martes, 3 de marzo de 2020

Reseña de Menno Wigman: ‘No sé bien con quién estoy hablando” Ravenswood books Editorial. 2020. Edición de Antonio Cruz Romero


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“Y cuando la casa está terminada, llega la muerte”
(Poema destripado)

Según se explica en el prólogo, Menno Wigman murió el 1º de febrero de 2018 y recibió el Premio de poesía Ida Gerhardt de manera póstuma. La dirección de la Fundación de acuerdo con la familia, decidieron dedicar ese dinero a una edición de los poemas que escribió para De Eenzame Vituaaant (el funeral solitario), en imitación del poeta Bart F. M Droog. El ‘Grupo de la muerte’ es un grupo de poetas a los que se les pide que escriban un poema para un funeral de una persona muerta en soledad, sin parientes. Ese poema se leerá en el funeral y terminará en la tumba con el muerto” (p. 10), dice Lex Ter Braak. En la poesía de Menno Wigman la muerte es una constante que sobrevuela la materia poética y vital. Para Wigman la muerte “es la siempre convincente pantalla sobre la que se proyecta deshilachada de la vida: el fondo inmanente de las cosas, la penetrante cuestión del resultado, un miedo existencial, la condición absolutoria” (p. 7). Estos poemas de “El funeral solitario” proporcionan la oportunidad de reflexionar sobre la muerte poniéndose en la piel de alguien a quien apenas se conoce, contando apenas con algunos pequeños datos que ayuden a sugerir las circunsantcias vitales y la huella que deja el fallecido. La muerte nos iguala a todos.
La sensación de extrañeza con la que Wigman –y todo el grupo– se acerca al difunto se emparenta con aquellas representaciones barrocas de la muerte que difumina las diferencias entre personas, pero que, a la vez, nos muestran claramente que detrás de cada máscara con la que nos cruzamos hay una vida que desconocemos: “No sé muy bien con quien estoy hablando. / Solo sé que aquí yace un cráneo vacío, / un tórax con un corazón que hasta hace poco // tamborileaba indefinidamente. Adiós hombre silencioso” (Cansado en Ámsterdam). El respeto con el que se produce el acercamiento es enorme, y, se añade cierta dosis de ternura, incluso de complicidad: “Adios amsterdamés sin callejero. / Olvida la ciudad y duerme cuanto puedas”.
Bob Dylan en Like a Rolling Stone describía la caída de una chica bien, y le preguntaba qué se sentía al vivir por sí misma, como una desconocida, sin dirección. Wigman sentencia, “La muerte no tiene dirección” (Una carta). Imposible no asociar la idea. En los Nomen Nescio, los John Doe hubo vida, aunque no tuvieran dirección y desconozcamos la biografía. ¿Qué podrían decir de nosotros si solo tuvieran un nombre? Los Juan Nadie atesoraron identidad, experiencias, sentimientos y no queda nada.
Podríamos, por el contrario, hacer recuento de cotidianeidad como el que se intenta en Junto al féretro municipal de la señora P.: “Duerme y yo, que soy morboso, pienso en su peine, su cortaúñas y el lápiz de cejas, / como todo, la crema de noche, la tarjeta bancar, la coyuntura del tiempo, / se ha tirado, se ha borrado, ¿Y este,  / este ajetreo infame en un entierro?”.
La prudencia ante el abismo insondable de vidas que ahora se entierran lleva a Wigman a ser cauto, porque bien sabe que la muerte no solo sobreviene en un momento, hay muerte en la vida, en todos esos momentos en los que vamos subsistiendo sin apenas ser conscientes: “… Cuida que tu lengua, / en un bien formado nudo corredizo se pronuncia” (Hay momento en los que casi te sientes vivo).
No siempre de solemnidad se trata. A veces la réplica puede venir con una pizca de ironía, que tratándose de la muerte siempre volverá contra uno mismo: “Y usted, que ahora sopesa sus elevadas palabras, / usted que aquí seco escucha una pieza de música, / usted que arrastra mi cuerpo y a continuación dispone / otra vez de palabras: este muerto no toma parte” (Donde me caí). En cierta forma, el contrasentido de esta ceremonia del Funeral Solitario se trata de ponernos frente al espejo de los millones de seres que caminan a nuestro lado y para los que somos invisibles, inexistentes.
A veces se puede intuir, la vida que se esconde en cada muerto. Los objetos que le acompañan, como los ajuares que descifran los arqueólogos encienden la imaginación y la poesía: “… Tierra no seas dura / para este hombre que poseía cientos de llaves / ahora que una senda explora sin brújula de viaje / y aquí pase su primera noche” (Tierra no seas dura). Es el momento de la compasión porque sentiremos lo mismo. Y es también el momento del miedo que se atisba en el pasado del muerto: “Te veo, Igor, te veo y leo tu cuerpo, / Esto es lo que tus tatuajes me cuentan: no me ames, sino témeme, témeme” (No me ames).
En otras ocasiones el vértigo es mucho mayor, porque no se trata de una muerte en abstracto, de alguien que vagabundeó por otra ciudad, por otro barrio, como en otro mundo. En ocasiones estuvo a nuestro lado, convivió sin que lo viéramos, sin que advirtiéramos su presencia. Podemos vivir junto a los nuestros sin saber que están ahí, siendo simplemente el decorado y los extras de nuestra vida particular. Cuando somos conscientes de que hay una vida en cada una de las personas que nos rodean, cuando vemos que esa vida se apaga y todos sus recuerdos y sus silencios acaban con el silencio eterno, no podemos más que estremecernos. Así seremos también nosotros.
“Esta mañana me detuve frente a tu casa.
Compartimos el mismo barrio durante años,
Las mismas nubes aparecían frente a tu ventana.
Sacábamos dinero de la misma pared
y vivíamos tan torcidos como huraños.
/ …/
Camino a casa, me dirijo a la ventana
y veo al otro lado las ventanas desde hace años
ya blindadas. Es posible aquí como en todas partes.
Que puedes descansar en una nueva galaxia” (Es posible aquí como en todas partes)
Debemos agradecer a la devoción de Antonio Cruz Romero el poder disfrutar de este poeta, en esta ocasión, lejos de lo lúgubre que podía haberse sospechado para un proyecto como este. Wigman siempre conmueve, cuando mira al paisaje gris o cuando ve el gris interior de sí mismo o de quienes lo rodean. Un momento para sentir la poesía como las palabras que necesitamos oír, mucho más que un consuelo.

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