jueves, 1 de agosto de 2019

Reseña de Víctor Peña Dacosta: ‘Obsolescencia programada”. Aerea. 2019


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No han conseguido los años ni el cambio de estado variar ni un ápice los presupuestos estilísticos de Víctor Peña Dacosta. Nacido en Plasencia y residente en Águilas por su labor de profesor de secundaria, no deja de lado su tierra encargándose de la edición de Diáspora: poetas extremeños en el “exilio” (Liliputienses, 2019). Este es su tercer poemario independiente después del prometedor La huida hacia delante (La isla de Siltolá, 2014) y la madurez de Diario de un puretas recién casado (Liliputienses, 2016). Bajo el expresivo título de Obsolescencia programada conjura la rabiosa actualidad en temas con vocabulario en el que se entremezclan de manera natural los términos más contemporáneos con la factura clásica.
Uno de los rasgos más característicos de Víctor Peña es su sentido de la ironía: “El terrorista suicida llevaba / puesto el cinturón de seguridad” (La vida moderna). La reflexión irónica y los recursos posmodernos como el corta y pega, en el caso de Facebook) o Una educación sentimental que consiste en un collage con los títulos propios y extraños, música y películas. Otro de sus recursos más posmodernos: Nosotros somos un hombre (Featuring César Vallejo), con el que tengo tanta conexión. Con la ventaja de que, superada la primera sonrisa cómplice, el proyectil estalla su carga poética y su verdad y su tristeza: “Y siempre, lo reconozco, / he tenido miedo de desertarme / y comprobar que todos mis recuerdos / son solo el reflejo de cómo / imaginaría la vida en sueños / un chaval de, pongamos, siete años” (Configuración personal).
Los poemas dividen sus argumentos en dos direcciones. Por un lado, la actualidad, como “Todo es to es falso salvo alguna cosa” (Posverdad). Estos poemas son los, en principio, afectados por la obsolescencia programada. El autor los ha escrito pensando para no durar. El otro núcleo temático es el propio autor, tomado como un personaje, una ficción, como en (Autorretrto). Realmente uno de los temas preferidos es mortificarse y despotricar ácidamente de sí mismo: “Soy un nihilista (léase mamarracho) / con estudios: uno de esos idiotas / que se morirán al estrangularse / mientras se masturban, luchando / por sentir algo más que el resto” (Memento mori). Ambos caminos terminan confluyendo –aunque no podemos olvidar que no siempre la primera persona identifica al autor de los versos–. Es el caso del Himno generacional (“Nosotros inventamos las series de culto”).
Podríamos calificar la poesía de Víctor Peña como sociológica (“Abandonar tu zona de confort / antes de que gentrifiquen el baño” Coaching) con capacidad para moverse con soltura entre la gran cultura y el lenguaje de los medios. Una especie de Esteban Hernández en verso (Suplicarás clemencia). Es también un Black Mirror irreverente. Podemita crítico: “el cielo no se toma por consenso / ni tampoco se toma por asalto: / si acaso, se toma traicionándote / y cediendo ante los poderes fácticos” (Política: manual de instrucciones). Y tanto en la disposición de los poemas como dentro de éstos vemos el recurso al contrapunto tan efectivo. Ofrece retratos prototípicos: Ni al odio ni a la enseñanza, Campus fugit. Y siempre es ocurrente y gamberro, irreverente.
La segunda parte, Balconings recuerda en cierta forma la vida nocturna, como Historia de un alma, pero con mucha menos filosofía: “Vivo en los extremos: me gasto todo / mi dinero en spa y cocaína” (In media veritas); “Saber que no le va a servir de mucho / llevar la nada de nada. / Pero sigue pidiendo más” (El vacío). No es de extrañar la aparición en los poemas de sustancias psicotrópicas como la stoniana La pequeña ayudita de mamá, o Metafísica. Tampoco debe faltar el alcoholismo (Desintoxicación, Deshabituación).
Víctor Peña sabe dar en el clavo y utiliza con maestría el humor y la actualidad para trascender la denuncia: “(La vida es eso que pasa / entre el primer y el último balconing)” (Brigadas Internacionales). Pareciera que lo cómico es simplemente tomarse a chufla lo político (Escrito a cada momento), pero hay un poso muy ácido detrás, muy desencantado y crítico: “Lo fácil que es levantar el puño un rato. / como si fuera en serio” (Cabeza y corazón). Una ironía desencantada: “Que era todo mentira. // Que teníamos razón” (Cosas que hubiera estado bien saber antes de la revolución). Como en los discos de rap con muchas colaboraciones y altas dosis de sustancias, se corre el peligro de ir dejando cosas chistosas que nos hacen gracia en el momento y se convierten en insoportables a la tercera escucha. Tantas referencias del poemario hacen difícil su eternidad, es una obsolescencia programada, un aquí y ahora. Contra la voluntad de eternidad. Por esa valentía es más recomendable este libro, porque hay mucha poesía y buena poesía en cada una de las páginas: “Perdimos la Guerra Civil. Perdimos / la Transición, perdimos lecciones, la vergüenza y el neocapitalismo. // A ver si ahora al menos ganamos (aunque sea la luz o el relato” (La Revancha). Siempre irreverente:
“A veces me imagino a Dios
como una especie de empresario de éxito:
a estas alturas más vago que corrupto,
amante de la buena vida, algo golfo
y sin ninguna intención de preocuparse
de nada que no sea él mismo” (Un palco sobre la nada)
Puede darle la vuelta al protagonista de Historia de un alma, de Praena. Puede, en Insomnio hacer un homenaje a los Hijos de la ira, (featuring Dámaso Alonso) y mirar la poesía como un objeto extraño. Y, a la vez, tomar su propia biografía –ficticia o no– como materia poética: “Quizás su filosofía se resuma / en aprovechar los buenos tiempos / y no perder un segundo en lecciones. // La vida, al fin y al cabo, no es más que un plato (que, a veces, por suerte, está lleno” (Perro burgués). Soberbio en Autobiografía un cruce imposible entre Sympathy for the Devil y el Gloria de Patti Smith
                                “ Yo voté a Reagan por miedo al comunismo.

