martes, 14 de abril de 2020

Reseña de Alex Richter-Boix: ‘Nunca llegué a ninguna parte”. Poémame. 2019


Poémame – Editorial abierta de poesía
“mi soledad es propia,
singular
/…/
Yo desconfío,
por eso la sigo,
soy sombra de mi soledad” (59)
Alex Richter-Boix es lo que se suele llamar un biólogo de bata (Barcelona, 1974) y este es su primer libro de poemas publicado. Inaugura la editorial Poémame en papel después de una interesantísima labor en su proyecto virtual. Nunca llegué a ninguna parte no es un libro, son tres libros con su personalidad concreta, añadiendo a la general, su numeración independiente.
                El primer libro es Lo peor del silencio es todo ese rumor de dentro. En el poema que abre como un prólogo, el autor comienza diciendo: “Una flor no es la luz”. A partir de ahí se produce un cuestionamiento de la transformación vital, de la identidad que va mutando y que depende solo de la memoria que, en cierta forma, la traiciona: “La memoria socava la vida” (1). La incertidumbre y la perplejidad son los sentimientos iniciales que el poeta muestra: “Tardaré años en entender ese instante / en que te hiciste mariposa / estando la ventana abierta // desde entonces, / la eternidad está desordenada” (2); para luego llegar a la lucidez de que al universo no le importamos y seguirán, como diría Juan Ramón, los pájaros cantando: “Un día no estaremos / ni tú ni yo. // seremos retratos cuarteados, / imágenes con grietas en la piel, / seremos primaveras muertas, / trozos de viento en los ojos” (3). El paso del tiempo y la certeza de la muerte, mientras el mundo sigue: “hasta las flores más dulces / se entregan al milagro de la muerte” (9);  “¿Qué haré cuando viva mi vida?” (12). Como sabemos, “No enterraban muertos, no, / enterraban semillas” (14).
                Este primer libro se articula en la dualidad del instante versus la eternidad de la muerte. El instante se concreta en los momentos capturados a base de imágenes que se trasladan al papel: “la soledad quema el cielo, / caen los días como pájaros de piedra” (6). La eternidad de la muerte que va desolando la vida: “Somos la falla entre nosotros, / evitando el desgaste de la ficción” (13); “La vida se diluye en un ir y venir, / zonas, sin distancias / tú y yo, empalidecemos, / se han perdido los contornos / estallaremos en flores” (15).
Quizás sea el segundo libro, Nuestras manos tienen memoria, donde mayor sensibilidad poética encontremos. “Todo es belleza / que atardece” escribe en el poema inicial y así da paso a una colección de poemas donde, como recomendaba el poeta Ángel García López, hay que marchar a la polar de la belleza. La habilidad de ir tejiendo metáforas poderosas, de recurrir a las imágenes, de apreciar la sensualidad de los momentos contribuye a crear una atmósfera muy peculiar: “La noche se pinta de sangre de pez, / no entiende la obsesión del arcoíris / ni el milagro de la primavera /…/ ¿cómo volver al principio? // Imposible desandar el camino” (16).
La voluntad poética se manifiesta en el propio deseo de escribir como metáfora de la vida: “Esperaba robar la voz / que florecía entre el viento, / para cortar las bridas del invierno /…/ Hice de ti palabras” (17). Haz de cambiar tu vida, recomendaba Keats. Y a eso se dedica pacientemente este segundo libro: “rompiste el tiempo, / me devolviste a la brevedad de los cuerpos / y al dolor de ser vivo” (20). El asombro ante el paisaje, la necesidad de comprobar, como si fuera un misterio, como si fuera un milagro al que haya que buscar sentido. “Tengo tan pocos ojos / para tanta flor” (21), confiesa en un momento, para luego admitir que “somos hierba / clavados en la tierra, / dos veranos en el camino, / corazones de barro / ignorando la tormenta” (24). La sombra de Jorge Guillén (“porque, amigos, // el mundo sí está hecho”, 28), tanto como la de Juan Ramón, es muy clara: “irán las estaciones cubriendo / la distancia que separa quien soy / de quien quisiera ser” (26).  Sin embargo, el júbilo no es total, el mundo no está “bien” hecho, simplemente lo está. La indiferencia que el cosmos siente ante nosotros es una verdad sobre la que nos cuesta pensar: “caemos, / las estrellas no brillan para nosotros, // nunca lo hicieron” (33).
