se convirtieron en una parte habitual de mis días. / Él cantaba «Wild is the wind», como un ritual barato” (David Bowie). Sin embargo, innegable que la versión de Bowie de ese clásico es de una gran belleza y emoción. Cuando decimos que lo cotidiano cobra especial relevancia, es porque se pueden adjuntar referencias variadas, desde la exactitud de “Este día no se me da bien” (Martes, 25 de agosto) hasta la escena narrada que, con pocos elementos, muestra toda una vida: “Tras una temporada o lo que fuese viniste. / La puerta se abrió y de repente estabas frente a mí mientras yo leía un libro. // Te pregunté cómo te había ido. / Tú preguntaste el título”.
Además de referencias a la actualidad social e incluso política (“Era una tarde de verano vacía. / Mientras navegaba me encontré en eBay con fotos de la Reina Astrid y el Rey Leopoldo. /…/ No hice ninguna oferta. / En mi país ser habitante es una vergüenza”, Limitadores; “El rencor de los europeos cuelga / aquí como un círculo bajo el agua / y ningún siglo le ha hecho frente / a compilación alguna de días”, Continental)), Max Temmerman describe un punto de vista subjetivo, orientando el foco hacia sí mismo, un tanto a la manera de Paul Ricoeur, el sí mismo como otro: “Así que has muerto. / Estos son los dedos, esta es mi mano. // Aún no están completamente muerto. / Pero no tardará mucho” (Max Temmerman). Se mantienen la memoria, aunque supongan recuerdos confusos: “Estoy caminando en la gran ciudad con mi padre. / Toma mi mano en la suya como en un sobre algodonado. / La distancia entre nuestras cabezas es grande /…/. Seguimos de por vida en busca de / Blauwtorenplein. // Donde la ciudad apesta a animales en cajas. / A pis en desagües y a nubes de la destilerías” (Niño). La propia figura del yo es abordada en varios poemas: “Yo, la fuerza antagonista y desgañitada para la que / todos los días inventaste nuevos nombres hasta hoy” (Animismo), o en el juanramoniano: “Este no soy yo. Esta no es mi voz, / esta no es mi galería. La mano / que llega hasta las plantas, no es la mía” (Argonauta I).
Max Temmerman analiza con mirada casi de sociólogo la comunidad que le rodea, pacientemente sitúa en la historia y la tradición y así describe una ciudad “donde la gente tenía más dinero en su bolsillo / de lo que era bueno para ellos” (Ciudad de piedra); “Nuestras casas están junto a los rectos caminos / pero por naturaleza nos dejamos dirigir / por desvíos como razonamientos circulares” (Local); “Sobrevivimos como triunfadores / el siglo veinte de granizo, / falta de espacio y glotonería” (Heraldo); “La opulencia está en nuestro acuerdo de gobierno /…/ Planteo esta pregunta / a los líderes de mi región: // ¿Tenemos suficientes catedrales? / ¿Hay una lápida para todos?” (Opulencia).
Las acotaciones temporales están bien marcadas y anclan los poemas a un momento concreto, a una palabra en el tiempo: “Nuestra vida juntos será más pura que una fórmula: / Nuestros días van a ser de oro y seguirán durando” (Días dorados); “Hoy es siempre octubre. / Y por uno se nos degrada / a hombre anciano, mujer anciana. // Esto es la edad, se dice. / Este mes tiene todo el tiempo / y se hace eco de los años // que como calderilla esparcíamos alrededor” (Octubre); “De todas las estaciones, la primavera / pone a punto lo más duro que nos queda. / Quien muere en abril, también sabe más que nadie / todo lo que pierde. Nubes negras // encuadran nuevos olores, el verde / que siempre parece emerger primero / de los árboles más consumidos. / Eso también le pasa a usted” (Lamento). Todo esto no quiere decir que el poeta pretenda situarse como un dispositivo captador de imágenes sin que éstas signifiquen más que la vida que sucede. No es un narrador, es un poeta que indaga la verdad de la vida y las minúsculas parcelas que caben en el verso se ramifican mucho más, simbolizan mucho más.
