martes, 25 de abril de 2023

Reseña de Inmaculada Pelegrín: ‘Todas direcciones’. Hiperión. 2020

 Cinco poemas de Todas direcciones, de Inmaculada Pelegrín - Zenda


Galardonado este poemario con el XXIV Premio Internacional de Poesía Antonio Machado en Baeza. Todas direcciones es una especie de libro de viajes en el que lo cotidiano cobra protagonismo. No siempre es la voz del poeta la suya propia, sino que va adoptando otras perspectivas que configuran un sujeto poliédrico en su devenir. Aviso de llegada recoge la primera parte, que no es el inicio de un viaje, sino más bien la recepción: “Regresar de la desesperación / es un camino largo. / …/ Tan solo te dejaste / arrastrar por la inercia. / Nadie tiene la culpa / de seguir respirando” (Hotel Lutetia). Un paisaje donde Inmaculada Pelegrín intenta localizar exhaustivamente cada rincón y objeto (“Para nombrar el bosque, / propongo enumerar todos sus árboles, / definir los diámetros, / cada lugar concreto, / cada trozo de tierra sobre un mapa”, Mabira Central Forrest) porque, a veces, es mejor dejar correr las cosas (“Hay preguntas que son absurdamente incómodas. // Mejor no investigar en los lugares / donde pudiera estar no sucediendo nada”, A 107. 000 km/ h).

El precio del pasado lo pagamos en el presente, ya sea un castigo (“Atrás quedó la feria con un niño / que, al volver la cabeza, recibió / de su mano vacía / la primera enseñanza”, Primera enseñanza) o en general cualquier experiencia que nos da los materiales para hacernos a nosotros mismos; “Que nos vamos haciendo / a cada paso y con lo que nos pasa, / a tu edad y a la mía / no es ninguna sorpresa /…/ Que sean siempre más las cosas que no dices, / que el silencio le gane el pulso al ruido, / que no pronuncie nadie / la última palabra” (Materiales de construcción). Y no siempre estamos preparados para encontrar lo que necesitamos:, como bien dice en Las fuentes del Nilo :“Uno no sabe nunca cuándo toca el milagro”.

Servidumbres de paso abunda en la idea del pago que hay que sufrir en el transcurso de la vida: “Alguien tiene que hacerlo. / Ocuparse de las cuestiones prácticas: / a este lado los suéteres que llevan al asilo, / a este los objetos de valor. / Hagamos tres montones” (Alguien). Para eso, una buena receta es la distancia para tomar perspectiva: “Nos gusta contemplarla en lo remoto. / Para verlas mejor / algunas realidades nos exigen / de una cierta distancia” (Google Moon). Sin embargo, ni la distancia cura algunas pequeñas heridas que van creciendo: “El vaso resbaló. // Quebró con su estallido / una conversación irrelevante / llenando pedazos de cristal, / de ruido y de reproches la cocina. /…/ A pesar de que es mucho / el tiempo transcurrido desde entonces, / todavía me asombran las esquirlas / que hirientes en las suelas aparecen /…/ Entre tanto el rencor afila sus aristas” (Crack).

En Crónica Nazarí se cuestiona el azar de la memoria, un poeta que asesinó y fue asesinado, sus versos no nos dicen nada al respecto: “La vida del poeta transcurrió hace unos pocos siglos / y, sin embargo, nada parece incomodarle. // El tiempo nos confiere distintas perspectivas, nos insta a la indulgencia. // Posiblemente a día de hoy, todos / habrían encontrado / cualquier motivo / para continuar igual de muertos” (Crónica nazarí).

Con un título de corte nerudiano, Segunda residencia, se interna en la faceta más social, podríamos decir: “Hay cien hombres subidos a una valla, / sentados sobre ella, encaramados. / Balancean su cuerpo adelante y atrás. Esperan su momento. / Muchos llevan rajado el pantalón”. Busca más el otro yo, o mejor, el Yo en el Otro: “Para querer y no / con idéntica fuerza” (E.C.G). A pesar de que, como diría Juan Ramón, los pájaros seguir cantando: “La planta continúa indiferente / a nuestras opiniones” (Plantones).

Volviendo al principio, lo que al comienzo eran los materiales para la autoconstrucción, ahora, “La casa se deshace / bajo el peso del tiempo / y ya no queda nada –o casi nada– / salvable en su interior. / Una caja, tan solo, / con trastos que indultar del cataclismo” (Material de derribo). Un aire de soledad y sufrimiento torna sin rumbo el viaje: “Así como el amor, las cucarachas / suelen andar después / de perder la cabeza / y, describiendo círculos, / pueden apresurarse en todas direcciones”. La conclusión, como Kavafis, el viaje:

“Quizás para vivir te bastaría

hacer como Alejandro.

Encontrar ese lugar

para fundar tu sueño recurrente

en donde los desierto

de la arena y del mar se contraponen.

 /…/

Que la luz de tu faro parpadee

 visible, a toda costa.

 

Mejor no te detengas a mirarla.

 

 Aléjate de allí.

 

No vuelvas nunca”

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