martes, 4 de agosto de 2020

Reseña de Pablo Fidalgo Lareo: ‘Qualcosa nascerá da noi’. Gijón. 2020

Pablo Fidalgo es un poeta y dramaturgo de Vigo. Polifacético, tiene en su haber estrenado varias piezas escénicas que forman parte, junto con el libro Mis padres: Romeo y Julieta (Pre-textos, 2013), de un proyecto de investigación sobre la memoria de la historia a través de la biografía personal y familiar, investigación a la que no es ajena este Qualcosa nascerá da noi. Además, como libros de poemas La educación física (Pre-Textos, 2010), La retirada (Artesequienpueda ediciones, 2014), Tres poemas dramáticos (Ediciones Liliputienses, 2015), Esto temía, esto deseaba (Pre-textos, 2017) y Crónica de las aves de paso (Rialp Ediciones, 2018).

Esta edición es el final del proyecto que el autor desarrolló en la Academia de España en Roma durante el curso 2018/2019. Se trataba de una performance en la que un actor, Juan Loriente, representaba las cartas en verso mientras que los estudios críticos se situaban en la escena. La localización inicial fue en el estudio II de la Academia. La edición es bilingúe entre italiano y español, sobria, elegante, muy cuidada, según el autor, inspirada en ediciones históricas de la literatura italiana, especialmente en Lo Specchio, de Mondadori.

"Durante mis primeras semanas acostumbraba a pasear y trabajar en el paseo de la Ripa Grande. Otros poetas a los que había leído mucho eran Mario Luzi y Cristina Campo. Leyendo la correspondencia de Cristina Campo entendí que había vivido un gran amor imposible con Mario Luzi. Y leí que el lugar preferido de Cristina en Roma era la Abadía de Sant’Anselmo. Justo detrás de los parques y las iglesias del Aventino, que yo miraba desde la Ripa grande, hace 50 años ella asistía a las misas de las seis de la mañana, y allí en aquella misma plaza, se encontraba con algunos de sus amigos como Alessandro Spina. En ese paisaje romano desconocido y misterioso, y continuando mi modo de trabajar habitual, a partir de conversaciones con Juan Loriente, "Qualcosa nascerà da noi" se presenta como una pieza en la oscuridad donde un hombre repasa su vida y agota las posibilidades de ser otra cosa, de vivir otro amor, de presentarse ante el mundo de otra manera". (Pablo Fidalgo)

Podríamos ver la clara y confesa influencia de 9 Cartas a Berta, de Basilio Martín Patino, pero también puede estar relacionada con The Juliette Letters que puso en escena Elvis Costello con el Brodsky Quartet o incluso el Berlín de Lou Reed. Una ciudad para Jim y Alaska, otra para Mario y Cristina. Como decimos, el volumen consta de dos idiomas y de dos partes, las cartas en verso de Pablo Fidalgo y los estudios críticos a partir de la obra y su gestación, de su inspiración y referencias.

La narración epistolar surge como un largo monólogo, comenzando por una declaración de intenciones: “Antes de nada debería contarte cómo es mi vida aquí / A esta edad uno sí puede escribir un manifiesto / Ahora sí y no en plena juventud /…/ Vine a trabajar sobre la ciudad / Pero en la ciudad ya estaba todo resuelto / Y entonces me concentré en ti / Me concentré en la historia que nos habíamos dejado a la mitad hace más de 30 años /…/ Y después de intentar descifrar Roma / Tengo 60 años y escribo mi manifiesto 60 años y estoy empezando /…/ He estado todo este año en Roma recordando / Cuando te escribía por la noche a América / Y me quedaba despierto esperando respuestas de América / Y entonces tú escribías / Escribías las cartas más bellas que pude pensar” (Carta 1).

Pero este proyecto es mucho más que un relato. La poesía que se va desgranando entre el juego de espejos hablan al lector con voz clara: “Esas son las cosas que dicen los locos / Abandonarse al otro / Es abandonarse a la posibilidad de perderlo todo / La posibilidad de dejarlo todo a la mitad” (Carta 1). Decimos juego de espejos porque, además del autor que se desvanece, están los personajes, el emisor y la receptora, y también la subhistoria de Mario y Cristina, que funciona como un guion al que se agarra la voz del protagonista: “Y hablamos y hablamos y todo explota / Sin ni siquiera tocarnos una vez /…/  Y en el último momento te cuento la historia de Mario y Cristina / Como si no supera hablar de mí mismo / Te cuento esta historia como si fuera mi única verdad / Como si fuera una nana / Como si fuera una canción de cuna”. Como los personajes atormentados del Berlín de Lou Reed (atormentados, pero no violentos), Mario y Cristina juegan al desencuentro: “Mario escribe para la luz, / para lo no nombrado / Mario es nueve años mayor que Cristina / Mario vive en Florencia, Cristina en Roma / Cristina lee los poemas de Mario y lo busca / Cristina no es su nombre real / Cristina ha pasado su infancia enferma y nunca ha ido al colegio /…/ En la oscuridad Mario toca a Cristina / Mario escribe palabras sobre el cuerpo de Cristina / Y Cristina se deja escribir porque se fía” (Carta 2).

