domingo, 22 de marzo de 2020

No tenemos remedio


No quería escribir nada relacionado con el Covid, porque ya anda uno un poco saturado. Imagino que como todos. En el confinamiento uno pasa las horas teletrabajando, leyendo, aprovechando para otras cositas y viendo memes y comentarios por las redes sociales. Como no podía ser de otra forma uno se tropieza con opiniones feroces. Y, como tampoco podía ser de otra forma, sobre objetivos diversos. Todos tenemos motivos de queja, está claro. Pero también nuestras fobias y nuestras filias que transpiramos como hinchas de fútbol.
                He notado, con sorpresa, el rechazo muy enquistado hacia Fernando Simón, un hombre, a primera vista, tranquilo y bien informado. Lo recordaba de la crisis por ébola, cuando transmitía la tranquilidad de un experto que sabe de lo que se habla. Su currículo así lo muestra y es significativo que haya estado con gobiernos del PP y con los del PSOE. Pues a pesar de todo, encuentro muestras enconadas de animadversión. Normalmente asociadas a personas situadas en el espectro de la derecha, aunque no todas, por supuesto. Alguna gente que, me da la sensación, tiende a matar al mensajero. Pero, claro, esa es mi impresión.
                Por supuesto que la gestión de la crisis es manifiestamente mejorable, pero también hay que tener en cuenta, y creo que todos somos conscientes, de que esta es una eventualidad para la que no estábamos preparados ningún país. Y es triste que no, porque los servicios de inteligencia y de protección deberían tener esas cosas más claras y planes más o menos explícitos al respecto de contingencias graves.
                Ya habrá tiempo de depurar responsabilidades. Me temo que la caída de la izquierda va a ser tan memorable como la de ZP. Y de nuevo tendremos al PP, en solitario, seguramente, alcanzando cotas similares de poder en ayuntamientos, comunidades autónomas y en el gobierno central.
                Por otra parte, como ya comenté en una ocasión, cuando estaba esta crisis muy incipiente, la respuesta de los medios y de la población, en general, es bastante llamativa. Me llamaba la atención que se difundieran a la vez tantos mensajes contradictorios, por un lado, una alarma extrema –como alarma extrema sobre el ciberacoso, los okupas o la droga en las ciudades–; y por otro, una actitud de superioridad ante esa alarma, un descreimiento para los que eran exageradamente catastrofistas. Y, claro, ahora llega el momento de tomar decisiones drásticas y nos preguntamos por qué no se tomaron antes. Difícil prever cuál es la mejor respuesta y bastante incierta la aceptación de la población ante la disyuntiva. Seguro que se alzarían voces contra el gobierno y los responsables por alarmismo y deriva comunista. Un contacto en las redes comentaba la situación que había vivido en su centro de trabajo, una universidad, acusando al gobierno de Pedro Sánchez de cerrar los centros educativos cuando había sido la Comunidad de Madrid la que había tomado la decisión. Los malos siempre serán los malos.
                Por todo eso me parece que la figura de Jesús Candel, Spiriman, es tan representativa. Este personaje saltó a la palestra por su lucha denodada contra los recortes en sanidad del gobierno de la Junta de Andalucía, entonces presidido por Susana Díaz. Sabemos también que fue juzgado por insultar a la presidenta y por ser expedientado por el Colegio de Médicos, muy probablemente como represalia por su actividad extra-sanitaria. En estos momentos es uno de los rostros más conocidos en relación a la crisis por el coronavirus.
                Spiriman comenzó lanzando vídeos, en su tono bronco –y, por ende, sincero– contra el alarmismo de los primeros momentos. Un “virus de pacotilla” decía en uno de esos vídeos. Y acusaba a las personas mayores que estaban más gravemente afectadas de no haberse cuidado, de fumar o no hacer una vida sana. Uno de esos típicos profesionales que se dedica a reñir. Ahora, cuando la pandemia nos ha confinado, Jesús Candel cambia su discurso y abronca a la población –eso no cambia– que sigue saliendo a la calle y no respeta la orden de permanecer en casa. Podíamos decir que tiene la fe del converso.
                Si tuviéramos buena voluntad pensaríamos que al principio intentaba evitar el pánico, como el que se vivió en la Guerra del Papel Higiénico, y que ahora trata de concienciar a los jóvenes y al resto de la ciudadanía: “Iros al carajo”, recomienda.
                Creo, sinceramente que este personaje (me refiero a la parte pública, no a la crítica a la persona o al profesional) es muy simbólico. Es una manera de enfrentarnos a las cosas de manera errónea: los mensajes contradictorios. Lo más sensato hubiera sido un único plan. En el caso de las discrepancias dentro del gobierno, parece que está claro, pero también, por ejemplo, haber sido prudentes a la hora de informar sobre el virus de Wuhan, sin alarmismos. Pero eso hubiera sido nefasto para la programación televisiva que se alimenta de tragedias y de asustar a la población con debates con altísimos decibelios. Después, cuando hubiera llegado el problema a España, entonces ser moderadamente cautos a la hora de recomendar las medidas para que, lo antes posible, se hubiera procedido al estado de alarma y al confinamiento.
                Hemos reproducido el cuento de Pedro y el lobo. Propagando el temor antes de lo necesario y cuando fue imprescindible actuar, todavía quedaba gente anclada en el mensaje contrario, en el desprecio al peligro, creyendo que esto no era más que una gripe, que no tenía tanta importancia, que se podía ir uno de vacaciones o seguir con sus rutinas. Los primeros acumularon papel higiénico, los segundos acumularon riesgos innecesarios. Ambos con la excusa de seguir lo que en los medios, los tradicionales y los de las redes, iban diciendo según su propio discernimiento. (Y no saquemos el tema de los conspiranoicos de todo signo. A esos no los cambia nadie.)
                Así se hubieran evitado las críticas de exageración y alarmismo a la vez que procurado evitar las de pasividad o directamente de irresponsabilidad por permitir las marchas del 8M, de los eventos deportivos o festivos. Sólo alarmar cuando hay motivo de alarma. Por supuesto, eso implicaría renunciar al miedo como forma de control social total para reducirlo al uso legítimo con fines de atender al bienestar social.

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