martes, 18 de enero de 2022

Reseña de José María Souvirón: ‘Diario IV’. Edición de Javier La Beira y Daniel Ramos López. Centro Cultural Generación del 27. Diputación de Málaga.

 José María Souvirón, el escritor malagueño que anticipó la monarquía en  España hace 50 años


Cuando me llegó este cuarto volumen de los Diarios de José María Souvirón, un amigo me preguntó por las redes quién era. Le contesté que un escritor un tanto olvidado en la actualidad, que conoció a todos los integrantes de la Generación del 27 y a los principales poetas de la posguerra. Tuvo su momento de gloria con la novela Cristo en Torremolinos y fue desapareciendo de los escaparates. Desde hace un tiempo el Centro Generación del 27 está publicando sus diarios, que merecen mucho la pena, además de las referencias personales sobre muchísimos escritores y porque describen de primera mano toda esa escena literaria, a veces con no poca picardía, merecen la pena, digo porque siempre están muy bien escritos y de esta forma nos asomamos a una personalidad muy interesante, con sus contradicciones personales, sus anhelos y sus sufrimientos.

La edición sigue modélica en su materialidad y en el magnífico prólogo que firman Javier La Beira y Daniel Ramos López. Cubre desde finales de 1965 a 1969 y es el penúltimo de la serie, solo queda un último volumen que mantendrá su extensión aproximada.

En estos años se ve a José María Souvirón menos cáustico, más “acostumbrado” a la vida, literaria y profesional, en el Madrid del franquismo, lejos ya de la posguerra y con muchísimas referencias todavía a Chile, donde se encuentran sus hijos. Es inevitable encontrarse con una personalidad que ya conocemos los que hemos sido devotos lectores de los volúmenes anteriores, el propio autor lo reconoce:

“Uno de los defectos inevitables de un diario largamente llevado, como este, es el de la repetición. Releyéndolo, me doy cuenta de las veces que he insistido, no solo en un tema, sino en la semejante consideración de varios temas parecidos o similares. Allá el que seleccione, si llega la ocasión de seleccionar. ¿Y no será mejor, en todo caso, repetirse en lo que es permanente?” (Viernes, 14 de enero, 1966)

De todas formas vamos asistiendo a cambios notables en los rasgos personales, cierta mudanza en los gustos y costumbres. Es muy significativa la reflexión que hace al releer a Rilke, un autor antes adorado y ahora dice serle aburrido:

 “Tal vez porque hay horas de asombro y horas de desprecio. ¿Cuáles serán las más favorables? Entiendo que las dos. Cada una de esas situaciones, bien tomada espiritualmente, pueden enriquecernos; mal tomadas, nos llevan desde el seudoentusiasmo hasta la insensibilidad. Hay que darle una educación constante al espíritu” (Domingo, 5 diciembre 1965)

Si decíamos que en las primeras entregas eran sumamente jugosas las anotaciones algo malévolas sobre muchos de los protagonistas de la vida cultural de aquellos años, y, a pesar de que, por estar ya muy presentes, se reducen los comentarios, pero no se eliminan del todo. Confiesa en una ocasión,  “¡Hay que ver qué literatos somos los literatos, por mucho que nos empeñemos en no serlos!” (Sábado, 14 de octubre, 1967). Pero, para muestra un botón al presentar al autor jerezano:

 “La presenta José Manuel Caballero Bonald, acertado en lo que dice (entiende mucho de flamenco) pero re-la-mi-do en la pronunciación. Peligro que se nos presenta a todos los andaluces cuando queremos –y debemos– hablar en «en público castellano»” (Lunes, 7 de marzo, 1966)

Se disfrutan con  ganas el gusto por los adjetivos, que llegan a un barroquismo que se dice típicamente andaluz como “abderramanesco”, “circunspecto colombiano”, “muy pomposo y honditronante”, “insoportable mocito viejo”, sacapelotas, un badulaque habilidoso, pero más peal que habilidoso”, “desastrado”… (Viernes, 8 de diciembre, 1967).

Los acontecimientos históricos no son precisamente el eje central de las anotaciones de Souvirón, pero ocupan un espacio significativo para quienes recuerden o quieran acercarse a una mentalidad que parece tan lejana o no:

“Los curas han vuelto a «manifestarse» en Barcelona. Porque el nuevo obispo auxiliar no es catalán, para solidarizarse con unos estudiantes, para entregar al arzobispo un escrito en catalán, para lo que sea se han reunido doscientos curas, y alguno ha abofeteado a un guardia… ¡Y ahora otros piden la excomunión del guardia o de los guardias! Repugnante.” (Domingo, 15 de mayo, 1966)

El franquismo estaba cambiando, y se había acabado ya la censura previa gracias a ley Fraga. La oposición al régimen empieza a hacerse más evidente (ya había pasado la tormenta del llamado Contubernio de Munich), incluso se advierten las costuras ideológicas de los grupos sobre los que se asentaban las bases sociales. El autor se refiere en este fragmento a la obligación de firmar la total adhesión a los Principios Fundamentales del Movimiento, obligación inexcusable para todos los que iban a ostentar cualquier cargo público.

