Liliputienses es capaz de movilizar a lo más granado e interesante, no solo de su catálogo, sino del panorama poético general, para embarcarse en un proyecto tan sugestivo como este. Por orden estrictamente alfabético, van posando los versos de Rosa Berbel, Carmen Camacho, José María Cumbreño (Cosas que me sacan de quicio), Ferran Fernández: “Cuántas coas / no te dije / la noche del adiós // pero aquí y ahora / no quiero desaprovechar / que se me brinda / para mantener / mi silencio”. Pablo García Casado hace una perífrasis del último parte de guerra y Javier Gil Martín compone un soneto perverso (La topor-niz o soneto al estrábico modo). Ángel Manuel Gómez Espada tira de la ironía y no será el único, Carmen Hernández Zurbano: “voy a escribir una oda a la única comida que de verdad me hiciste o bah / no / tampoco es que fuera para tanto además”.
Lara López revisita a Gerardo Diego: “Miércoles, jueves, viernes, no encontrarte, / respiro y al fin ser yo, no merecerme / verte” (No verte [revisited] (A Gerardo Diego, sin su permiso). Después llegan Alicia Louzao (“Fue el viento de levante. O eso me dijeron. / No te lo enseñaron en la escuela. / Que hay cosas que no se dicen si no son ciertas con la verdad de las bolas de cristal en los cuentos del polvo”), Maite Martí Vallejo (Elogio de Ghosting: “Para que una historia local si el centro de todos los sentimientos no es de aquí?”); Itziar Mínguez (“¿Recuerdas aquella vez / cuando me preguntaste / qué estás pensando / y te dije nada? // Pues te mentí /…/ dos décadas después / ya puedo decir / que sufrí”, La hora de la verdad) y Jorge M. Molinero (“Con el impacto / de un meteorito. Así / podría haber acabado / nuestro amor”).
Continúan Andrea Muriel (“Me gustaría que A supiera hablar español / porque es muy raro tener sexo sin hablar / absolutamente nada / aunque a veces es mejor eso / que tener sexo sin querer”); Andi Nachón (“Cariño, / al final sayonara no es un póster si la lista / siempre siempre está descompensada”); Ashle Ozuljevic (“No lo olvides: la humedad ahora es desierto / aún sigue, por la noche, haciendo daño”). Víctor Peña Dacosta, en su ironía habitual confiesa: “Que mi película preferida era otra. / Que no me acabé el Ulises / i fui todo lo fiel que debiera /…/ Que no bebía para olvidar / que me presenté a aquel certamen / y que en realidad votaba al PSOE /…/ Que estuve sin llorar desde la muerte / de mi abuela hasta que tú me dejaste”.
Llegan Jorge Posada, Judith Rico (“Le pondría su nombre a una catástrofe / natural / a un licor de garrafón / a la etiqueta de un tanga / a una peli mala de terror /…/ Su nombre es una mierda, / igual que este poema; / apesta”), Brenda Ríos (“Qué frivolidad es irse del matrimonio / como si hubiera sido / un resort en la playa / una temporada en Italia / paseo en auto”); Juan Romero Vinueza (“el caso es que / puedo enamorarme para / toda una vida en media hora / puedo amar eternamente / durante tres semanas / o quizás menos”) y Luis Sánchez Martín: “Llevábamos meses sin tocarnos: / había bolas de pelusa debajo de los muebles / con más vida que nosotros”.
Y terminan el volumen que combina lirismo y los sentimientos agridulces, Jorgelina Soulet: “Pienso el poema / que voy a escribir / para contarle / que en esta casa / estamos muy bien”; Ballerina Vargas Tinajero: “Te vi, de pronto, como un saco de grasa intentando fagocitarme y miré con ojos golosos el cuchillo de la fruta”; Ismael Velázquez Juárez: “el amor pasa / pero siempre quedará / la antropofagia”; Rocío Wittib: “eso mismo quería decirte yo, mi amor, ya no te amo, que lo sepas”; Laura Wittner y finaliza Ánvar Zúñiga Naime: “afuera todo / ha seguido / derrumbándose // seguro te encantaría”.
Mucho más que un divertimento, un desafío que todos los poetas convocados abordan desde su propia personalidad condensada en un único poema. Para tener siempre a mano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario