domingo, 15 de marzo de 2020

El póster del Che. Hispanoamérica en el imaginario político español


Alberto Díaz, Korda, regaló a toda una generación algo más que una imagen de un guerrillero heroico. Su fotografía del Che Guevara se convirtió en un lugar común, una especie de uniforme, una marca de identidad ineludible para los movimientos sociales progresistas al mismo nivel mítico que el Mayo Francés. Parte de su éxito se debe, indudablemente, a la calidad icónica de su realización y en parte al trabajo de inspiración warholiana de Jim Fitzpatrick que simplificó sus rasgos para una mejor distribución en todo tipo de soportes, posters, chapas, merchandising. No todas las fotografías del Comandante han supuesto una apropiación tan grande. Ni siquiera las de su cadáver de Marc Hutten que tienen tanto del Cristo de Mantegna. La fotografía del Che se ha utilizado como estereotipo y reutilizado, parodiada para que otros personajes ocupen su lugar. Desde el expresidente Aznar a los dibujos animados, Mickey o Peter Griffin de Family Guy.1
En los turbulentos años de la Operación Cóndor, las revoluciones en América Central y Sudamérica llegaban a Europa cargadas de simbolismo antiimperialista. En España, el tardofranquismo y la Transición se nutrieron de los imaginarios tanto como de las aportaciones teóricas provenientes del otro lado del Atlántico. Copias clandestinas de Marta Harnecker para comprender los conceptos básicos del materialismo histórico enseñaron a muchos una visión –muy parcial, por supuesto– del marxismo en los tiempos anteriores a la Tercera Vía. El romanticismo de los revolucionarios sandinistas nicaragüenses o de los maoístas de Sendero Luminoso fascinaba a la multitud de corpúsculos de izquierdas que proliferaban a finales de los años 70.
En aquellos momentos, el 11 de septiembre significaba la tragedia de Chile, el golpe de Pinochet y las atrocidades en el Estadio Nacional. Las dictaduras del Cono Sur así como las llamadas repúblicas bananeras donde los espurios intereses norteamericanos entronizaban a sangrientos caudillos como el Trujillo de Vargas Llosa (quién lo ha visto y quién lo ve), Somoza, los escuadrones de la muerte que asesinaron a monseñor Romero, la contra y tantos otros ejemplarizaban la brutalidad del capitalismo en lucha encarnizada contra el bloque soviético. Se miraban con simpatía los movimientos llamados de liberación y, hasta cierto punto, se veneraba el régimen de Fidel Castro como símbolo de la resistencia al imperialismo yanqui.
No podemos decir que desapareciera del todo, pero la irrupción del neoliberalismo de Thatcher y Reagan y el fin de la guerra fría modificaron sustancialmente el fervor con el que se miraba hacia el Atlántico. El prestigio de la Teología de la Liberación (teoría de la liberación decían muchos) sufrió el ataque definitivo del papa Wojtyla, apartando y condenando, Ratzinger y la Congregación de la Doctrina de la Fe mediante, a los jesuitas españoles y brasileños. El imaginario de las comunidades cristianas de base y el Concilio Vaticano II habían sintonizado fácilmente con estas doctrinas del oprimido.
Las estrategias geopolíticas del mundo tras la caída del Muro de Berlín mantienen aún la dicotomía Norte/Sur y, para los españoles, están más cerca las aportaciones teóricas de las diversas escuelas sociológicas, políticas y geográficas provenientes de Hispanoamérica, aunque el prestigio académico sea inferior a las publicaciones anglosajonas y, en menor medida, francófonas. Las llamadas epistemologías del Sur tienen un amplio seguimiento en determinadas facultades más concienciadas y críticas.
