viernes, 10 de abril de 2020

Reseña de Zel Cabrera: ‘Cosas comunes’. Ediciones Liliputienses. 2020.


Nacida en Iguala de la Independencia, México 1988 tiene publicados varios libros de poesía: Un jacarandá en medio del patio (Instituto Sinaloense de Cultura, 2018), La artista que no se toca (Instituto Municipal de Arte y Cultura de Tijuana, 2018), Cosas comunes (Simiente, 2019), Perra (FCE/Tierra Adentro, 2019). Zel Cabrera aborda  en su poesía la comprensión del proceso de aprendizaje de la vida. Incluye, como en otras ocasiones, el manejo del dolor y el sufrimiento y las relaciones familiares que influyen en la percepción del presente y de la identidad personal. Así comienza la historia, con una especie de recopilación del background: “Mi madre dice que mujeres como yo / sin traza para labores hogareñas / nunca encontrarán marido” (Instrucciones maternas); “La ropa íntima / es esa verdad a media voz / que susurra, / como un secreto, o eso piensa mi madre / cuando advierto el faltarle en aquel tendedero de mujer” (La mujer del albañil tiende su ropa); “Todos los días mi padre me enseña algo, / a los 27 años, me dice que los sueños, aunque postergados, son sueños que siguen, / que deben seguirse, como una línea de sombra / que no se pierden” (Enseñanzas). Es lo que la autora denomina hábitos comunes: “Le miraba intentando encontrar un vínculo / entre nosotros, un lazo irrefutable / que me hiciese sentirme más cerca, / y así entender la complicidad de aquellos / a los que sus padres les enseñan a jugar fútbol / o en conducir un automóvil” (Hábitos heredados)
La convivencia y los afectos componen una parcela importante en el cuestionamiento de la propia conciencia y de las alternativas que Zel Cabrera prevé para sí: “y era tiempo de entender / que hay personas inexpertas / que no están hechas para cuidar plantas, / o alumbrar promesas” (Bonsái). Recurrir a al objeto concreto, a esos “objetos comunes”, para simbolizar un todo es una buena estrategia poética: “yo me corto el pelo (también) / para que el dolor de la pérdida / disminuya.  Y como un Sansón / debilitado el recuerdo, / poco a poco deja de embestirme” (Cortarse el pelo es despedirse); aunque este objeto sea el folio en blanco y la actividad sea la escritura: “Quiero escribir un poema / garabateo en el blog en blanco / que lejos de tu cuerpo, / la cama parece más grande, / menos cómoda /…/ Todo está dicho y todo es nuevo, / el abrazo, la vida / el silencio” (Garabato).
Funciona el poemario como una especie de balance, de estado de la cuestión algo triste y desolado: “Ahora me veo, con un perro durmiendo a mis pies, / acostumbrándome a los nuevos personajes de mi vida, / habito tardes como risas” (Actos de magia). Un recuento reciente sin piedad hacia el propio yo: “Dijiste: ‘la lluvia / no va a derretirte, / acaso corres el riesgo de desdibujarte’ // Y así fue; a regañadientes, / olvidé mi paraguas, mis rainboots, / olvidé también el miedo a resfriarme / y fui un garabato de mí misma” (Nunca como hoy, la lluvia ha tenido razón de ser). Con amarga lucidez confiesa: “Pero el miedo al dolor es más fuerte / siempre prefiero ahogar en la rutina las lágrimas / darles la vuelta a lo que duele, / para que no duela” (La cobardía es un asunto serio).
Los vecinos, la ciudad, miles de historias, pero sobre todo la familia son los protagonistas de este poemario: “Porque la memoria es un milagro en el que anidan / las cosas simples; unas escaleras, / una caja musical, un beso, / algunas flores que nos ordenan / que al pudrirse nos desordenan” (apuntes entre Bolívar y Dr. Durán).
El tono pausado, de observación cotidiana otorga una poética particular de gran emoción: “A fuerza de estar callada, / el silencio desdobla lo que fue / y discreto el crucigrama de un llanto, / revela un dolor, / escombro de otra vida. // Acompaño su renuncia / y alargo un consuelo / con la esperanza de no estar sola” (Destellos). Impasible, desesperanzada, ante el futuro: “Por eso tiro esta moneda, me ato, / águila o sol, no importa mucho el resultado” (Monedas).
El lento paso del tiempo en estas cosas comunes permite a Zel Cabrera desarrollar la narración: “Me dices que los aviones / que atraviesan la noche / curan tu ansiedad. Los escuchas” (Aviones con un epígrafe de Pessoa); “A las 4:22) de la madrugada / pienso en mi madre descendiendo desde una nube, / llegará pronto, alumbrará la casa / con sonidos de vendaval” (4:22); “El lunes no es como un túnel larguísimo, / luminoso al final del trayecto; / es decir, solo cuando se termina” (Lunes). El recurso al camino es el locus que ocupa otra de las parcelas, “En las salas de espera comienza el camino” (El camino). En el viaje estamos acompañados de Sal Paradise, Neal Cassidy, Phileas Fogg. Concluyendo: “A veces la luz se apaga / y todos los pasajeros somos accidentes”.


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