miércoles, 24 de noviembre de 2021

Reseña de Pablo Fidalgo Lareo: ‘El perro en la puerta de la casa’. Ed. Liliputienses. 2021

Pablo Fidalgo Lareo: El perro en la puerta de la casa


Después del celebrado Qualcosa nascerà da noi, llega este poemario que toma como referencia la figura de Ulises a través de su perro Argos. En cierta forma se armoniza la faceta dramática del autor si consideramos una especie de monólogo frente al público que asiste a las consideraciones del protagonista, que funciona, además como un símbolo de la situación, paradójicamente, humana: “Nos habían dicho en una isla / había una jaula pensada para nosotros. /…/ Al final de este viaje / podremos hablar de las ausencias / sin entristecer a nadie” (El dialecto de las islas).

La dialéctica del personaje abunda en varias direcciones, sobre todo las que tienen que ver con la exploración de lo doméstico y el paisaje circundante: “No me iré de  aquí hasta ajustar todas las islas, / todas las formas de vivir rodeado. // Si soy un perro de la calle y la calle está vacía, / si muero de hambre y sed / ¿a quién se lo anunciaré? /…/ Los perros nos enseñan una fidelidad / que nunca deberíamos haber visto” (Los primeros perros). La existencia del hombre, como decían los cínicos, la secta del perro, está salpicada de acontecimientos sobre los que no tenemos control y a los que debemos hacer frente sin alteración. Esa lucha contra el instinto la enuncia este perro que nos habla: “Y el niño que ya no es joven / habita un faro que quieren destruir. / No olvida que encender y apagar una luz / no es exactamente un oficio /…/ Te preguntas cuánto puede una vida / enfriarse y replegarse sin que nadie diga nada” (La infancia en las islas). La perplejidad que vemos en sus ojos es nuestra perplejidad: “Creer que la destrucción lo explica todo  y no explica nada. / Lo que llamas destrucción es solo / un paisaje insuficiente” (Nadar).

Dentro de esta contradicción está la sensación de abandono, de fidelidad unívoca y traicionada: “¿Sabes qué podría salvarme? Alguien que me vigilase sin conciencia. Alguien de quien poder decir es un mundo. Lleva consigo un mundo entero. Alguien de quien poder decir es una fuerza de la naturaleza” (El sueño acumulado); “Lo que amé de ti fue tu poco interés / en saber la verdad sobre mi vida” (Postales). Son lamentos y palabras a media voz entre las que vemos la persistente fidelidad y la confrontación con una realidad que podría haber sido otra a través de los afectos: “Si solo me quedara un verano / quizá no reuniría a nadie, / quizá solo haría como tú, / escribiría postales, / y trataría de ser lo más bello posible” (Postales).

No es la única voz la que oímos. Se van entreverando los pensamientos que podría asumir el autor, o podría ser Ulises, o asumir una voz del coro que nos interpela:

“Si os hablo así de los perros,

si los he convertido en un motivo central de la conversación

es porque los temí durante muchos años

Y ahora que me siguen y comen de mi mano

los perros significan el miedo vencido

/…/

Aunque haya superado todo el miedo a los perros

y a tantas otras cosas,

habrás visto que no estoy reconciliado conmigo mismo,

habrás visto ya que cada cosa que hago,

cada cosa que digo,

cada cosa que soy,

es inaceptable para mí porque estoy lejos de casa,

de cualquier idea de casa” (Valle de Belice)

Pablo Fidalgo puede embarcarse en un poema de grandes dimensiones, además de abrirse la posibilidad de leer como un largo poema. Podríamos calificarlo de diálogo dramático si no resonaran los ecos de una técnica poética que tuvo su momento y su controversia. En los textos de Pablo Fidalgo encontramos las interpelaciones y las respuestas, no solo la voz de la conciencia de los personajes, que cuestionan al Otro y se cuestionan a sí mismos: “Dices que viajas y no es cierto. / Solo te quedas con desconocidos el tiempo que te lo permiten /…/ Tendrías que decidir entre conocer el mundo / y conocer cada agujero de esta isla” (Marettimo).

El escenario, idealizado en el poema, resalta las cualidades que podemos sentir en la experiencia contemporánea de asilamiento, de inmensidad, de vorágine y a la que respondemos convirtiendo nuestro topos en una isla de dimensiones abarcables rodeadas de terra incognita, cuando en lugar de mares, quizás, encontramos barrios de hormigón y ladrillo: “La ciudad entre dos mares, / entre la vida y la muerte. / Su forma de acunarme / es un descenso a los infierno” (Palermo. Cappuccini). Se hace patente la necesidad de encontrar una raíz como punto de partida y de vuelta en el conocimiento del universo y de los demás: “Se tiene una casa en un lugar / para poder habitar las calles de al lado. / Se tiene una casa para salir / y volver de noche / después de haber visto correr / a todos los caballos” (El escondite).

“Estáis ahí, en la casa de enfrente,

para preguntarnos qué ocultamos.

Estamos aquí para hablar, para decidir si ocultamos algo o no.

Si aceptamos o rechazamos

vuestra manera de formular nuestro secreto

/ …/

Siempre hay un modo de amar lo que nace roto, interrumpido,

rodeado de agua por todas partes.

Siempre hay un modo de convencer a todos

de que naciste en una isla,

de que eres una isla” (La habitación prestada).

Argos habla de la necesidad de un hogar, donde el espacio se pueble de afectos y comunicación (“Habrá un sitio donde los perros / no necesitan calmarse. / Habrá un sitio entre las rocas / para ladrar”, El cariño de los perros) frente a la atracción nómada (“¿Qué viaje me ofreces para que no haga aquí / el hogar que pensaba hacer? / ¿Qué hogar me ofreces / para que no parta mañana?”, Avola).

La sensación de abandono siempre remite a un castigo, a una especie de expiación de culpa: “Si tú, como un dios destronado, / dices que algo habré hecho, / algo habré hecho. / Esto soy yo: / una inmensa vocación fuera de lugar (Tríptico de Torre Faro). La resolución suele pasar por la petición en forma de rabia o de oración: “Reza para que alguien haga, / con este amor irrepetible / (y con tantas evidencias) / lo que yo no pude hacer. // Isla, da una buena salida / a los que han navegado más lejos” (Navegaciones). En el proceso se recapitula –el examen de conciencia– a través de la memoria y la confrontación con lo exigido: “Yo entiendo lo que deseas: / saber si he vivido algo nuevo y profundo, / algo que empezó y acabó, / un gran amor, un gran viaje, / o si me sigo dedicando a ti / con nostalgia y tristeza robada” (El escondite); “¿Era esto Sicilia: / el miedo a perder la memoria, / a crecer / sin poder volver atrás?” (Gioiosa Marea).

Cuenta Tom Waits que los perros se huelen porque en un momento dado una lluvia torrencial les arrancó lo que tenían en la entrepierna y ahora lo buscan en los cuartos traseros de los otros perros, por eso tituló a su noveno álbum Rain dogs. Aquí leemos que “Un perro de la calle / es perfecto para conocer las calles” (Una barca). Es el símbolo de la necesidad humana de un hogar y de cuidar a quien quieres y de quien dependes:  “¿Y si todo lo que puedo hacer / es guardar el secreto? // ¿Y si todo lo que puedo hacer por el sur / es callarme?” (La noche. El sol); “Te preguntas qué pasaría / si te llevaras un perro de la calles, / si creerían que te llevas su paisaje, / algo que no es tuyo” (Aprendizaje).

A pesar de estar pivotando sobre un personaje clásico no acumula referencias mitológicas o eruditas concretas, nos encontramos con una poesía altamente emocional y reflexiva. Una poesía que se pregunta “¿Cuánto dura la plenitud / cuando ves el dolor al fondo?” (Un trozo de tierra) y que sabe que “El perro tiene memoria del miedo que me daba / y que podría despertar en cualquier momento, / ni él ni yo damos ya nada por hecho / ni nada por perdido” (El perro a la puerta de la casa). Porque, en realidad, en la dualidad entre el hogar y el impulso nómada está situada la esencia del ser humano:

“Ese eres tú intentando definirte.

Navegando entre dos islas

que son dos identidades,

que son dos perros,

que son dos formas muy diferentes

de llamar al timbre de tu casa

/…/

“Ese eres tú:

el que piensa escribir a todo lo que he perdido,

el que se muestra disponible para dar explicaciones,

el que se confiesa en muchos países, en muchas iglesias,

el que ve la diferencia entre las penitencias

y no las cumple” (Ese eres tú)

Un hermoso libro en el que se habla del desarraigo y del deseo ambivalente de quedarse y partir. Ningún hombre es una isla, pero lo que amanece en este poema es la condición de archipiélago, un conjunto de islas unidas por el mar que las separa[1].

 



[1] Precisa definición que acompañaba a la tristemente desaparecida Revista Archipiélago.

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