En las ciencias sociales, por otra parte, se puso de moda el concepto de “transición” que se aplicaba a los modelos que pretendían explicar el paso del feudalismo al capitalismo o de la dictadura a la democracia (franquista o soviética, ¿qué más da?). La mitificación de la “inmaculada transición” española (expresión de Gabriel Albiac) otorgó cierto prestigio y magisterio a los políticos españoles a la hora de encauzar el paso de los regímenes de Videla o Pinochet a unas democracias modernas, sin necesidad de revoluciones ni alteraciones del poder público.
En los últimos años, en cambio, se ha producido un curioso fenómeno en España que ha puesto de relieve la cualidad de “espejo” que pueden poseer los acontecimientos políticos en ambos lados del océano. Al margen de las políticas neoimperialistas que puedan ejercer algunas empresas transnacionales españolas en países como Argentina, Bolivia o Venezuela, y al margen también del escarmiento económico de los “corralitos” para la política postperonista y postdictatorial, países como Ecuador, Bolivia, Chile y, sobre todo, Venezuela cobran repentinamente un protagonismo inédito.
El fenómeno tiene orígenes diversos y estalló a raíz de la crisis de 2008. En Madrid la expresión de “indignados” asumió la obrita de Stéphane Hessel y se convirtió en el movimiento de ocupación de las plazas públicas, como Sol y tantas otras. Era la protesta del 15M. El campamento sirvió como ejemplo a muchos otros movimientos sociales, quizás los más famosos fueron el Occupy Wall Street o la Nuit Debout. Como todo movimiento social tiene una concurrencia compleja, pero es indudable la utilización de aportaciones teóricas sobre un nuevo populismo de Chantal Mouffe y del argentino Ernesto Laclau. La irrupción de estos movimientos sociales en política cristalizó, según el relato más común, en la aparición de partidos que decían superar la clásica dicotomía izquierda/derecha y que aspiraban a una mayor democracia dotando al concepto “populismo” de una nueva significación alejada del neoperonismo de Kirchner o de Daniel Ortega.
Los avatares del movimiento bolivariano de Chávez y Maduro se convirtieron en estrellas mediáticas para las tertulias y la prensa españolas por sus contactos con los profesores de la Universidad Complutense de Madrid que lideraban un partido político populista que, en cierta forma, asumía el movimiento 15M. Podemos cogió descolocados a los comentaristas políticos y los think tanks de los grandes partidos del bipartidismo imperfecto de España. Desde el punto de vista de un politólogo, fueron muy interesantes los diversos intentos frustrados de crear un argumentario crítico que sintonizara con las audiencias. En la actualidad, con la creación de un gobierno de coalición entre PSOE y Unidas Podemos, ya se ha normalizado el imaginario de unos y otros, y estamos en la situación en la que cada líder, cada tertuliano, cada opinador solo habla a su parroquia agrupada en burbujas que tanto amenazan a la democracia (Cass Sunstein).
Uno de los puntos más claros de referencia fue la implicación de Juan Carlos Monedero o Pablo Iglesias con el régimen chavista. Una ofensiva por parte de cierta prensa autodenominada liberal insistía, a pesar de que los tribunales desestimaban cada denuncia, en la financiación fraudulenta del dinero venezolano a Podemos en un intento de deslegitimar a la incipiente formación política. A día de hoy, tras la turbulenta caída de Evo Morales, la prensa española insiste en las conexiones del partido de Pablo Iglesias con el régimen boliviano. La estrategia no es original ni, mucho nos tememos, exclusiva de un grupo político. De vez en cuando salen a la luz financiaciones y ayudas de partidos extranjeros, de gobiernos foráneos, de grupos empresariales concretos a partidos políticos de cualquier punto del espectro. La novedad está en la conexión en el imaginario entre las vicisitudes del régimen de Maduro con las consecuencias que tendría llevar a cabo las políticas propugnadas por el grupo morado.
