martes, 11 de enero de 2022

Reseña de Luis Eduardo Garcia: ‘Ader’. Liliputienses. 2021

 Luis Eduardo García: Ader


Luis Eduardo García hace una apuesta arriesgada con este libro que comienza advirtiendo: “Imagina que este libro lleva un cintillo rojo en las palabras ‘Una biografía en verso de Bas Jan Ader’. Espera diez segundos. Ahora imagina un bote de basura. Ya puedes arrancar el cintillo desecharlo”. El mexicano lleva publicados Dos estudios a partir de la descomposición de Marcus Rothkowitz (2012), Una máquina que drena lo celeste (2014), Armenia (2016), Mis poemas Alt Lit (2017), Dhigavostov (2018) y Bádminton (2018). Liliputienses tuvo el acierto de acercar al público español una antología Poemas póstumos de Luis Eduardo García.

Bas Jan Ader es un personaje real, un artista neerlandés de videoarte y arte conceptual que trabajó por todo el mundo y cuya muerte a la deriva supone todavía un gran enigma. En cierta forma este libro de poemas se emparenta con Los Últimos Perros De Shackleton, de Ben Clark o Tras la luz el cepo de Olalla Castro. Ambos retratan una aventura cuyo fracaso es precisamente el interés y el misterio. Luis Eduardo García nos acerca, además, a la labor artística del personaje a través de una especie de paralelismo entre la propia escritura de los poemas y la perspectiva artística de Bas Jan Ader. En la primera parte, Pieza de escondite, datada en Winschota, 1942, nos avanza la historia del personaje que salió de Cape Cod… “Tras nueve meses / el bote (vacío) / fue encontrado por la tripulación de un pequeño gallego / cerca de Irlanda. // Su cuerpo sigue perdido”. A partir de ahí, hace referencia a una exposición y al personaje alternándose. “Hay quienes ven en esto una metáfora de la existencia, otros una exploración del dolor / o del fracaso”.

El siguiente paso en círculos hacia el personaje son la interpretación de siete fotografías en las que, por ejemplo, “La figura de Ader se ve oscura y borrosa”. Luis Eduardo García contribuye a repensar el paisaje a partir  de las fotografías: “Cualquier foto del mar / en blanco y negro / es un lugar muy triste” y termina con lo que podría haber sido la Fotografía imaginada que explicaría el final del personaje: “Flota en el agua, boca arriba. No hay nada / más que un desierto azul, inmenso / a punto de abrazarlo”.

El interés por este artista, en cierto modo conceptual, se ejemplifica en la siguiente parte, cuyo título en español, Caer, fallar, pierde el nexo fónico del inglés, fall-fail: “En español, caer y fallar guardan más diferencias entre sí. Incluso con poca luz, nadie podría confundirlas. // Aún así, algo las une”. Son poemas que recrean los trabajos de Ader y el universo que fue atesorando con los años: “… Clorado, brillante, qué hermosos / los clavadistas chinos. Son todo / lo que nunca seremos”.

“La sensación

 de que ya no queda aire, de que todo

se aleja

/…/

Mendigamos

un poco de belleza y la disolvemos en agua

para que dure un poco más. Subimos

cuanto podemos y después queda una vía. Nuestros colmillos

hechos trizas. No tenemos noción

de la profundidad”

El procedimiento es situar elementos dispersos, personajes, elementos… fotografías de arte conceptual, una especie de conceptismo visual: “Fallar de tal modo / que algo hermoso se abra en alguna parte”. Idéntico procedimiento se utiliza en la siguiente sección, que se retrotrae al lugar de procedencia de Ader. En los Poemas holandeses, aparecen personajes, paisajes, acciones que nos invitan a comprender el rico interior poético del artista que tiene mucho de onírico: “A veces sueño / que soy un fantasma azul / caminando lentamente / por lugares que no he visto nunca”; “Los coyotes que vi / aquello vez / que buscaba amapolas”; “Cosidos a la tierra / (como un pasto / extraño) / vemos los cuerpos que se queman / más allá del ciclo”. El aire de tragedia, esa decadencia, que puede ser la unión de la caída y la derrota, queda muy explícita en un par de poemas: “Me gusta ver / cómo se hunden las cosas”; “A veces / parece que la belleza del mundo / podría caber en un vaso de plástico / o en el hueco / de una mano”. Los versos se rompen caprichosamente uniendo forma y sentido.