                                  Pasé delante del cadáver de Franco
                                  y aparqué en la Via Caetani
                                  la noche que llevaba el cuerpo de Moro.

                                    Cuando hizo falta grité: “a Barrabás”
con toda la fuerza de mis pulmones.

Yo fui uno de los campesinos
que denunciaron al Che
y los suyos. Y también estuve
entre los guardias civiles que intentaron
tirar al suelo a Gutiérrez Mellado.

Yo vi a un tirador en la loma de Dallas
pero no dije esta boca es mía.

Me chivé de mis vecinos judíos
escondidos en un falso techo.
Pero lo hice porque tenía miedo.

No me mires así: tú habrías
hecho lo mismo.

Zweig murió por los pecados de alguien
pero no por los nuestros.” (Autobiografía)
La parte IV se titula Españolía y comienza con Las banderas descreídas. Después llega el Tríptico español: “Mi suegra va a misa cada domingo / y a mí me gustaría creer, al menos, / en Pablo Iglesias”. La crítica continúa con un poema encontrado entre las declaraciones de M. Rajoy (Y mucho españoles) para seguir con la guasa: “España, dame algún me gusta en Facebook. / Retuitame, que no te cuesta nada” (Lástima que fuera mi tierra). La reflexión sobre la patria le lleva a contrarrestar a Allen Ginsberg con Suspiro, un Howl revisited. Poniendo los pies en la tierra dedica poemas a sus héroes, Fernando Torres o Luis Aragonés: “No sé por dónde iba. Acabo: / mi patria son mis alumnos y las pecas de mi novia” (Tengo el país que merezco)
                En el último poema, tan premonitorio, aprovecha para ironizar con The Beatles en el título, pero avanza el que será el próximo capítulo en su trayectoria vital. Mucha suerte y enhorabuena por el futuro:
                                    “Quizás algún día me convierta en mi padre.
Tal vez el futuro sea yo” (Campos de fresas a ratos)

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