De igual forma que el ejemplo cubano de resistencia alimentó el imaginario de posibilidad para un sistema comunista, la crisis del régimen castrista, el periodo especial, las penurias y la crisis económica que lleva sufriendo desde la caída del bloque soviético son las pruebas para demostrar la ineficiencia de otro tipo de política. El fin del comunismo es el fin de la socialdemocracia y la advertencia del peligro de cualquier intromisión del Estado en asuntos económicos en el mundo de la desregulación y el capitalismo financiero.
Desde el punto de vista de España, Venezuela sufre también un proceso similar. Sirve de ejemplo para algunos grupos progresistas. Valgan las alabanzas de Pablo Iglesias al régimen chavista en diversas ocasiones y valgan también las referencias a la situación de bloqueo y amenaza exterior que comparten los dirigentes bolivarianos y las explicaciones de cierta izquierda para el colapso económico de Venezuela. Y, en el extremo opuesto, Caracas es el espejo donde comprobar la atrocidad del chavismo y, por extensión, del proyecto político de Podemos. Mientras más clara quede la escasez y la falta de abastecimiento de los ciudadanos, mientras más dura sea la represión política de los opositores, mientras más contundente sea la represión policial bolivariana, más desacreditado estará Podemos, y, por contagio, los socios de Podemos.
Independientemente de la durísima realidad venezolana y de las responsabilidades que puedan tener los actores nacionales y extranjeros, el imaginario político español se nutre, en gran parte, de la simplificación de Venezuela. Chavista se ha convertido en uno de los insultos preferidos por la derecha más ultra en España. Se convierte en un lugar común para los humoristas de izquierda recordar la falta de noticias sobre Venezuela cuando la situación política española no tiene que sufrir las amenazas del fantasma podemita.
No es la primera vez que la política venezolana interrumpía la política local española. Por qué no te callas. Esa fue la expresión, con evidente falta de diplomacia, incluso de educación, que utilizó el entonces jefe del Estado, el rey Juan Carlos I contra Hugo Chávez en la Cumbre Iberoamericana de jefes de Estado y de gobierno de 2007. La confrontación  fue muy sintomática. Chávez estaba denunciando la intromisión del gobierno de Aznar en el golpe de Estado que había pretendido derrocarlo y Rodríguez Zapatero, defendía en cierta forma, al expresidente popular. El rey interrumpió a su vez. No era un gesto habitual, al contrario, la fama de Juan Carlos tendía a considerarlo como cercano, “campechano” es el epíteto más recurrente. Y quizás fue esa campechanía la que le granjeó el aplauso de gran parte de la opinión pública en España, obviando que es impropio el tono entre jefes de Estado. Precisamente eso fue lo que le valió a Chávez como medalla en el enfrentamiento dialéctico. Ante los suyos fue el héroe que se enfrentaba a la metrópolis colonial.
El expresidente Correa también se ha visto inmerso en los vaivenes de la política española y, como decíamos antes, este lugar está siendo ocupado por Bolivia en la actualidad y se puede asignar la pertenencia a una ideología política simplemente por la expresión para referirse a los acontecimientos en La Paz. Para unos es un golpe de Estado, para otros, un gobierno legítimo.
