martes, 20 de julio de 2021

Reseña de Sara Prida Vega: ‘Arde’. InLimbo Poesía. 2021

 ARDE | SARA PRIDA VEGA | Casa del Libro


Profesora de filosofía e ilustradora. Colabora en revistas, Maremágnum y Eikasia, antología en Viento a Favor, 7siete y Festina lente. Publicó su primer libro de poemas bajo el nombre de Sara R. Cabeza, Aullido animal (BajAmar, 2017). El cambio de nombre honra los apellidos de sus abuelas. Según afirma la solapa “presenta ahora una obra más social y combativa, buscando incendiar la realidad para poder transformarla”. En ello insiste en la frase inicial: “Para quienes sepáis decirme cómo es un árbol. / Cómo impedir que arda”. El prólogo de David González sitúa el poemario dentro de los paisajes de la España Vaciada. Entre los referentes más o menos explícitos están Gamoneda, Leopoldo María Panero, Vasko Popa, Jericho Brown, Gsús Bonilla, Vochel Lindsay –poeta al que se le relaciona con Sara Teasdale– y Efraín Huerta. Se prepara una andanada de imágenes que bien valieran la pistola –o un lanzallamas.

Primera parte, Hierba y carbón, tiene al incendio como hilo conductor. Los cuadros de desolación marcan el escenario donde los personajes son retratados en primer plano: “Y cuando el campo se quedó sin guijarros, / aprendimos a comernos los huecos /…/ Nos han asfaltado todo aquello: / nuestro pueblo, dos monedas que perdimos / y el cadáver de la abuela. // A ver si quedamos algún día / para empezar a comernos el asfalto”. La furia casi animal de esta primera persona dejan claro que las referencias animales del primer poemario constituyen una estructura vital para la poesía de Sara Prida. La capacidad para conducirnos a través de los detalles, de precisos adjetivos hacia el punctum de la acción llega a momentos de sobrecogedora belleza: “El aire / en la sombra en el umbral oscurecida, / el rumor de grava sobre las palmas, / hiriente, / como cuchillos diminutos. / Sus manos / son aquellas que se desprende de la otra, / el cuello que en la caída se aferra, / con dulzura / a su soga”.

Las acciones  que se repiten, la tradición que se actualiza, forman un continuo que se transforma a la vez que toma cuerpo: “El abuelo hierba, / que nada sabe / de verdasca, / nos enseña a ser / animales silvestres, / flores salvajes, / la silla sin nadie / en cuarto vacío”. El continuo, más aún si se sitúa en un paisaje de la tierra, parece que nunca cambia. Súbitamente, Sara Prida Vega rescata la memoria de quienes se enfrentaron en la contienda que rompió el lento devenir de los días: “Mi tatarabuelo era un pájaro / con un pequeño corazón, / emplumado y libre” (Salva a Regina). Es la historia de su tatarabuelo  se enfrentó a los guardias civiles y sufrió represalias “ayudadme a renacer en los hombres / que persigue al pájaro”. La familia continúa en el conflicto: “Mi bisabuelo fue maqui / termino la guerra y / a. No pudo / b. No supo / c. No quiso / dejar que la batalla siguiera librándose sola” (Olvidar la guerra). Existe un deber moral, más urgente en la sociedad actual, de mirar al pasado con los ojos abiertos y superar el silencio que solo beneficia a quienes tienen que ocultar: “Olvidar la guerra, dices / pero qué / grandísimos / H / I / J / O / S / de / puta.” El lenguaje necesita golpear en el poema.

Más apegada a los sentimientos, a las relaciones de pareja está la segunda sección, La chispa inadecuada. Es el fuego una metáfora poderosa para el amor, que brilla y consume. En I. Pasos vagabundos, confiesa: “Yo tuve un novio sensual y silencioso, sórdido y solitario, ateo como el miedo a perder lo que está ya perdido. Con un aura abrupta de cine abandonado, escondía dagas bruñidas detrás de las palabras y barcos hospitalarias entre la niebla”. Sentimiento intenso, del que duele y se retuerce, del que pretende sobrecoger al gozo se entremezclan con la sensualidad y el deleite de los cuerpos y la música: “Cuando lo decía, yo concentraba la atención en la música, / porque, junto al amor, es el único arte que carece de sentido / y solo con ella entiendo que soy parte del fuego, de la ceniza, / y que Pasos Vagabundos y yo moriremos también en posturas extrañas, / lo mires como lo mires”. Sara Prida Vega se desenvuelve entre las connotaciones de las palabras descarnando los convencionalismos, no solo de su uso, del uso de la vida en general.

Rumor Libertario es el apropiado título para el siguiente acto de La chispa equivocada: “Rumor Libertario dice que me reflejo en tus ojos /…/ Rumor Libertario se deleita viendo arder todo lo que ya no arde /…/ Se place y complace en el dolor de bestia extinguida que nos atenaza y musita, amortajado de niebla, alguna sentencia que no entiendo”. Ímpetu casi salvaje para rescatar lo que podía haber sido, la aprisonada versión de una libertad que es a la vez despojo y sentencia. No tan lejos del Libre te quiero que cantaba Amancio Prada sobre el libérrimo Agustín García Calvo.

Continúa el tercer acto, Devaneo forastero, con la posibilidad, con la promesa, con la excitación del encuentro: “Coquetearemos con timidez por encima de la mesa, / junando las tazas de té como si fueran cuerpos / y aún hubiera terrones dulces en nuestros cielos / y sé que quizá esta noche iremos a tu casa / y follaremos / y nos enamoraremos como idiotas // Nos haremos veganos / porque veremos juntos un documental en Netflix / porque somos pura contemporaneidad / y porque qué cuerpo tan firme se me queda con el yoga y la ascesis, / pero nunca / NUNCA / por el sufrimiento de los animales /…/ Y, pese a todo, tendremos un par de niños asquerosos y babeantes, / una casita con jardín en el barrio alto”. No permite Sara Prida un respiro, nunca deja de ser combativa. Esto es Arde y ese es el destino:

“Escribo porque no tengo otra forma de lamerte las vísceras, de succionarte las entrañas encendidas, de decir, «ay, sí, por favor» y «por la noche todos los gatos son pardos, excepto TRES de los míos»”

El pasado comprometido, el presente de batalla, dejan paso a la última parte. Hacia la hoguera despliega un artilugio de pensamiento y deconstrucción de una sociedad aburguesada, apática, anestesiada: “Pensad y lamed todos de ella. / …/ Pensad en la gente que invierte en bolsa, en las aceitunas sin hueso, en la calvicie, / en la sombra, que se escapa hacia mis labios. // Pensad y entenderéis por qué / lo único que quiero / es / LAMER / la piel herida por el rayo”. Mientras, ella, como un superviviente de la guerrilla urbana, “Solo necesito un gorrión para construir un mundo /…/ La clínica realidad me la disimularé con el pelo, / tras la oreja los momentos de lucidez o de espanto, / prendida con horquillas mi ternura utópica, aireada, / y al final olvidaré ponerle gravedad, sinceramente, / porque ya sabéis que la gravedad es como dinamita. // Solo necesito un gorrión para construir un mundo. / Pero nunca he visto ninguno”.

No debe extrañarnos que seleccione a  Unabomber (Theodore Kaczynski) como referente de esta –que me perdone la expresión– destrucción creativa: “Unabomber me mira desde el quicio de nuestra casa vacía / y escribimos caras de helada esperanza, / misivas huidas cargadas de fiebre y claridad inútil / que miraremos pasar atravesando nuestra penumbra, / que tan solo queremos ver explorar y arder, iluminada”.

Termina este manual de pirómanos socio-sentimentales con un epílogo: Quémame. Solo queda recordar al viejo Neil Young, It's better to burn out / Than to fade away, es mejor quemarse que desvanecerse:

“Acércame la cerilla despacio…

Arderá primero este vestido de gas

que compré en Vinted

/…/

Arderá después este pelo pajizo

hijo de tresmilseiscientascuertaycinco decoloraciones

/…/

Y qué alegría ir despojándose

de todo lo accesorio e insustancial, quedar reducida a ceniza

o piedra negra

/…/

Y sé que

al final

«Por joder

Yo voy

A resucitar

De entre

Los

Vivos»” (cita de Efraín Huerta)

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