jueves, 11 de noviembre de 2021

Reseña de Julieta Marchant: ‘En el lugar de la mano el ímpetu de un río’. Liliputienses. 2021

Julieta Marchant: En el lugar de la mano el ímpetu de un río


“La página / la unidad unánime de un cuerpo”

Julieta Marchant nació en Santiago de Chile. Su obra poética se compone de El nacimiento de la hebra (Edícola, 2015), traducido parcialmente al inglés; Reclaman el derecho a decirlo todo (Pez Espiral, 2017), traducido al portugués y la primera edición de este En el lugar de la mano el ímpetu de un río (Bisturí 10, 2020). Es codirectora de Cuadro de Tiza y Bisturí 10. Liliputienses acerca al público español este delicado artefacto poético que nace de la pugna entre el referente de la realidad y la capacidad del lenguaje para poder expresarlo. Es precisamente la lucha la que otorga al volumen la cualidad poética que lo hace interesante, una reflexión donde la belleza metapoética no debe despistarnos sobre el contenido, duro a veces sobre el que giran las palabras. Se trata de un largo poema, de alguna forma un lamento ante la muerte.

Como Julieta Marchant afirma en las primeras páginas, en cierta forma, se trata de: “Lanzarse y, en el espacio entre la orilla y el agua, perder el aliento. Nada es un tiempo al que la letra no accede. Golpea un rostro el lenguaje y ya no es posible restaurar. Las palabras no restituyen”. Por el contrario tenemos lo corporal, lo que pensamos con la piel y las entrañas: “Los cuerpos se quejan de los cuerpos / cuando la mano empuña / y no sabe la palabra que pueda encallar. / Los animales se quejan de los cuerpos / aprenden a defenderse”. Y debe ser la palabra la que unifique y supere la experiencia, pero, “Mirar el lenguaje de cerca y pensar que la cercanía es suficiente”, porque “Un cuerpo necesita ser abrazado porque es un cuerpo, con la presión se apacigua”.

“El océano se quema y el bosque es un humedal. Y entonces las palabras: corazón en vez de alma, alma en vez de espíritu, espíritu en vez de aliento. Aliento, soplo, bufido, grito, clamor, súplica, rezo, queja, exigencia. El corazón se vuelve una exigencia en el lenguaje. Las palabras conducen a más palabras”

Además de la dialéctica entre la necesidad de las palabras y la experiencia vital, asistimos a una sucesión de temas tras los que se esconden las angustias del ser humano: “Tuvo la fantasía de desaparecer. Deja sus cosas y las curvaturas que le corresponden, cerrar la puerta de la casa, mira la casa desde una distancia, distanciarse de la lejanía”. Más que una experiencia –en el sentido filosófico– individual, toma la voz de lo que de común tenemos los humanos: “Tomamos aire y desconocemos los caminos que sigue el aire para hinchar un pulmón. Hablamos y desconocemos los trayectos que hilvanan las sílabas para componer un sentido. Amputamos el lenguaje para escribir”. Y, de nuevo, vuelta a las palabras como pensamiento: “Con la prótesis que es el pensamiento / o con las palabras”. Una desconfianza planea en el cuestionamiento del lenguaje como forma de conocimiento: “En el lugar de la pierna, la palabra pierna. Oyó el sonido de la sierra aun cuando la sierra ya no estaba allí. Se quedó en el instante preciso en que el metal calaba el hueso (…). Entonces, se afana en el dolor que siente en la pierna mutilada y golpea la prótesis para aliviarse”. Básicamente insiste Julieta Marchant en la vida propia –y secreta– de las palabras: “Escribo pensando en las palabras pero son justamente las palabras animales que toman distancia”:

“Las palabras: escisión, ruptura, desgarro, grieta, fisura, surco, excavación, fosa, vacío, desierto. En la llanura de la piel un bisturí rasga la carne que se recuerda carne porque enferma”

El nexo de unión entre las palabras y la realidad ciertamente es el cuerpo: “Cuando un cuerpo sufre una hemorragia de golpe y la succión no es suficiente, los cirujanos apartan los instrumentales y con las manos sacan la sangre para despejar los órganos (…). Puso el cuerpo envuelto en una sábana y devolvió la tierra a la tierra”. Desde la experiencia, que los psicólogos llaman embodied mind o mente incorporada – corporeizada–: “Desconocemos si el movimiento / es del cielo a la tierra / o de la tierra a la fosa. / Si se trata de caída o de inmersión”; “En el área de un cuerpo, el volumen de alegría que decidió replegarse. Una viga, una habitación, una medida. El cuerpo se tensa”. O también, en nuestros recuerdos, la memoria que nos identifica: “Ante el recuerdo de alguien que ha muerto / de qué debiéramos defendernos / de qué estímulo o pulsión”. Una imagen sobresaliente es la que utiliza la poeta para describir el proceso de acumulación de recuerdos, más que una sucesión de capas, una sucesión de ausencias: “Cavamos fosas para cubrir fosas. Tapamos con tierra cada objeto y cada cuerpo que cesa”

 “Quietud.

Los órganos reposan, un corazón aguarda, el pulmón se hincha y vacía. En la mesa quirúrgica descansa un cuerpo que abandona un curso de sangre que forma un charco en el suelo –al curso de agua dulce vuelve–“

Freud distinguía entre el proceso de la pintura, que acumula pinceladas y colores, del proceso de la escultura, que retira material para hacer aflorar la forma. En este sentido Julieta Marchant describe el proceso de las palabras: “Cavan fosas / en el preciso instante / en que no deseas cavar / tapamos con las manos / con palabras”. Luego, inmediatamente a cada núcleo temático, a cada argumento de referencia, se contrapone el cuerpo que lo experimenta y sufre: “A pesar de cualquier deseo / el cuerpo se desfonda”, “Ardió por frío y se volvió ceniza / Inmediatez en su minúscula naturaleza”. Entre la realidad y lo que podemos interpretar y transmitir, “Entre el mundo y yo se arrebata el tabique hecho de lenguaje. Una prótesis: bisagra que reúne y aparta a la vez”. No se puede resumir de una manera más poéticamente clara.

Y, aunque, “Cada cuerpo se obstina en su propia sobrevivencia. De eso están compuestos: de una íntima porfía”, la única salida, como señalaba Michel Foucault al final de su Historia de la sexualidad, solo quedan el cuerpo y los placeres:

“Cuerpos se quedan y reposan en el sueño o en pantanos. Cuerpos cuelgan de vigas y se hunden aunque anhelen flotar. Cuerpos que ocuparán el volumen de una fosa. Hinchados, de ceniza, pequeños oscurecen. Desnudos cubiertos con tierra se ovillan. Soportan frágiles. Inundan. Se apartan y agonizan, se buscan entre sí. Cuerpos abiertos de la garganta al vientre. Se amoratan, son cauterizados, rebasan. Cuerpos estables se aferran y pretenden. Desde el interior equilibran. Cuerpos fulgurantes. Cicatrizan o se elevan. Cuerpos hábiles como ríos embisten. Ensayan una vida.”

Nos hemos encontrado exhaustos tras la inmersión en un libro bellísimo de poemas que desde las entrañas cuestionan las trampas del lenguaje y lo supera. Una experiencia durísima que parte del inmenso dolor tras el encuentro de un cuerpo en el río.

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