Escenas de desaparición, conecta la historia de Sir Walter Raleigh en Chesapeak, Virginia. Años más tarde toda la colonia que había fundado estaba vacía y “en un árbol estaba escritos la palabra «Croatoan»”. El paisaje toma el protagonismo, es el agente misterioso de la desaparición: “El mar limpia las costas / de palabras. Barre / diez mil mensajes de amor al día, diez mil / corazones. Ya tenemos suficiente / basura, parecen decir las olas / al romper”.

La historia del libro llamado “El cuerpo: un ensayo” recuerda Italo Calvino de la novela experimental Si una noche de invierno un viajero… Y no es la única referencia a la que podemos recurrir para comprender hasta cierto punto la propuesta de Luis Eduardo García: “Las huellas / de cada una de las veces / que John Cage / salió a recolectar setas”. En estos poemas el autor se acerca a la técnica artística del protagonista como un rasgo más de su carácter: “Bas usaba siempre la misma hoja de papel para realizar sus trazos. Antes de hacer un nuevo dibujo, invariablemente, borraba el anterior (…). Podría ser una buena definición de fantasma”. Intuimos que no solo se trata de una biografía simplemente, sino un punto de partida para reconocer el mundo: “Abrir los ojos / y ver que el amor / ya no está. Como si lo hubieran demolido / durante la noche”.

En Caja, llega la desolación cuando leemos: “Sentir más que nunca / la presencia de alguien. // Sentir menos que nunca / la presencia de alguien” mientras  que en la última parte del volumen, En busca de lo milagroso, nos vamos a detener en los momentos previos y las pistas que va dejando antes de la desaparición. Un halo de magia, de misterio, conecta lo sobrenatural, el espíritu, del artista, de la persona, del océano: “Hay lugares que no nos pertenecen. Algo en ellos / nos recuerda que somos visitantes: / letreros luminosos, cosas puntiagudas, fríos. Algunas veces / podemos entrar, contemplar un poco su belleza / lenta, fantasmal, pero debemos volver a nuestro mundo / antes de que lo que nos une a él / se rompa”. Por eso se recuerda que Marconi escuchaba “de que su invento / captaba las voces / de los ahogados / en las aguas de Cape Cod” y se pregunta “¿Y si Bas podía escuchar las voces / también? ¿Y si ellos / lo llamaron?”.

El personaje despertó cierto interés y se pueden encontrar por la red vídeos en homenaje a Ader, pero también falsificaciones y recreaciones de su obra. Nos adentramos en el terreno más propio de los cuentos góticos donde lo numinoso se funden con naturalidad: “Su padre encontró alguna esvástica / en el jardín. / Las tapó con tierra /…/ Les prendió fuego. / Pero ya era tarde y entraron a la casa /…// Su padre cubierto de ellas”. Son, por así decirlo, los prolegómenos a la desaparición en el océano de Ader: “Qué extraño debe ser / ir navegando / y encontrarse de pronto / con la orilla del mundo”. Como un poema encontrado, Luis Eduardo García nos enseña  “Objetos que Ader llevó consigo en su último viaje. // Pasaporte. / Sextante. / Comida enlatada. / Ropa. / Un ejemplar subrayado de la Fenomenología del espíritu”.

Podemos concluir el recorrido por este intenso poemario, imbuidos por el espíritu de este artista, que

“Quizá todo se trata

de caer con cierto grado

de belleza. El golpe

será el mismo, pero

algo cálido habrá cruzado

por nosotros”

 

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