domingo, 12 de abril de 2020

Héroes por encima de nuestras posibilidades


Hoy muchas diferencias entre la crisis de 2008 y esta. Y una de ellas es la gestión de la crisis. En aquel momento se entonó un mea culpa global. Aunque se debía a una crisis financiera, en su origen estaban las grandes corporaciones, fondos de inversión, hipotecas basura que extendían sus redes hacia otros países con ineficiencias, como la burbuja inmobiliaria en España o el enorme déficit camuflado de los griegos. Los bancos hubieron de ser rescatados y eso no era fácil de tragar. Sin embargo, todos pudimos sentirnos un poco responsables y culpables de la situación porque habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades. Esta pintoresca expresión encierra un oxímoron lógico, como decir que hemos rendido al 110%. Por definición “nuestras posibilidades” marcan el nivel a lo que podemos aspirar. Se referían, claro está, a haber intentado vivir según una clase aspiracional a base de créditos que se vinieron abajo cuando no se pudieron pagar las viviendas. Se pensaba que en el caso de que las cosas se pusieran feas, siempre se podía vender, incluso a mejor precio, la vivienda o la segunda residencia y pasar al alquiler. Ningún gobierno quiso pinchar esta burbuja, más bien la alentaron, corrupción aparte.
                En la crisis del covid-19 nadie puede decir que vivió dentro de los cánones que ahora sabemos por la OMS que son seguros. Todos cometimos alguna imprudencia, en la distancia social, en la higiene estricta, en los desplazamientos inútiles. Algunos, incluso, ridiculizaron la magnitud de la epidemia. Incluso dentro del confinamiento seguro que hay tantos pecadillos como préstamos superfluos antes del 2008. Sin embargo, para los medios de comunicación, eso no son sino excepciones. Desalmados que se van de borrachera, que procesionan por la calle o que desafían a la autoridad escupiéndoles el coronavirus a la cara. El lema que se repite en todas las ocasiones y cadenas de televisión es que somos héroes por quedarnos en casa. Héroes. Una palabra mayúscula para estar tirado en el sofá, aprovechar para limpiar concienzudamente, ordenar cajones o ver series de televisión, interrumpir las tareas para aplaudir a las 20:00. Es cierto que es lo que debemos hacer para que la curva de contagios no termine por desbordar el sistema sanitario muy al límite. Eso nos convierte en ciudadanos honestos y responsables. Héroes es otra cosa.
                Hay muchos héroes en esta crisis, empezando por el personal sanitario, incluyendo médicos, enfermeros, personal de limpieza y administración. Los encargados de los suministros, desde que comienza la cadena en el campo, por ejemplo, donde las condiciones de trabajo también distan mucho de ser las adecuadas, hasta los transportistas o los fabricantes de material indispensable para la sanidad, los trabajadores de los supermercados... Hay muchos que se juegan la vida vigilando que se cumpla el confinamiento. Las residencias de ancianos, las prisiones… muchos que están realizando un trabajo difícil en condiciones normales y que ahora están arriesgando por la falta de material de protección adecuado.
                No tener la protección adecuada es la causa de que en España el contagio entre sanitarios sea el más alto de los países de nuestro entorno. Imaginen que se hubiera paralizado la actividad de todos los médicos y personal de enfermería que no tuvieran su EPI (Equipo de Protección Individual), todos los profesionales que no tuvieran sus mascarillas FPP2 o FPP3. ¿Hubiera sido sostenible? Por eso son héroes, porque realizan una labor que está por encima de lo exigible.
                Comprendo que es normal, incluso deseable, que se mande un mensaje de ánimo a la población que estamos confinados, algunos en situaciones más que precarias, con la certeza de que las situaciones van a empeorar rápidamente. Podríamos cuestionarnos que es una forma de falsear la realidad. Una visión, no blanda, sino  muy edulcorada de la situación, en la que cabe la comedia, las historias humanas, pero no las tragedias. Es lo que podemos ver en las cadenas de televisión que no se dedican a la chabacanería, como si esto fueran unas largas vacaciones. Colaboradores y tertulianos que bajan el nivel de agresividad para no alarmar a la población y hacer más llevadero el encierro. Un encierro que está siendo una fuente de producción audiovisual, vídeos caseros, canciones, reflexiones, monólogos, conciertos en reclusión… Pueden llenar horas enteras de programación televisiva. Pero la realidad está muy lejos de la vida color de rosa. En los medios se está mostrando una cara amable del confinamiento, resaltando la solidaridad, el humor y la resignación de la mayor parte de la población mientras que se demoniza a una minoría que se salta las normas. Un pequeño chivo expiatorio para que lavemos nuestras culpas mientras nos lavamos las manos.
                En la mentalidad militar que se impone desde la metáfora de la guerra al covid-19 es lógico no minar la moral del combatiente. Es imperioso acabar con los derrotistas que, en lugar de contribuir a la victoria, van acabando con las ganas de luchar. Nunca fui partidario de este tipo de campo metafórico, un poco por instinto y un poco por las implicaciones autoritarias en las que puede desembocar. Ahora bien, me pregunto cómo reaccionaríamos si, en lugar del tono voluntarioso y benéfico de las noticias, volviéramos a las advertencias a la población, a los miedos contagiados, a la desconfianza mutua, a pensar en un mañana apocalíptico que está llegando. El caos económico va a tener consecuencias muy graves que nos afectarán a toda la población –y probablemente aprovechará para hacer caja el capitalismo del desastre–. No sé, sinceramente, no sé si sería pertinente advertirnos, desvelarnos a nosotros mismos que el futuro va a parecer Mad Max en la lucha por unos recursos escasos. Ya han empezado los casos de vandalismo y asaltos, y es previsible que, cuando la situación sea insostenible por falta de recursos, vayan en aumento. Los problemas de la droga no son solo las consecuencias bio-psico-sociales de los adictos, también de los síndromes de abstinencia, también de la falta de recursos de quienes se dedican al menudeo, que demasiadas veces son el único sostén para muchísimos hogares. ¿Qué va a pasar, qué está pasando con la prostitución o con los vendedores ambulantes, con los que tienen que recurrir a prestamistas o empeñar, o vender sus bienes en mercadillos?
                Quedarnos en casa, extremando las precauciones, saliendo solo lo imprescindible, adecuar nuestra salud mental no es cuestión de heroicidades, simplemente es una obligación como ciudadano –por mucho que podamos discutir las formas en las que se gestiona el confinamiento o si es pertinente–. No somos héroes. Lo malo va a ser que, quizás, en pocas semanas tengamos que convertirnos en héroes a la fuerza tras el huracán de la pandemia y la crisis económica que se nos avecina. Seríamos héroes por no tener posibilidades.

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