Otro de los espejos en los que se mira el imaginario europeo mainstream es en el significado de Jair Bolsonaro tanto para la ultraderecha española como para los movimientos sociales de signo progresista. Para estos últimos, la caída de Lula y el ascenso del neofascismo son ejemplos de cómo el capital y la mentalidad ultraconservadora abortan cualquier avance en el terreno social. Son un peligro para su propio pueblo por sus ataques a las comunidades indígenas y para el resto del planeta por el aliento que dan a la desaparición de los bosques amazónicos. Pueden ser también muestras de la ridiculez del pensamiento cristiano conservador a la hora de plantear la evolución o la diferenciación de género. Y son un aviso por las amenazas a los intelectuales y a cualquier pensamiento de izquierdas en general. Los modos nada diplomáticos, como los del presidente Trump, no hacen sino añadir motivos para la alerta. La derecha española, como sucedió en cierta forma con Obama y con Trump, no toma posiciones por sintonizar plenamente con las políticas de Bolsonaro o Trump (de hecho, están más cerca de las propuestas de Obama). Las derechas españolas reaccionan contra la posición progresista en estos temas. Si la progresía teme a Bolsonaro, en lugar de compartir las muchas críticas que se le pueden hacer al nuevo gobierno brasileño, prefieren no opinar. Consideran que apoyar las denuncias sería doblar la cerviz ante lo que llaman la dictadura progre.[1]
No se pueden negar, sin embargo, ciertos puntos de contacto, ciertas afinidades entre la ideología conservadora, que niega la distinción entre género y sexo (la denominada ideología de género) o que es partidaria de la desregulación económica, que considera secundaria la conservación del medio ambiente y niega el cambio climático. Sin llegar, por supuesto, a legitimar los ataques a activistas que se van sucediendo en muchos lugares de América central y Sudamérica, no solo en Brasil.
De México se dice mucho menos. Más que la avalancha de feminicidios o de la lucha contra el narco, es la emigración el tema candente sobre el que opinar y posicionarse. El famoso proyecto del Muro de separación es anhelado por cierta parte de la derecha española que comparte la visión negativa y catastrofista de la inmigración.
La izquierda ha gozado del prestigio del líder uruguayo José Mujica. Un ejemplo de austeridad personal y políticas arriesgadas en el plano social. Muchas de las medidas implementadas desde su gobierno no solo son deseables desde este punto de vista, son muestras de un sentido común diferente del que la derecha española suele utilizar. En el imaginario no es preciso que se conozcan a fondo las propuestas o sus resultados, basta con que trasciendan declaraciones contundentes para convertirlo en un referente a este lado del Atlántico. Sin embargo, no siempre ha sido elogiable, por otra parte. En una reciente entrevista suscitó una gran polémica con sus opiniones sobre el movimiento feminista que luego tuvo que matizar y desdecirse.
Para el feminismo, ha sido Chile quien está marcando la pauta en el imaginario y sus prácticas. Además de las protestas contra el sistema educativo, este último otoño han sido noticia las revueltas motivadas por el alza en el precio de los servicios de transporte y la brutal represión. Junto con los Chalecos Amarillos en Francia o las revueltas de Hong Kong, estas protestas marcan una nueva oleada de movimientos sociales. En 2018 pudimos hablar de una revolución feminista en Chile. La cristalización del Me Too y del Ni una Menos en una Tercera Ola de Feminismo, con movilizaciones físicas y virtuales, con la viralización de “Un violador en tu camino” creado por el colectivo chileno ‘Las tesis’. Es importante recalcar cómo elementos muy concretos de la realidad chilena se convierten en globales: la banda negra sobre los ojos representa a los heridos oculares por escopetas antidisturbios; el pañuelo verde simboliza la lucha por el aborto legal; las sentadillas hacen referencia a que, cada vez que son detenidas por un policía son obligadas a hacer estas flexiones, muchas veces desnudas.
Haciendo, pues un somero repaso a la actualidad de los periódicos más generalistas y al imaginario subyacente en el público no especialista, es innegable la fascinación que ejercen ciertos movimientos sociales y las connotaciones positivas y negativas de quienes realizan la política en Iberoamérica para los que estamos al otro lado del Atlántico. Seguro que se pueden encontrar muchísimas otras referencias, muchos más casos de contactos teóricos y prácticos, de la interrelación, imaginaria o real, porque a efectos del juego propagandístico, tanto da. Sean iconos como la imagen del Che.

NOTAS:
2 “Y la culpa no era mía ni donde estaba ni cómo vestía. Y la culpa no era mía ni donde estaba ni cómo vestía. El violador eras tú. El violador eres tú. Los jueces. El Estado. El presidente".




[1] Es la misma lógica que utilizan en los debates sobre el franquismo.

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