viernes, 11 de octubre de 2019

Reseña de Alfonso Brezmes: ‘Ultramor’. Renacimiento. Col. Calle del Aire. 2017


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Hablar de Ultramor de Alfonso Bezmes con tanto retraso obedece, sobre todo, a compartir la sobrecogedora belleza que se encuentra entre sus páginas. Abre con lo que podía parecer una queja ante la imposibilidad de la expresión verdadera, ante lo inefable de la verdad y se enfrenta con ironía: “Escribo para traductores, para locos /…/. Puede que alguna vez acierte sin saberlo”. Brezmes es un poeta sobrio, elegante.
“Lo que ves aquí no es lo perdido,
es lo que queda después del huracán.” (Pregúntame)
No se puede negar un tono confesional, de conversación, de tú, que no le impide el tema filosófico: “No sé bien por dónde empezar. Verás, la realidad no existe, / pero existe su posibilidad, y eso / es lo que mantiene al mundo en vilo” (El mundo en vilo) y cierra “Verás, no existe la realidad: es su deseo el que la hace posible, / pero al menos estamos juntos / en el sueño de un dios muy borracho / que acaba de quedarse dormido”. En El primer poeta recoge la herencia platónica del poeta como embaucador: “así fue cómo el primer poeta inauguró / con palabras de miel la época del ruido”, así que, “Qué insensatez la tuya de leerme” (Proustiana).
                Dejando al margen estas consideraciones previas, el poeta se sumerge en las relaciones humanas: “Donde he perdido algo / lo perdido me llama / y algo de mí llama a lo perdido” (Perdido). El tono se vuelve aún másreflexivo: “No es verdad que el tiempo nos destruya, / ni que contemos nuestras horas / como un avaro cuenta su oro pobre: / son ellos los que nos cuentan a nosotros” (Maneras de despertar de un sueño). Catulo sonríe al escuchar su eco.
“Elegí para vivir este desorden,
esta ciudad de invierno, esta tundra
de edificios grises, como augurios,
para poder soñar lo que me falta:
aquella isla, la luz, sus arrecifes,
en donde brilla oculto ese tesoro
que un día enterré junto a mi infancia” (La isla)
El oficio de poeta, en estas páginas, es tanto la expresión de un yo que siente y que reflexiona sobre lo que le circunda, lo que anhela y lo que le espera tanto como un medio para conectar, para sentirse acompañado: “Hoy no quiero escribir para escuchar / el dulce percutir de las palabras / armas cargadas apuntando / al corazón de todos los silencios” (La llamada). Con la misma insistencia neoplatónica con la que Juan Ramón interrogaba, el poeta sabe que “Los nombres que regresan a las cosas” (La llamada) y que las palabras tienen un poder de conjuro que conmueve (“Escribo para que lo otro sea esto, / para que las cosas cambien de lugar / y las viejas historias recuperen / la frágil densidad de lo posible”, A la que sueña) y que protege (“Así viaja la luz / por esta casa sin puertas / cuyos muros son palabras: / iluminando unos cuartos, / tras dejar otros a oscuras”, La casa sin puertas). No es de extrañar que venga a acompañar Borges, pasando de Dios a Homero.
 “Es la belleza, estúpido –me digo–.
Y lloro” (Je crois entendre encore)
Predominan los paisajes urbanos, domésticos incluso: “Me dan miedo los espejos, esos será / que, después de hechos añicos, / siguen siendo cada uno en cada trozo. // Se parecen demasiado a un corazón” (La memoria herida). Estos paisajes, son el marco para el sueño y el despertar, la metáfora de la vida y la conciencia, la realidad y la imaginación, la realidad y el deseo, el recuerdo, la niñez: “Cuando comprendí que era cierto / como la vida misma, salí huyendo / de la realidad y sus disfraces, / y cerré suavemente los ojos / para poder volver a soñarla” (Ensoñación). Una necesidad subyace entre los versos, la de asirse al mundo de manera etérea: “Yo no estoy, yo voy, / y ese es mi estar en el mundo. // Como esas plantas que crecen hacia abajo / para poder echar raíces en el aire” (Hipermetropía); “Creí en cosas que no pudiera tocar, / pues el deseo no conoce / la rara condición de lo tangible” (Arte de cetrería). Alfonso Brezmes participa de la fragilidad de la existencia como esencia de la propia existencia y suspira como Alberto Caeiro, “Pero tampoco importa” (No sé).