“La verdad es que, políticamente, europeamente, no tengo motivos para no ser fiel al Jefe del Estado, puesto que no pertenezco a la consabida «oposición española». Pero me parece un pequeño atraco, a pesar de que no he renegado de los «principios» (cronológicamente hablando) de lo que fue –y debió haber sido– el Movimiento. Vacilo un momento, hago una serie de restricciones mentales y firmo. ¡Menuda la armo si digo que no! Creo recordar que, cuando me hicieron funcionario del Instituto (…) firmé algo por el estilo” (Jueves, 7 de diciembre, 1967)

Son los años previos al hippismo, los tiempos estaban cambiando y las modas llevaban la parte más vistosa de la transformación social y cultural.

 “De unas diez o doce mujeres que hemos visto (que he visto, al menos yo), ocho iban no desnudas, sino peor que desnudas: con una especie de vestidito-camisa sobre la carne y la falda un poco más debajo de los cachetes. Y no eran gordas, ni viejas, deformes, sino jóvenes, esbeltas y bien hechas. Pero, sobre todo, iban derramando sexo, expandiendo sexo, diseminando sexo. Es muy difícil pasar junto a ellas sin sentirse atrapados por esa enredadera, ese pulpo invisible, esa aura turbulenta y excitante, que contrasta con la aparente serenidad (una desvergüenza habituada y acaso más «espiritual» que carnal) de tales hembras” (Martes, 6 de septiembre 1966)

Podríamos insistir en el tema con los adjetivos que le dedica a uno de los iconos de la moda pop que venía del mundo anglosajón y que estaban tan alejados del universo estético de nuestro protagonista.

“Quiero referirme hoy a una especie de sardina llamada Twiggy, que aparece en numerosas revistas como la mujer representativa de la juventud de hoy (…). La tal Twiggy es algo así como un mozalbete clorótico, con algo de gusano con dos salientes en el pecho –poco salientes–, una expresión imbécil, un continente (escaso) asexuado, cara de colegial de escolapios mezclado con putidoncella, unas piernas de palillos de tambor y una inútil desvergüenza boba que me parece repulsiva” (Domingo, 11 de junio 1967)

Y otros, por el contrario, muy favorables cuando se trata de temas sobre los que se siente cercano como fue el famosísimo concurso de Eurovisión del 68:

“Fue un triunfo reñido, que me tuvo en ascuas. Parecía, ya casi al final que iba a triunfar Inglaterra, pero ganó España. La canción (cuyos autores son los dos imbéciles que forman el llamado Dúo Dinámico) es una mierda. Pero Massiel la transformó, la creció, la exaltó. Ha debido producir este triunfo una gran cantidad de cabreos. Primero, a los ingleses. Luego, al cantante catalán que había sido señalado para participar (creo que se llama Serrat) y que, por haberse empeñado en cantar en catalán, fue –en buena hora– quitado de en medio” (Domingo, 7 de abril 1968)

Quizás sean mucho más pertinentes los comentarios que se van desgranando sobre distintos asuntos literarios. Sorprende, por ejemplo, lo tardío del acercamiento a una obra clave de la novela española:

“Termino de leer La Regenta, de Clarín. No la conocía sino «de oídas». Es, sin duda, una estupenda novela. Tanto que me la he leído en pocos días (15), como leo solo las novelas que me interesan mucho o que encuentro muy buenas (no siempre coinciden ambos factores). Tiene tantos defectos decimonónicos, pero estos defectos nos parecen tales porque ya hemos dejado atrás, hace tiempo, al XIX” (Domingo, 26 de junio 1966)

Durante el desarrollo de estos años a los que se refiere el volumen se publica una obra fundamental, un ensayo sobre el demonio en la literatura actual, que, en un principio, parece que le cuesta llegar a la imprenta y luego le reporta una respuesta muy positiva de público y crítica. Sin embargo, se queja de haber abandonado, hasta cierto punto, su labor poética.

 “Me dicen que escriba poesía. Son varios los amigos que, dándose cuenta de que no hago ninguna desde hace meses y meses, me lo aconsejan. «Tú eres poeta ante todo –me dicen–, ¿cómo puedes abandonar eso?». la verdad es que cada día me cuesta más reanudarla”(Sábado, 8 de abril)

En el plano personal, asistimos a las dudas en el proceso de enamoramiento de Felicidad Blanc, viuda de Leopoldo Panero: “Vuelvo a decirme que en este asunto (y sin olvidarme de las razones del corazón) lo que tengo que poner en trance de acción es la inteligencia” (Viernes, 28 de junio, 1968). Este será uno de los grandes temas que ocupen el corazón y los asuntos de nuestro protagonista más allá de cualquier consideración de carácter amarillista.

Además de seguir la trayectoria de un personaje al que uno acaba por cobrarle cariño, el caso es que ya me he buscado El príncipe de este siglo, La literatura moderna y el demonio, el ensayo al que se le dedican unas cuantas páginas en este diario. Creo, pues, que el objetivo de devolver a la vida literaria a José María Souvirón está cumplido.

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