No es de extrañar que aparezca la otra cara de la moneda, que surja el sufrimiento y la pena: “mi dolor y yo, // lo tomaré en brazos / como al niño que no tuvimos, / y balbuceamos tu nombre” (34). El sufrimiento que acompaña al amor (“dicha la palabra / el silencio no es el mismo. // ¿Qué nos quisimos decir con ese silencio?”, 35) y a la vida “Confío que tantas muertes / me devolverán la vida” (39). A estas alturas vemos la desconfianza ante las posibilidades de la palabra para comprender el mundo: “Te quiero // las palabras muertas huelen mal” (41); “hay palabras / que se manejan en silencio, // así, muerden mejor, / porque a veces, / una palabra puede matarte” (42). Palabras o silencio. Las cicatrices son la forma que tiene el tiempo de dejar su escritura: “crecí entre cicatrices, donde / la piel se hace recuerdos visibles, // donde el dolor se hizo forma“(44).
Termina este hermoso libro con nuevas imágenes, “espera, luna, espera, / guarda tu luz para / escapar de la sombra / de mis pasos” (47) y admitiendo la incapacidad para lidiar con las palabras, “Mi intención era otra, / solo dibujaban tus sueños / con mis dedos en la arena, // y me he quedado ciego // escribiendo palabras / que no entiendo” (48).
El libro tres tiene un tono completamente distinto, cerrando un ciclo en el que el autor toca varias esferas temáticas y completa la insatisfacción ante este mundo que está hecho, pero en el que  subsisten injusticias y miseria (“nos ahogaremos, / ahí se hará justicia /…/ Nunca aprendimos a ver lo humano”, 58). Este es un libro más comprometido, en un intento de abordar “Un vacío ordenado y estéril / ni una pequeña flor que nos acompañe // el mundo podría haber sido mejor. Es, podría decirse, un libro social, literalmente se pregunta el autor, “¿Para cuándo el deshielo social?” (50).
Pasa revista a varios temas con una actitud combativa: “ayer me cosí la mano, / el cielo no canta / pero sigo sentado / dándole comida al pájaro, / y así olvidar el hambre. // Los problemas importantes / son cada vez más importantes” (49);  “¡Nació el pan de la esclavitud!” (51). Más combativo, con otra sensibilidad, casi otro poeta: “Soy yo, pero podría ser un perro, / solo el humano puede ser humano” (53). El tono es muy claro: “Pensamos que éramos pobres / hasta que fuimos perdiendo todo” (55).
“Los muertos no son piedras,
son ríos bajo tierra
estancos, sin pendiente
/…/
los muertos nunca están de moda,
nunca en su momento,
son muertos muy vivos,
escalofríos de un país cobarde
que no sabe reescribirse” (57)
 La injusticia, la violencia son asuntos tratados desde una perspectiva social más que puramente política: “Qué oscuro deseo anida en lo sereno /…/ hay tanta violencia en la compra // late violencia en toda sumisión/…/ El resto, floreros secos, flores marchistas / el sistema se alimenta de la muerte” (61). Sin embargo, eso no significa que sea menos poesía, continúan las figuras muy sensoriales: “Un día, // veremos nuestras manos llenas de verano” (62). El último poema es más narrativo, con versos más largos ahondando en el tema sombrío.
Acabemos con un verso hermoso como un epitafio: “Ahora las sombras son invisibles. Duermo” (63)

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