Hoy muchas diferencias entre la
crisis de 2008 y esta. Y una de ellas es la gestión de la crisis. En aquel
momento se entonó un mea culpa
global. Aunque se debía a una crisis financiera, en su origen estaban las
grandes corporaciones, fondos de inversión, hipotecas basura que extendían sus
redes hacia otros países con ineficiencias, como la burbuja inmobiliaria en
España o el enorme déficit camuflado de los griegos. Los bancos hubieron de ser
rescatados y eso no era fácil de tragar. Sin embargo, todos pudimos sentirnos
un poco responsables y culpables de la situación porque habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades. Esta
pintoresca expresión encierra un oxímoron lógico, como decir que hemos rendido
al 110%. Por definición “nuestras posibilidades” marcan el nivel a lo que
podemos aspirar. Se referían, claro está, a haber intentado vivir según una
clase aspiracional a base de créditos que se vinieron abajo cuando no se
pudieron pagar las viviendas. Se pensaba que en el caso de que las cosas se
pusieran feas, siempre se podía vender, incluso a mejor precio, la vivienda o
la segunda residencia y pasar al alquiler. Ningún gobierno quiso pinchar esta
burbuja, más bien la alentaron, corrupción aparte.
En
la crisis del covid-19 nadie puede decir que vivió dentro de los cánones que
ahora sabemos por la OMS que son seguros. Todos cometimos alguna imprudencia,
en la distancia social, en la higiene estricta, en los desplazamientos
inútiles. Algunos, incluso, ridiculizaron la magnitud de la epidemia. Incluso
dentro del confinamiento seguro que hay tantos pecadillos como préstamos
superfluos antes del 2008. Sin embargo, para los medios de comunicación, eso no
son sino excepciones. Desalmados que se van de borrachera, que procesionan por
la calle o que desafían a la autoridad escupiéndoles el coronavirus a la cara.
El lema que se repite en todas las ocasiones y cadenas de televisión es que
somos héroes por quedarnos en casa. Héroes. Una palabra mayúscula para estar
tirado en el sofá, aprovechar para limpiar concienzudamente, ordenar cajones o
ver series de televisión, interrumpir las tareas para aplaudir a las 20:00. Es
cierto que es lo que debemos hacer para que la curva de contagios no termine
por desbordar el sistema sanitario muy al límite. Eso nos convierte en
ciudadanos honestos y responsables. Héroes es otra cosa.
Hay
muchos héroes en esta crisis, empezando por el personal sanitario, incluyendo
médicos, enfermeros, personal de limpieza y administración. Los encargados de
los suministros, desde que comienza la cadena en el campo, por ejemplo, donde
las condiciones de trabajo también distan mucho de ser las adecuadas, hasta los
transportistas o los fabricantes de material indispensable para la sanidad, los
trabajadores de los supermercados... Hay muchos que se juegan la vida vigilando
que se cumpla el confinamiento. Las residencias de ancianos, las prisiones…
muchos que están realizando un trabajo difícil en condiciones normales y que
ahora están arriesgando por la falta de material de protección adecuado.
No
tener la protección adecuada es la causa de que en España el contagio entre
sanitarios sea el más alto de los países de nuestro entorno. Imaginen que se
hubiera paralizado la actividad de todos los médicos y personal de enfermería
que no tuvieran su EPI (Equipo de Protección Individual), todos los profesionales
que no tuvieran sus mascarillas FPP2 o FPP3. ¿Hubiera sido sostenible? Por eso
son héroes, porque realizan una labor que está por encima de lo exigible.
Comprendo
que es normal, incluso deseable, que se mande un mensaje de ánimo a la
población que estamos confinados, algunos en situaciones más que precarias, con
la certeza de que las situaciones van a empeorar rápidamente. Podríamos
cuestionarnos que es una forma de falsear la realidad. Una visión, no blanda,
sino muy edulcorada de la situación, en
la que cabe la comedia, las historias humanas, pero no las tragedias. Es lo que
podemos ver en las cadenas de televisión que no se dedican a la chabacanería,
como si esto fueran unas largas vacaciones. Colaboradores y tertulianos que
bajan el nivel de agresividad para no alarmar a la población y hacer más
llevadero el encierro. Un encierro que está siendo una fuente de producción
audiovisual, vídeos caseros, canciones, reflexiones, monólogos, conciertos en
reclusión… Pueden llenar horas enteras de programación televisiva. Pero la
realidad está muy lejos de la vida color de rosa. En los medios se está
mostrando una cara amable del confinamiento, resaltando la solidaridad, el
humor y la resignación de la mayor parte de la población mientras que se
demoniza a una minoría que se salta las normas. Un pequeño chivo expiatorio
para que lavemos nuestras culpas mientras nos lavamos las manos.
En
la mentalidad militar que se impone desde la metáfora de la guerra al covid-19
es lógico no minar la moral del combatiente. Es imperioso acabar con los
derrotistas que, en lugar de contribuir a la victoria, van acabando con las
ganas de luchar. Nunca fui partidario de este tipo de campo metafórico, un poco
por instinto y un poco por las implicaciones autoritarias en las que puede desembocar.
Ahora bien, me pregunto cómo reaccionaríamos si, en lugar del tono voluntarioso
y benéfico de las noticias, volviéramos a las advertencias a la población, a
los miedos contagiados, a la desconfianza mutua, a pensar en un mañana
apocalíptico que está llegando. El caos económico va a tener consecuencias muy
graves que nos afectarán a toda la población –y probablemente aprovechará para
hacer caja el capitalismo del desastre–.
No sé, sinceramente, no sé si sería pertinente advertirnos, desvelarnos a nosotros
mismos que el futuro va a parecer Mad Max en la lucha por unos recursos
escasos. Ya han empezado los casos de vandalismo y asaltos, y es previsible
que, cuando la situación sea insostenible por falta de recursos, vayan en
aumento. Los problemas de la droga no son solo las consecuencias
bio-psico-sociales de los adictos, también de los síndromes de abstinencia,
también de la falta de recursos de quienes se dedican al menudeo, que
demasiadas veces son el único sostén para muchísimos hogares. ¿Qué va a pasar,
qué está pasando con la prostitución o con los vendedores ambulantes, con los
que tienen que recurrir a prestamistas o empeñar, o vender sus bienes en
mercadillos?
Quedarnos
en casa, extremando las precauciones, saliendo solo lo imprescindible, adecuar
nuestra salud mental no es cuestión de heroicidades, simplemente es una
obligación como ciudadano –por mucho que podamos discutir las formas en las que
se gestiona el confinamiento o si es pertinente–. No somos héroes. Lo malo va a
ser que, quizás, en pocas semanas tengamos que convertirnos en héroes a la
fuerza tras el huracán de la pandemia y la crisis económica que se nos avecina.
Seríamos héroes por no tener posibilidades.
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