miércoles, 21 de septiembre de 2022

Reseña de Marcos Tramón: ‘Como una sola luz’. BajAmar. 2021

Como una sola luz», de Marcos Tramón – Culturamas


El ovetense (o zaragozano) Marcos Tramón pertenece a lo que el crítico José Luis García Martín denominó Generación del 99. En realidad no está tan alejada de la llamada poesía de la experiencia por edad, pero sí que aparecen posicionamientos estéticos apreciables. Tiene publicados Escombros (1996), Los días que te explican (2001), Desgana (2010), Stricto sensu (2016), De mis soledades vengo (2018); el estudio bibliográfico sobre García Martín, Años, libros, vida.

Este puede parecer un libro melancólico, sobre todo si vemos versos como “comienzan esos días / de una luz / que se asemeja a la luz de tus ojos” (Contigo) o “Todo lo doy por este sol que aguanta / limpio y aun luz preclara en el otoño” (Memoria). Pero el autor reconoce que “Y en la melancolía / una manera estúpida / de sentir” (A media tarde). En realidad es un libro de esperanza, del alba, como repiten varios poemas, aunque no siempre sea el comienzo: “Una ciudad desierta y cotidiana, ayer de madrugada; se confunden las calles, mientras vamos los dos, / solos y juntos, camino, me dijiste, de lo que siempre será nunca” (Al hilo de la luz); “Finalmente hemos llegado, / acaso demasiado pronto, / hasta aquí, el instante / de las luces primeras / de un amanecer consciente” (Ciudad y tiempo).

El amanecer es una especie de leitmotiv, de motivo musical que se repite: “El alba rompe contra las ventanas. / Con violencia se forma una tormenta. / En un temprano amanecer extraño, / cada gota de lluvia nos acerca” (Albas contadas); “Esa ausencia de luz cuando amanece / en los días nublados; no hemos visto / hoy el alba, y el alma se resiente. / Cayó la oscuridad sobre la tierra” (Albas contadas). Además del escenario (“Las sombras que genera el alba, frías, / como fría es la hora que registro / esta luz fantasmal de tan incierta. / Paredes blancas como tumbas blancas”), es un símbolo: “Hoy un alba maltrecha, igual que yo”.

Hay, como en Apunte esteticista,  descripciones del paisaje de la noche: “El hipnótico cielo de Castilla, / las noches de su estío, las estrellas, / su luz nerviosa /…/ Ten esto es la memoria para siempre: / es cálido el entorno que te acoge, / de una belleza / que perdurará, / que no habrá de morir contigo un día”. El ciclo del día, como en la mitología egipcia, se basa en la sucesión de noches y días, de la desaparición del astro rey como la transformación radical:  “Mira a la luna; sus soledades / se corresponden. / Y concluye: / cuando salga el sol, / volverán a ser el mundo” (Nocturno).

Marcos Tramón muestra su cara más existencialista (“Somos derrochadores de existencia, / porque somos, esencia de la nada, / tiempo”, Nada) mientras sobrevuela la angustia vital en los afectos (“Tu voz cuando me nombra, / salvajemente eterna, / igual que una luz rubia en el verano”, No cómo te desvistes). Y se pregunta con perplejidad sobre la rosa (“La rosa que parece / un espectro del tiempo al marchitarse. / Nosotros que observamos / en esa rosa ajada el tiempo que se escapa. / ¿Qué nos dirá más tarde de nosotros / la rosa que no está, el tiempo helado?”, Perplejidad), recurre al amor como salvación (“Amor no desfallezcas en tu empeño / de quererme. /…/ Abrázame fuerte, ríe / abiertamente como / si el mundo fuera nuestro, / todo nuestro”, Celebratio amoris).

Encontramos un magnífico ejemplo de monólogo dramático en la voz de Luis Cernuda: “ignorando a los hombres y su desdén terrible” (Meditaciones). Se contempla el paso del tiempo y la terrible disyuntiva esencial del hombre, la que “que al nacer te otorga un desmayado ángel, cual demonio”. Lo que confiere a este poemario su rasgo de esperanza, más aún que el recurso al símbolo del alba, es el lirismo que viste los poemas de amor: “Tan cierto como que el amor / cuando te deja duele / y, seamos sinceros, / el dolor / es más miedo al dolor lo que procura” (La promesa); “no es / el amor patrimonio de cobardes” (Paris).

Sin embargo, el amor que habita en estos versos no es el etéreo ideal romántico, este es el de los recuerdos reales (“Aquella noche, Claudia, ¿la recuerdas? / Yo la recuerdo, porque / entramos en un tiempo sin retorno / (todo tiempo es un tiempo sin retorno) / Aquella noche /… Hermosa noche de amor fuiste, Claudia, / un amor que murió y que sigue vivo”); el de los silencios compartidos (“y hay tanto que decir que nos callamos”, La vida extraña).

Un poemario certero e intenso, de sombras y luces, de energía lírica que se concentra en la luz y en el amor para superar melancolías y angustias:

“soledad,

melancólica compañera de viaje,

voluntaria, por fiel, una amante escogida.

En algunas ocasiones, ella lo sabe, yo la traiciono

con otros seres,

escasos y contados, que comparten mi afán de preferirla a ella.

Si un día la traiciono, me estaría traicionando a mí mismo.

/…/

No hablo de mí, o sí. Un espejo.

 

Aislamiento,

digamos que yo mismo”

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