El proyecto funciona también en la medida que los lectores (y, en su momento, los espectadores) pueden sentir que la voz es su voz: “Te busco por última vez releyendo, somos un texto interminable” (Carta 3). La memoria juega a construir, o mejor, a reconstruir la historia, incluso la identidad de los protagonistas: “¿Cómo puedes distinguir un momento memorable de uno que no lo es?” (Carta 3). Una memoria que reconcome, que vuelve una y otra vez hacia lo que pudo haber sido, lo que realmente fue, lo que pudo pasar: “Volvía aquella idea a mí / Aquella idea extraña y perturbadora pero exacta / De que el amor era un invento de los poetas provenzales /…/ O solo un relato / Solo una forma de épica” (Carta 4). Voces que aturden (“Contra ese querer ser únicos solo quedaba el silencio”, Carta 4) y que encuentran su razón de ser en servir de testimonio para el Otro: “Te escribo y me pregunto cómo es posible que hayamos mantenido esta costumbre / Casi como si fuéramos un diario el uno para el otro” (Carta 5).

Cobra la palabra, en este largo poema, la labor de un destino, aunque sea el destino el mantener una conversación a dos voces que se dilata en el tiempo y en el espacio: “Y cuando dices / Ahora vas a ver cómo se cumple un destino en la palabra y en el cuerpo / ¿Puede haber algo más grande? / Y escucho eso como un desafío / Y me hago pequeño y pienso / No sé cuánto tiempo puedo callar / Para que tú hables” (Carta 5). El relato, pues, queda como el destino que acaba por escribirse: “Nuestra historia se fue imponiendo a las historias que queríamos hacer” (Carta 7).

Es un poema de melancolía, pero sobre todo, de tristeza. Un balance contable de una relación que no pudo fundirse pero que sigue ahí: “Y ahora tenemos esta oscuridad para nosotros solos” (Carta 8). Por eso, tiene razón el poeta cuando es consciente de que: “La única que no ha visto bucear / Quitarme el traje y dejarme morir / La única que puede explicar / Por qué aún no estoy muerto” (Carta 8). Aunque salgan a flote algunos reproches (“Si hubieras venido a Roma como te dije tantas veces / Habríamos tenido nuestra gran historia en mayúsculas /…/ ¿Te acuerdas?, cuando no viniste al encuentro / Yo te dije que no sentía tristeza, sentía pena /La pena es más profunda que la tristeza”, Carta 9), es mucho más importante el recuento de la relación como distancia, porque la intimidad va más allá de los roces de la piel. Se va fundiendo en estas palabras que el protagonista recupera de las cartas: “El deseo de Mario de escribir el poema / Y el deseo de Cristina de serlo / Y aun así no encontrarse” (Carta 9). Ese artilugio de la historia dentro de la historia ha permitido a Pablo Fidalgo transmitir lo que el teatro sabe desde sus inicios. Alguien cuenta su historia a través de unos personajes para que los espectadores entiendan la suya propia.

“Esa es nuestra historia

Solo una más y quizá equivocada

La historia que inventé para ti

La historia de Mario y Cristina

Un silencio donde acabar diciéndote todo es posible

Aunque nada era posible" (Carta 9)

El poeta recapitula: “Ahora me vienen todos los recuerdos / Ahora ya sé que todo me lo preguntabas de verdad / Ahora sé que no sobreviví / Ahora sé que algo nacerá de nosotros” (Carta 9). La emoción contenida ante el futuro que, ahora sí, puede lanzar un manifiesto.

Los textos críticos destacan por su heterogeneidad, Pedro G. Romero (Jardín) narra un relato en el que se cruza cómo llegó al texto de P. Fidalgo “Es un privilegio asistir a todo esto con mirada zoológica” (p. 53). Matteo Binci (Da quando sono al mondo) y Edvige Lecconi Meloni reflexionan a dos voces sobre el hecho mismo de la representación en la que Juan es el actor que da vida a Pablo. Divagan metafísicamente en un texto alternado de gran belleza. El ritual de la representación: “la liturgia y la poesía pueden aspirar a la admiración tan solo si se consideran un “extático espejo de la creación” e itinerario mental de lo inefable” (p. 75). Vicente Vázquez (Desplegarse sacar un reír de la estancia) conecta con todo tipo de artilugios de la memoria, las tecnologías que la hacen posible, cartas y casetes, “potentes máquinas del tiempo” (p. 80) y cómo cualquier elemento puede convertirse en un disparador de la memoria, ventanas, estancias, jardín, cortina…

 “Allí, una vez allí, en ese otro imitar que es la vida, desplegar y (con la contrariedad del movimiento de una cortina) quedar en absoluto silencio, sin texto, sin relato. Aquí no hay aplausos. Os pido un favor, volved callados y en silencio a vuestra casa. Ahora sí es posible” (p. 95)

And the rest is silence.

 

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