Luis Baeza es saxofonista y profesor de literatura y se mueve con fluidez en las redes sociales y los podcasts. Masticar el agua comienza con una cita de Antonio Lucas. No es mal principio. Se divide en tres grandes bloques. La primera, La música en otros cuerpos aborda la manera en la que la música se encarna, se introduce en las entrañas, por debajo de la piel: “La música nos secuestra / su zulo de estridencia” (Su sonido nos moldea).
Son reflexiones líricas de gran certeza, que abren un abismo peligroso al que asomarse: ‘Asustado, el cachorro se agarraba al dedo. / El corazón de la madre en la primera noticia / que tiene el niño del mundo: /…/ ¿Qué habrá sido / de su pasado de agua?” (La primera noticia del mundo); “Podría haber sido el niño / Perplejo ante la línea recta, / dirigiéndose como un deseo secretamente, / hacia el cielo virtuoso de las aves / y los dioses”. Podría, casi en cada poema, aparecer un miedo agazapado, una tragedia oculta, un sufrimiento que trasciende ante lo más cotidiano y su disfrute: “Dejad que me aburra / mientras los otros niños / juegan a alcanzar con violencia / la copa de los árboles” (Petición).
Especialmente cuando toma la primera persona, estas sensaciones casi existencialistas, toman cuerpo: “Serán personas excesivamente tímidas / no, no será timidez / y se esconderá detrás de algunas dudosas certezas: / la poesía, / las teorías filosóficas” (Correspondencias). Se fijan en un paisaje urbano (“La ciudad suspende el tiempo bajo sus paraguas / y los huidos miramos al suelo, / confiados a ese duro cielo de abajo. /…/ La ciudad nos niega / con su orgía de destellos”, Sobre los charcos) y se transmutan a lo largo de la línea de la vida: “Quise que me vieran, / pero solo conseguí la aceptación / del espejo blanco de la madrugada, / desafiante y dispuesto a vencerme de nuevo / con su mordedura trasparente” (Espejos). Se sumerge en la profundidad de la confesionalidad: “inventé gastroenteritis y alergias / para no saltar todavía / sobre las enormes colchonetas /…/ Puse nombre a la incapacidad / para aguantar colgado de las espalderas /…/ La infancia midió nuestra capacidad de ser / animales flexibles / y ligeros” (Como un cuerpo).
Cristal y pájaro, la segunda parte, aborda la necesidad de abrirse al mundo: “No detendrá al agua / la vehemencia de un mordisco /…/ Dejarla pasar / o que nos pase” (Masticar el agua). Una constelación de afectos y miedos: “A veces, acaba el día sin haberlo sentido / y mueren con él, prematuros, / el abrazo tierno del amor, / la sinfonía, el poema” (Noche y estructura); “Se lamentará ese querer no asido por el lenguaje, / huido a través de los raíles del humo, / cuando el tiempo invade los rostros y nos deje / en la piel y en la mirada / el amor clavado / que no supieron asegurarnos el fuego / ni el idioma” (No pudieron el fuego ni el idioma). El amor y la soledad como formas de encontrarse en el mundo, de estar ahí: “Incapaces de afrontar la soledad / la multiplican acompañada” (Amor es regresar a casa); “Me gustaba observar el nacimiento del universo en tus labios, / sentir que eras tú la que ondulabas el mar” (Génesis).
La escritura le permite imágenes muy interesantes, con un lirismo de gran intensidad: “Cuando invoques mi fantasma / ¿desde qué palabra lo armarás? // ¿Apareceré en un poema de Catulo, / en una noticia de sucesos del periódico, / en una página remota de una tesis doctoral?” (Aparición); “Escribirte es rendirme” (Rendición).
La última sección, La sorpresa del erial, profundiza en la confesionalidad (“También soy yo / una grieta que se repite”, Palimpsesto) y en la necesidad de la escritura: “El fracaso del idioma / para nombrar con exactitud / aquello a lo que tanto amamos” (La risa); “Este poema desmiente / todos los poemas /…/ ¿Y si el daño no tiene un motivo / y no viene del magma, ni de los rayos, / ni de la penumbra del océano /…/ y no significa / absolutamente nada?” (Muchas referencias). Un pequeño guiño a las Palabras para Julia: “esperándote tendrás / si acudes a los libros en donde / yo he dejado un rastro, / las palabras de amor más claras” (Canción para Paula). Un repaso al paisaje tras la batalla del amor (“Preguntadme mañana / qué tiene el amor de espejo, / por qué duelen los abrazos / cuando son una deuda”, Preguntadme mañana) y la del tiempo (“Entenderé el adulto que el viaje es / siempre un retorno”, Anagnósis; “al ascetismo le precede la lujuria /…/ Se ha deseado una infinidad aquí cerca” (Ascetismo).
“No quiero que el tiempo actúe
sobre la herida
ni extinga su potencia
/…/
Hay algo que brilla en el interior de la siesta
/…/
Quiero dormir
abrazando a todo aquello que perdí y
que ahora es mío para siempre;
que con oro la mañana rellene
las fracturas y
permanezcan siempre
sobre los años
como antiquísimas ánforas nuevas” (Que no lo cure el tiempo)
Luis Baeza se nos muestra como un poeta en toda su complejidad, lleno de matices y sabiduría poética y vital.
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