Nos acercamos aquí al nuevo trabajo de Alicia Louzado después de Manual para la comprensión del insomnio (El transbordador, 2019), El circo volador (Versátiles, 2020) y Los niños que no querían ir a la escuela (Liliputienses, 2021). El estilo, lleno de efectos surrealistas, directo y duro en el contenido y en la forma nos lleva al exilio, pero no fuera de la tierra prometida, sino dentro de la propia realidad, esa por la que nos arrastramos diariamente. Babilonia no está lejos, vivimos en Babilonia: “El primer habitante que se perdió en Babilonia llevaba un mapa en el cuello como un cristal en el ojo / el mapa desenvolvía las venas de las ciudades y del habitante que no veía”. Nos propone Alicia Louzao una deriva por esta ciudad en la que los mapas son inservibles, a pesar de encontrarlos insistentemente: Usted está aquí: “Los fantasmas viven en parques y en las iglesias. Los pueblan como palomitas dentro de su cuenco de cristal” (Usted está aquí. Hall Place Gardens). El estilo es rabiosamente contemporáneo, marcas, difuso, rizomático, a partir de píldoras o disparos, un fresco impresionista que, como Alicia en las ciudades de Louis Malle y música de Miles Davis, nos acompaña en el desconcierto: “Los días raros comienzan con ancianos clavados en un banco / observando con rabia sus propios pies, / y a los músicos que caminan cansados hacia el parque de las acacias /…/ Yo lo sabía la Maga” (La ciudad y los días raros).
Los personajes a través de los cuales vemos la ciudad están tomados de dos relatos muy significativamente generacionales. El primero proviene de El club de la lucha, esa mujer que necesita la atención de los grupos de autoayuda como una adicción. En El paseo de Marla antes del desayuno, leemos: “Marla dice: / Supiste invocar las cosas bellas. / Sin embargo, / ahora con el viento en la cara y los mosquitos en el pelo, como balas que estallan en un diminuto estómago que contiene la invisibilidad de la materia, / no consigues que lleguemos al punto exacto de las luces azules, / allí donde mana la leche y la miel del Starbucks” (Marla siempre cruza Babilonia). La rabia disfraza a un personaje vulnerable que ha ansía la orientación de sus iguales, por eso se aboga por Quemad el mapa. El desconcierto que gobierna todo Babilonia Dream se puebla de actores y personajes de ficción porque quizás sean la manera que tenemos de entendernos y encontrarnos con nosotros mismos: “No es necesario el bautizo con tres dedos para reconocer el personaje. / Para mirarlo a la cara. / Para invitarlo a una hamburguesa en un plato con patatas o llevarlo al agua hasta que se arruguen por completo. /Colin Firth lo sabe. / Y Marla duerme cansada mientras se oyen las campanas rompiendo el cielo. Las campanas y el documental sobre Jane Austen. /Un día raro” (Marla duerme y Colin Firth). Podríamos sin duda hablar de una visión posmoderna, en la que la alta y la baja cultura se unen, con distancia irónica, para demostrar que los grandes relatos han quedado obsoletos y solo los recordamos como eslóganes y frases para un collage que los reinterprete: “aparta de mí este cáliz de nata en el vaso de leche” (Usted está aquí. Inserte un euro para el mirador).
El escenario es una urbe, un Madrid onírico en cierta forma poblado por seres que atraviesan la ficción y la pantalla: “Una mano se posó sobre la chica pequeña de cabello pálido que tembló un poco al ver que ese calor no llegaba y que la noche era tormenta furiosa y que los ojos asombrados no se cerraban aunque el cielo picase a los lacrimales y llamase varisma a la puerta. / Tembló la chica pequeña. / Y tembló la ciudad” (Usted está aquí. Contemplación del Holocausto Caníbal). La poética de Alicia Louzao tiene mucho de cinética, la plasticidad del movimiento es el aliento lírico que nos impregna: “Una mochila donde cabía un mundo y unos ojos con un espejo y con unos cuchillos a las pupilas” (Usted está aquí. Línea 3 Metro ligero).
