domingo, 23 de agosto de 2020

Masterchef y el neoliberalismo


Hace unos días compartí un artículo que asociaba el programa de cocina Masterchef con la ideología neoliberal. Aunque personalmente lo hubiera enfocado de otra forma, lo cierto es que comparto el punto de vista del autor. Supongo que soy una persona que se entretiene con los detalles y ve conexiones con todo. Seguro que es mi fallo, pero sostengo que muchísimas manifestaciones culturales encajan a la perfección con la mentalidad que es preferible para el mundo en el que vivimos. No digo que los grandes poderes organicen seminarios para desarrollar novelas, series, películas o videojuegos para adoctrinar al personal, no saldría, demasiados egos enfrentados. Más bien se trata, creo, de que son valores adecuados y por eso son significativos y tienen predicamento en las productoras y en los programadores.
Concursos de talentos han existido casi desde siempre. Son concursos en los que se promete el éxito por demostrar que alguien tiene un algo especial por encima del resto. Todos los programas tienen algo de trampa, algo de preparado y estos no van a ser diferentes. No sé si todo el mundo está al tanto de que los participantes van tomando lecciones de cocina ajenas al concurso para poder estar al nivel. Y que todo tiene un guion y que los jueces tienen claro que son personajes y los concursantes también. No deberíamos ser tan ingenuos.
La cuestión del talento como fuente del éxito es importante por lo que dice y por lo que calla. Atribuir el éxito al talento supone identificar la individualidad genética como la causa del éxito y el fracaso. El talento no se educa, se tiene o no se tiene. Como lo tienen Harry Potter o Luke Skywalker. Se puede desarrollar, claro está, se puede entrenar, pero por mucho que uno entrene como Usain Bolt, incluso aunque se dope, no llegará a correr como él.
Lo que calla es que el éxito también depende del esfuerzo en ese entrenamiento y, casi en igual condición, de la suerte. La suerte puede tener la cara de una herencia familiar, de una clase social, de un color de una piel o de unos genitales. Cuando un servidor sacó su plaza de profesor de secundaria tiene que aceptar que fue parte de suerte. Como yo habría preparados e igualmente inteligentes muchísimos candidatos que fallaron por muy poco en cada una de las pruebas.
Con esos ingredientes juegan los concursos, consuelan, a veces, con estas palabras a los que se van quedando por el camino, pero se insiste en la personalidad propia de la individualidad que triunfa. Las diferencias entre las personas se deben tanto a lo dado por la naturaleza, como lo situado por la sociedad. No podemos exigir el mismo resultado a quienes parten de diferentes sitios si queremos ser justos midiendo su mérito. Lo malo no es que los perdedores se lamenten de lo mal que funciona el mundo. Lo malo es que el mundo funciona mal y quienes se benefician, no digo que conscientemente, se jactan de sus cualidades. Hay que esforzarse, claro está, pero hay que saber que uno no consigue lo que merece, no siempre. Para lo bueno y para lo malo.
En el siglo XX se empezó a medir la valía de las personas por el grado de instrucción que conseguían. Se llamó meritocracia. En la actualidad se ha superado ese paradigma, se prefiere a individuos que muestren creatividad o emprendimiento al margen de su preparación académica o informal. El acceso a la universidad era un listón alto para las clases medias e imposible para las bajas. Con las mejoras en el estado del bienestar y el acceso de éstas a los estudios superiores, para justificar las desigualdades en las oportunidades se está santificando el talento. Algo inefable pero que tienen siempre los mismos.
Luego está la pedagogía de la crueldad. ¿De verdad que en televisión, donde se cuidan las palabrotas y los desnudos no se puede hacer el esfuerzo de tratar correctamente a los concursantes sin faltarles el respeto? Risto Mejide abrió la veda mientras que en las instituciones educativas se cuidaba muy mucho ese trato. Incluso en las fuerzas y cuerpos de seguridad se tienen en cuenta el maltrato verbal a los detenidos. En los talent shows, al contrario. Las audiencias quieren carnaza. Los jueces cobran protagonismo utilizando un lenguaje corrosivo, descalificaciones ácidas, humor vitriólico.
Alguno podría pensar que los concursantes saben a qué se presentan y que son mayorcitos. También serviría la excusa para cualquier tipo de abuso laboral, ya sabes en qué te metes. Es cierto que en las profesiones como la hostelería la presión es constante, pero también lo es en la medicina. Sospecho que más de algún cirujano goza de fama de cruel en sus comentarios y déspota en su comportamiento. Pero sé de buena tinta que no es el caso de la mayoría. Se hicieron públicas las barbaridades que muchos entrenadores de gimnasia rítmica cometían con sus pupilos y pupilas y esa no es excusa para crear un ambiente de desolación en los realities de deportes. De igual forma tengo por seguro que habrá jefes de cocina completamente desproporcionados. No debería ser la forma. Y mucho menos justificar los malos modos en televisión. Son programas, están editados y guionizados. Se eliminan las esperas y se podrían eliminar esos gestos tan desagradables. Probablemente perderían audiencia, pero esa es otra cuestión que debería ser tratado. El mensaje que se muestra es que la efectividad de un maestro no proviene de su autoridad, sino de la mala leche que destile. El mejor profesor es el sargento instructor de La chaqueta metálica.
Lo que me preocupa no es que la realidad sea peor de lo que muestran las cámaras, sino que las cámaras contribuyan a dulcificar una injusticia. Todo contribuye a crear una normalización de objetivos y medios, que funciona, no porque haya una conspiración en la sombra de neoliberales, sino porque todos estos formatos se ajustan a los ideales y a las maneras de un sistema socioeconómico que consagra las dificultades y va denostando a los trabajadores que no pueden o no quieren ir de líderes. Nostalgia de la letra con sangre entra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario