Uno de los libros de ese territorio extraño y multiforme que mezcla lo misterioso con lo cotidiano, lo que a todos nos pasa con lo fantástico y terrible que me han impresionado más en estos tiempos convulsos. Un prodigio de escritura y de recreación de ambientes, de perspicacia psicológica y de una trama que bien podría prescindir del elemento fantástico, pero que recibe de éste, un aldabonazo definitivo para temblar en el asiento.
Cristina Morano es conocida como diseñadora gráfica y poeta –ganadora en 2007 del premio José Hierro por La insolencia– y ha publicado Las rutas del nómada (Universidad de Murcia, 1999), El pan y la leche (Emma Egea, 1999) El arte de agarrarse (La bella Varsovia, 2011), El ritual de lo habitual (Amargord, 2013), Cambio climático (Bartleby, 2014) y Hazañas de los malos tiempos (NewCastle, 2016), No volverás a hablar nuestra lengua (La estética del fracaso, 2020). También colabora con artículos de opinión para eldiario.es. Sus textos están traducidos al inglés, francés, esperanto, armenio sueco y euskera.
El punto de partida es una descripción casi antropológica de lo que sucede entre adolescentes de 14 años, con sus retos virales, los challenges que tanto nos asustan a los que somos sus padres, y que tan desconocidos son. Dejando a un lado que lo extraño sea una especie de metáfora de las transformaciones biológicas y psicológicas de este periodo tan convulso de la vida, el parásito que se cuela a través de los ritos de paso no hace sino confirmar que lo más perverso, el peligro más terrible está a la vuelta de la puerta de un aula en un instituto cualquiera. Los adultos estamos completamente impotentes, y lo que es peor, absolutamente ajenos a estas mutaciones, a los sangrados de mente y cuerpo.
La extrema corporalidad que toma el parásito acerca a Las novias, sin duda, al cine de Cronenberg, sobre todo en la descripción descarnada. Aunque, en realidad, tanto en la filmografía del canadiense como en el relato de Cristina Moreno, lo más acertado sería describirlo como en-carnado, porque afecta a las entrañas.
Las relaciones entre los personajes, la Trini, Reco, Txarra, Rosalinda o Estrellitas son un verdadero prodigio de verosimilitud, con todas las vacilaciones, paranoias adolescentes, contradicciones y evolución. Son relaciones crueles y tiernas, brutales y salvajes que viven más allá de la (in)cómoda rutina del instituto y las clases, la (poco) confortable vida familiar y las solidaridades férreas que se van creando entre ellos. Una especie de manipulación emocional que les arrastra a todos como si fueran llevados por una fuerza superior.
La incomprensión es mutua y total. A duras penas se comprenden a sí mismos y se sienten desamparados y perplejos. Pero tampoco son comprendidos por el mundo adulto. Solo en la burbuja que van creando entre ellos sienten cobijo, inestable, cambiante, hasta que irrumpe el horror y tienen que seguir adelante con las ausencias. Un microcosmos que se parece tanto a los sentimientos y aflicciones de muchos de los que pasamos al mundo real y adulto.
Como en Cara de pan de Sara mesa y sobre toco como Panza de burro, de Adrea Abreu –y mucho más que Feria de Ana Iris Simón– hay muchísimo de crítica social y de reflejo generacional, de ira y rechazo. (Me sorprendo a mí mismo que se me vengan a la cabeza precisamente novelas escritas por mujeres, ¿tendría que añadir la combatitividad de Cristina Morales para completar el espectro?.) En Las novias, como en Menos que cero de Bret Easton Ellis, lo sórdido está muy cercano. A diferencia del norteamericano, la autora prefiere un ambiente de clase trabajadora, no contempla la sordidez de la clase adinerada que se puede permitir la droga y los lujos. El terror que promete InLimbo está ahí incluso antes de que surja la asquerosidad del parásito, que simplemente hace visible y corporal lo que antes estaba oculto y acechante. A la vez, adictiva y desoladora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario