jueves, 4 de noviembre de 2021

Reseña de Nerea Pallarés: ‘Los ritos mudos’. InLimbo. 2021

 LOS RITOS MUDOS | NEREA PALLARES | Casa del Libro


Nerea Pallarés, periodista lucense, pertenece a la excelsa nómina de becados en la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores. Un lugar espléndido para afinar el oído artístico y madurar la personalidad artística. Sidecar (Ediciones oblicuas, 2015) fue su primer libro y tiene en su currículum varios premios literarios como el segundo puesto en el certamen Xuventude Crea.

Situaciones terribles pero cotidianas, el matadero que no sabe qué es más inhumano, si el trato a los animales o a los operarios. Los personajes son amenazados con el sufrimiento, el daño, la crueldad. Por contraste, el acercamiento se hace desde cierta ternura que no desvirtúa la tragedia a la que asistimos. Tampoco lo hace el alto contenido poético que vierten sus páginas. Lo comprobamos en el primer párrafo:

Éramos niñas sucias y terrestres que soñaban con el mar. Niñas maquilladas con barro seco en las mejillas, camufladas de lo que vibra y se calienta desde dentro de las casas. Éramos niñas lombriz nacidas del lodo como un vientre, buscando un hueco, un verano limpio, por el que colarse. Nos habían prometido playas y vacaciones amplias y tan perfectas como las que brillan en los anuncios de las marquesinas, como las que tienen los niños que no se cansan de reír desde los postres. Ellos le habían puesto un precio y un final al invierno. Y todo tenía que llegar

No es de extrañar que Valeria Correa Fiz, en el prólogo se remita a la concepción romántica de lo sublime y lo terrible que se condensa en Rilke. En una narración de hechos anodinos, de repente se cuela la sombra de la sospecha para, casi imperceptiblemente, atravesarse de un suceso terrible, la atmósfera se hace tóxica, la incomodidad se va aposentando en el lector. El terror que maneja Nerea Pallarés se construye en los silencios cómplices, en la angustia de lo claustrofóbico. Consigue, sin dejar la atención cuidadísima del lenguaje, un ritmo casi cinematográfico en el que los acontecimientos suceden dentro y fuera de plano. Encontramos distintos procedimientos, unos relatos más costumbristas mientras que en otros prima la denuncia social, los hay situados en un ambiente más futurista y otros en un folklore, podríamos decir. Cada relato adopta la forma literaria precisa para su contenido.

En las destrezas narrativas se recurre a lo poético, como ya hemos señalado, pero también a la ironía (“Hay tanto morbo en su maldad contenida como en su nariz de cartabón o en sus erres exageradas que avanzan su carácter protuberante, p. 40). No queremos decir que el lenguaje de los relatos sea ornamental o preciosista en el sentido autocomplaciente, al contrario, la economía narrativa incluye agilidad en el desarrollo del argumento y se apoya en descripciones efectivas, que no efectistas, como manera de situarnos como llevados por un hilo En ocasiones, el suspense se mantiene desde la primera línea mientras que en otros relatos, como en La espera, estalla en el último momento. Nerea Pallarés juega con destreza a situarnos justo en el límite, en la frontera entre lo bello y lo terrible, lo cotidiano y lo extraño, entre la Belleza, la Bondad y la Justica y lo Siniestro, la Crueldad y la Maldad. Como en Fa, cuando las buenas intenciones acaban demostrando un trasfondo abyecto.

La incomodidad del lector procede de asimilar los ritos que nos son familiares para incluir en ellos el elemento perverso, la posibilidad del abismo, la certeza de que todo tiene una explicación, casi mecánica. Una sombría certeza que atenaza a personajes que creen actuar libremente pero están, como en #Nora, condenados a una tragedia. Es la maldad humana la que vemos en estos Ritos mudos, tan elocuentes cuando son puestos negro sobre blanco. El ritual refleja una necesidad humana frente a la incertidumbre, pero, como señalaba el maestro Luis Castro Nogueira, somos seres significamentosos, y acabamos por dotar de contenido simbólico y trascendente unas rutinas, en principio, inconscientes, vacías, mudas.

Traiciones, secretos, venganzas, sacrificios son ejemplos de la maldad humana que pueblan estas páginas, tanto más inquietantes cuanto mayor ingenuidad y ternura se utilice para narrarlos. Para hacer creíbles a los personajes malvados, éstos deben estar dotados de cualidades que nos acerquen a ellos, deben ser complejos, tener una motivación oscura, pero con un perfil comprensible, como si quisiéramos corroborar que nosotros mismos podríamos ser Richard, Julián o el padrastro. Nerea Pallarés recurre a la pareja protagonista para mostrar más claramente esta dualidad que compartimos víctimas, verdugos y lectores. Agradecemos la amplia variedad de personajes que pueblan los relatos, elegidos con sumo cuidado, todos cumplen una función, no hay extras para completar aforo.

Hay una deliberada voluntad de trascender lo meramente anecdótico, hay un contenido de crítica social y política. Claramente, sin metáforas. La intención de revolver conciencias se muestra en Madre araña o en mentado Fa. De alguna forma hay una especie de distopía, de utopía perversa en los escenarios en los que se desarrollan los relatos. Una familia que supone el peligro, los cercanos que resultan ser una amenaza, el enemigo. En cierta manera, Nerea Pallarés pertenece a una tradición de mundos extraños que se esconden. Demasiado fácil sería relacionarlos con el ambiente telúrico que se suele asociar con Galicia, las meigas y la Santa Compaña. Sus referentes son mucho más universales, sin dejar, claramente, de ser locales.

Una sensación de honda tristeza y desasosiego es el objetivo que consiguen estos relatos, que la propia autora califica como una poética del horror cotidiano. Son Los ritos mudos una suerte de obsesiones convertidas en ceremonias que, al ser explicitadas, demuestran el poder destructivo que un tipo de sociedad puede llevar aparejada. Afortunadamente, ser conscientes de la deriva puede advertirnos. El terror puede ser evitado, la sociedad tiene alternativas a la distopía. Hay una redención posible.

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