viernes, 7 de agosto de 2020

Reseña de Alfonso Brezmes: ‘Sed’. Renacimiento. 2020


Sed - Editorial Renacimiento


“No hay más oscuridad que la que ves.
No hay mayor amor que el que nos ciega” (Miopía)

Alfonso Brezmes ha sido escueto, lacónico con el título de su nueva entrega poética. Sin embargo, leemos en el subtítulo que este libro es “Una geografía del deseo” y nos sumergimos en una propuesta poética articulada en los cuatro puntos cardinales. La tardía trayectoria poética publicada del madrileño se muestra consistente, desde La noche tatuada (Renacimiento, 2013), Don de lenguas (Renacimiento, 2015) y especialmente después Ultramor (Renacimiento, 2017), Vicios ocultos (Tinta China, 2019) y el fotolibro Postales desde el futuro, en la colección “Antes morir”.
Comenzamos, como no puede ser de otra forma por el Norte: “Todo viajero extraviado se guía / por este punto imaginario, / es decir por su ausencia. / Es lo más parecido a un horizonte / Y, POR LO TANTO, A LA SED”. Los poemas parten de elementos sencillos, un pájaro anónimo, un ladrón: “Decir corteza es un milagro / no menor que la corteza / que preserva del árbol la ternura /…/ El poder de un nombre es su memoria / igual que el del espejo es su olvido” (In nomine nominis).
La elección de la sed como alegoría del deseo es inmediata y ofrece un abanico de posibilidades retóricas y estilísticas que completan el volumen: “He leído que un hombre aguante / unos cinco días sin saciarse // Al sexto solo llega / quien elige / desde el primer día / acostumbrarse al veneno” (La sed y el veneno). Se puede leer transcribiendo “sed” por “deseo” y estaríamos hablando casi de un libro de filosofía: “Nadie sabe la forma exacta de su sed” (Teoría estética). Sin embargo, siendo el deseo el eje central de la temática, no es el único, se desgrana en las distintas apropiaciones y los distintos “deseos” podríamos decir, las distintas aspiraciones (“A cierta altura del camino / el por dónde es importante: / Ítaca –ya lo sabemos– / se desvanece al llegar”, Los puntos invisibles) que trufan la vida de quienes, como Alfonso Brezmes, se acercan al hecho poético: “Te doy la palabra encendida: / cuídala como un fuego” (Poema de los dones).
Se reconocen algunos de los temas universales, desde el collige virgo rosas: “Recibirás las rosas de la vida: / cógelas, no hagas caso a los que dicen / que pronto se marchitarán /…/ Que no te cuente nadie / el origen del dolor” (Que no te cuenten), en este caso muy cercano a la poética de Benítez Reyes o los ecos, siempre presentes del inmortal Kavafis, al que asociamos la herencia clásica con más fuerza casi que a la mitología originaria: “Como quien teme y desea un incendio, / así he pronunciado tu nombre” (El canto de Ulises). La primera persona del singular se destaca como ejemplo y como guía de este deseo siempre insatisfecho: “Huyo de las superficies lisas / y amo en cada cosa su figura / fío mi suerte a lo imperfecto / y en todo encuentro lo perdido” (La apuesta).
El Sur remite a una parte del deseo más imperiosa, “El Sur, como el deseo, aumenta al alejarse”. Nombrar y recordar requieren del lenguaje, requieren de una ordenación articulada en palabras que nos facilitan o impiden el recuento vital, la memoria y la identidad propia: “Cuánto hay que no se muestra / en el balance de la vida. / Qué poco debe para tanto haber (Libro de cuentas); “Dar nombre a las personas o a las cosas. / Para poder invocarlas, / pero también para saber / cómo llamar a su ausencia” (Etimologías); “No se debe enseñar todo: / es como calmar la sed mostrando el agua” (Poema incompleto).
Como el propio subtítulo indicaba, se trata también de una exploración del paisaje, que remite al homo viator, y que despliega en una mesa un mapa, como el del rigor de la ciencia borgiano, que acaba teniendo el mismo tamaño que lo deseado. Las metáforas relacionadas con el movimiento, salir y quedarse (Sin palabras), (Desdoblado) y la propia identificación del espacio como identidad son básicas, especialmente en esta segunda parte:  Lejos es un lugar / que solo existe en el tiempo /…/ No, lejos no es un lugar / es un pasaje secreto / entre dos ciudades con lluvia” (Cuestión de tiempo); “El agujero en el mapa / permite soñar su ausencia” (Geografía de la sed).