La condición de poeta –y de sujeto– es la del desdoblamiento, sujeto escindido en varios poemas: “Hace tiempo que se ha ido / el hombre que escribía mis poemas /…/. Hace mucho que no ha vuelto / el hombre que un día quise ser” (El hombre que escribía mis poemas); “Mirarte al espejo / y no reconocerte” (El doble). De nuevo el ambiente borgiano de los espejos (“El precio de lo impar es despertar / y no verse reflejado en el espejo”, Las casas impares), aunque me gusta especialmente la conexión de poemas como Vértigo con poetas como Juan Peña, tanto como el recurso a las fábulas: Fábula, La casa… Homenajes a Poe (Nevermore, El paquete), a Kafka: “Me dije: La literatura siempre vence”, Lewis Carroll: “Inventé este país para salvarme” (A través del espejo);  Alicia y el sombrerero loco (Respuesta a un acertijo embrujado).
La simbología de la luz se hace muy patente entre estas páginas: “Fue como la luz: / algo tan evidente / y al tiempo tan oscuro, / que me hizo ver / y no supe quién era” (Claroscuro); “Al despertar, la luz / de nuevo nos confunde: / no hay nada que temer; / los fantasmas no existen, / amor, porque nosotros / somos los fantasmas” (Nos otros).
En la segunda parte, Corazón que presiente, encontramos una especie de oración, Invocación. Ella es, por su parte, una lista de misterios y deseos. El territorio limítrofe entre el sueño y la vigilia es el paisaje donde se sitúan versos que cuestionan la percepción de la realidad y la trascendencia: “La realidad nos encontró despiertos” (La pregunta), “En el silencio exacto de la noche / todo lo que no soy yo / llega a mí y me señala, / reclama su lugar en mi hendidura” (Nocturno invertido); “El riesgo del deseo es despertar / y no haber regresado desde el otro” (Mientras); “Ahora viajo con el peso invisible / del recuerdo, ese extraño pasajero / en este tren que viaja  hacia el ayer, / sentado en un asiento de tercera” (La fortuna de Sísifo); “Así el deseo –ese topógrafo cojo– / dibuja sus mapas a oscuras / cuando las casas aún duermen, / y en cada lecho del mundo / deja una cruz con un nombre, / para que siempre estemos allá / donde otro nos sueña, / y nunca estemos aquí / donde nadie nos nombra” (Topografías). Es la memoria quien posibilita esos saltos del tiempo, la identificación del yo que siente y anhela: “habla, memoria, cuéntame / otra vez mi vida y levanta / sobre el árido solar de las ruinas / el castillo encantado en donde sea / el nuevo hogar de tus apariciones” (Donde muere el olvido). Pese a reconocerse propio de la oscuridad, Alfonso Brezmes lucha por encontrar balizas para orientarse: “Aprendí a escribir en lo oscuro, / a yacer callado en las palabras” (Aviso para navegantes); “En ese lugar, en ese instante, / que sabes que el viaje ha comenzado, / porque tú eres ahora el horizonte” (Alguien). Es la búsqueda la que da sentido a la escritura y a la vida. En su hermoso poema dedicado a Abelardo Linares sostiene:
“Todos los poetas han muerto
en una epidemia selectiva,
el mundo ha vuelto a creer
en lo que no precisa ser cantado,
y la belleza consiste ahora en escuchar
cómo algo se escribe dentro de nosotros,
mientras en las ruinas de antiguas bibliotecas
los pájaros se posan en silencio,
con la emoción apenas contenida
de aquello que está a punto de decirse” (Después de todo)
Ultramor es el poema que da título al libro y se ancla en la atmósfera del Lorca de Poeta en Nueva York. Con este poema Brezmes completa el círculo que transita del yo al nosotros, de la mirada del sujeto a las sujeciones de cada individuo, envuelto en la música de una ciudad despiadada en la que, tras el elemento aparentemente inerte de ladrillos y cemento, asfalto y luces, palpita una vida que sufre y trasciende.
“Hay suburbios, ciudades y piscinas donde duermen los niños vagabundos
 y un museo muy blanco del que escapa
un pequeño ladrón de guante negro
que lleva bajo el brazo tu retrato” (Ultramor)
Hay obras a las que volver en diferentes ocasiones para gozar de los matices y recrearse, con el paso de los años, en la melodía sabia y emocionante de un poeta con mayúsculas.

2 comentarios:

  1. Así lo leí yo:
    http://mequedaresinentenderlo.blogspot.com/2018/01/ultramor-el-mundo-en-vilo-de-alfonso_26.html

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  2. Así lo leí yo:
    http://mequedaresinentenderlo.blogspot.com/2018/01/ultramor-el-mundo-en-vilo-de-alfonso_26.html

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