El segundo personaje protagonista es Holden Caufield, otro inadaptado que ansía encontrar alguien quien lo proteja. Habitantes y los happy days lo retrata con una vuelta de tuerca entre irónica y desmitificadora: “Holden Caulfield nunca fue un chico triste. Porque los chicos tristes realmente no quieren salir” (Holden Caulfield dentro de una casita). Holden se pasea también entre los desheredados de una ciudad que aparece en ruinas: “Para ellos en el canto de los condenados / y los escombros que quedan de las culebras que muerden los pies cuando alguien sostiene un vaso que no llega a los labios porque las dietas aprietan demasiado fuerte” (Cántico. Espectáculo al aire libre). La novedad es el tono místico que impregnan las impresiones del protagonista: “Lo que excede es necesario. /…/ Ordena al fabricante, escupe al viento. Perfora lo innecesario. Así, una vez que te libras de esas migas que sobran, los pájaros devorarán las siguientes, Y habrá un 1% menos de pan. / La materia en las escuelas. / Pink Floyd te mando no escuchar. / Pero lo que excede es necesario” (Visita al Carrefour express). De nuevo Alicia Louzao recurre a la ironía y la desacralización como arma para mostrar los descarnado y desesperanzado de la vida de Babilonia: “Y fuimos adultos y como adultos que pagan por su propia seguridad no llamamos para presenciar la destrucción de los imperios” (Lugares Santos en Babilionia). No hay esperanza en esta ciudad: “No se mira nunca atrás porque ya no somos Orfeo y Orfeo está más que muerto. Se fue cuando alguien tuvo la determinación de pulverizar todos los mitos griegos” (Lugares santos en Babilionia).
La omnipresencia del capitalismo se ejemplifica en la omnipresencia de las marcas comerciales (“El niño gordo que hurtaba el dinero que estaba detrás del bote de colacao y compraba la gameboy como quien compra un tesoro a un pirata corrupto”, La casa leche) o las referencias a productos musicales, como Lana del Rey, que se contraponen con la cultura más académica: “Todos los tú lírico-medievales. / Los tú lírico-renacentistas. /Los tú lírico-experimentales” (A qué hora no pasear por la calle). En contraposición, despliega un lirismo brillante, como en Cierre de ciudad: “Es de noche y la fuente no tiene agua. / Es de noche y la niña con los ojos abiertos. / Una mano que se asoma como un demonio educado que sabe que debe pedir permiso”. O ahonda en el misticismo más profundo:
“La puerta de dios nunca está cerrada. Permanece abierta, pero con una cortina. Una cortina de abalorios y cascabeles, un gallo en una jaula y una campana de dos sonidos que anuncia: Han llegado.
/…/
La puerta de dios siempre está abierta. Húmeda. De oro. Una familia que cena, cinco miembros con palabras cosida en la garganta.
Pero los que vieron mienten.
Solo unos pocos la atraviesan” (La lengua y el caos)
No oyes cantar a los muertos es la última sección, una especie de conclusión del viaje, a medio camino entre el rito (“Daría a cuatro cuervos mi brazo para comer. / Que alguien me consiga cuatro cuervos, yo pongo el brazo. /…/ Hoy a las 16:45 se celebrará el sepelio por el brazo de A.”, Destrucción. Brazo come cuervos) y la salida del sueño: “Y llegó la caída dando pequeños saltos. Culebra verde de playa que se asoma por la mirilla. / El rey estaba dormido / Y la caída. / Y el punto sin retorno que dice: / Usted está aquí” (Antes de los escombros dicen que). Un libro onírico que aturde e invita a descubrir lo realmente onírico que tiene el desierto de lo real.
No hay comentarios:
Publicar un comentario