No es, sin embargo, una poesía simbolista en el sentido literal de la palabra, la actitud tiene mucho más que ver con la manera de apreciar el detalle relevante del paisaje humano y material. En el poema titulado Maestro Flamenco podemos apreciar bien a qué se refiere: “Esta será una pintura de un Maestro flamenco /…/ Más tarde cuelga en el MoMa a la altura de los ojos y con turistas / se tropieza entre ellos sorprendida. ¿Lo ves? ¿Lo ves? / Ese país todavía existe. Todavía no se ha hecho”. O en Leer las manos “Cada objeto imaginable / es un molde de nuestras manos. /…/ Quiero saber qué objeto / sobre el papel de tus palmas / están escritos como apócrifos”.
La emoción es otro de los elementos que sorprenden en la manera de cómo son ofrecidos, quizás sea consecuencia de la diferencia expresiva que sostiene la geografía: “Quien nos toca, nos conmueve. /…/ Quien está hecho de carne blanda se somete / y cede. Guardemos las distancias” (Contacto); “Por la noche se reúnen para evaluarnos. / De día nos abastecen lo que hacemos con comentarios / Opacos, cultos detrás de una pared de cristal. /…/ … pero si los animales se perdieran, // ¿quién se ocuparía entonces de las imágenes tras nuestros ojos? / Debemos seguir vigilándolos para que / como padres nos puedan despreciar” (Los animales).
Así, uniendo las dos vertientes de la perspectiva, afirma: “La vida humana es una confluencia / de circunstancias arremolinadas” (Argonauta II); y, concretamente, que “Cada persona es un recuerdo // y cada recuerdo / es un paisaje en un paisaje” (Futurismo). Se puede especificar en un individuo concreto, como la protagonista de Economía doméstica: “La vida para ella era un evangelio / que fue transmitido oralmente. / Cuando nadie miraba, se retiraba de sí misma. /…/ Puso todo en su lugar. / Le dio a todo un nombre. Como una santa protectora / estaba detrás de todo”. Alcanza, a menudo, la lucidez de la imagen sugerente, esa que parece la obvia pero que no había sido enunciada antes: “La superficie de la felicidad resulta / una oscurecida habitación llena de bombillas incandescentes” (Constelaciones de presencia); o la casi greguería: “El muérdago en los chopos de Normandía // demuestra que Dios mismo inventó el puntillismo” (Ascensión).
No son pocos los poemas comprometidos con la crítica, Amberes puede ser un especial foco de críticas: “He gastado muchos años de mi vida lleno de promesas / en la ciudad de agua sucia y profetas furiosos /…/ Nochebuena. Amberes inspira buenas intenciones / y exhala pecados” (Poemas antiverpienses); “Los diseñadores tuvieron arrendada la verdad durante años / que viví en una arteria. Creí que todo / se podía agilizar, las sillas en las que nos sentamos, el nicado / de calles y los árboles que bordeaban la plaza sin consuelo” (Poemas Antiverpienses).
Max Tammerman también participa en la propuesta del ‘Grupo de la muerte’, un grupo de poetas a los que se les pide que escriban un poema para un funeral de una persona muerta en soledad, sin parientes. Ese poema se leerá en el funeral y terminará en la tumba con el muerto “¿Cómo despedirte de alguien que antes / no estaba en tu vida? Tímido, Titubeante. A tientas” (Guía para una última hora). No es la única referencia a la muerte que encontramos en su poesía, pero es muy representativo. En Óbolo, sentencia: “El miedo es una moneda / donde sus dientes pueden afilar”.
La aspiración de la poesía de convertirse en un hogar, de ser habitación, refugio y que conforte la compartimos quienes leyendo o escribiendo, vamos pagando, como en una hipoteca el precio que se tercie, aunque este fuera la ironía:
“Como una casa es un poema con membranas
y ladrillos, por tanto un poema es un lugar
para vivir tranquilamente. Un paraje de palabras para guarecerse
contra la lluvia, bestias salvajes,
la vida pequeña” (Vivir tranquilo)
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