Los poemas se preguntan por la relación entre la palabra y la vida, el nombrar como desear y los conjuros como posibilidad de hacer cierta y posible la experiencia: “Y que no es la muerte el enemigo, / sino la vida que uno no desea / y de la que no puede ya salir” (Abeja en gota de ámbar).  Porque en suma, “toda belleza es ajena” (Mentiras relativas). La opción es recurrir a la palabra: “Por eso escribo así, aquí: / para encontrar un día las preguntas / que dan, al fin, sentido a mis respuestas” (Por eso).
“Que todo es mío, ahora lo sé:
hubo un tiempo en que no lo sabía
y quise ser dueño de las cosas
/…/
Ahora es tarde y nada necesito
porque lo tengo sin tenerlo
y es mía cada cosa sin quererla
y todo es mío al fin, y yo soy suyo,
y todo será nada en mi equipaje y nada es cuanto deje” (Equipaje)
El Este mira al futuro. Como el famoso poema de Kipling, el poeta hace un voto de silencio ante las adversidades, aunque prefiera el refugio del ser amado antes que la indiferencia hacia el mundo: “Ser tuyo el don más preciado / en el mercado de los hombres / y elegir el silencio” (El voto). El deseo, ya lo advirtieron Deleuze y Lyotard, es una energía poderosa para emprender el viaje: “No lo olvides: / de todos los lugares del futuro, / el deseo elige siempre el más lejano” (Un deseo). Por eso, el futuro es el lugar al que nos dirigimos con el empuje de la sed que trasciende lo obvio, lo presente: “La realidad existe a cada instante: / se basta y se consume en sí. /…/ Lo posible, sin embargo, permanece: / se sostiene de puntillas en la nada / y allí perdura sin romperse” (Ciruelas maduras).
 “Un lugar del que salir,
no un lugar para quedarse.
O, mejor aún, un no-lugar
al que no poder volver
sin un ligero escalofrío,
como se mira una foto
que nos toman por sorpresa,
o se entra en la sala de partos
donde vinimos al mundo”(Así la poesía)
Hay mucha sabiduría entre estos versos, mucha intuición y mucha experiencia: “Lo que mata de la sed es no sentirla, / lo que mata, amor, es no sentir la sed” (Sin sentirlo). Brezmes describe la fe como la sed, como ansia en varios poemas, Oración del pobre, El oro perdido, La montaña. Contrarresta, por otra parte, una visión negativa del deseo (lo que sería la pérdida) por la constatación de que nuestros actos en su búsqueda, la vida entera puede llenarse de momentos luminosos: “Hacemos luz con nuestros actos” (La caja negra); “Si al menos lo supera antes de morirme / qué pinto yo aquí, en esta maravilla” (Descartes).
Por último, Oeste, adquiere un tono nostálgico, con un trasfondo casi religioso (“Vaya a nosotros la sed, / como viene el dolor al mundo para salvarlo”, Venga a nosotros). La sabiduría de quien ha tomado el camino y sabe de la vuelta (“al horizonte no se va; / del horizonte se vuelve. / Somos nosotros con que nos alejamos”, Perspectiva). Ritos, oraciones, palabras para enfrentarse a la necesidad y al deseo, para poblar la realidad y compartirla: “No hace falta una lengua secreta / para sentirnos especiales. / O quizá sí, quizá se necesite un lenguaje aún no inventado / para hacerle saber al mundo / que somos diferentes” (Punto de encuentro). Precisamente esta necesidad de contacto, de compartir, de comunión casi, ocupa varios momentos del poemario: “Escribo porque estoy dormido / y no sé otra forma de volver” (Hacia mí). La cercanía de la intimidad se expresa también con una atmósfera de cuento: Ida y vuelta, No soy nadie, Epitafio, Ave Fénix, incluso Homo lupus:
“La dificultad de escribir estriba
en la facilidad de escribir.
Hay tantas palabras gastadas,
tantas palabras rotas
que no se deberían usar
sin repararlas antes.

El arte de escribir no es difícil:
lo difícil es decir las palabras
sin aullarlas” (Homo lupus)
Termina el poemario Alfonso Brezmes con un canto a su identidad: “Soy también las calles no pisadas, / los libros no leídos, / las palabras que no diré, / los cuerpos en que no pude ser feliz. / Todo lo que no he sido me conforma” (Otro mundo). Sin embargo, como hemos ido comprobando a lo largo de estos versos, no es un solipsismo narcisista, la identidad necesita, ansía, la compañía, trasciende el propio yo. Un deseo que da alas y eso siempre hace libres: “Al que habla solo frente a lo invisible / le digo: te comprendo /…/ Así nacen las alas, porque nunca / responde nadie cuando hablamos, / y algo nos empuja hasta el borde, / y seguimos cantando ya luego por el aire” (Rara avis).

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