domingo, 18 de septiembre de 2022

Reseña de Atonaal: “Solo los amantes sobreviven”, de Antonio Cruz, nº 8. Abril 2022. Malfario ediciones

Antonio Cruz Romero (@antoniocruz_r) / Twitter

 

Cada número de Atonaal es un acontecimiento casi secreto que prepara con mimo infinito Antonio Cruz, quien se ha esmerado, con muchísima razón, esta vez. Cuenta con la colaboración de su best man, Hilario Barrero con textos e ilustraciones, que se completan con las de Eva María Gómez Gómez, a quien está dedicado el número.

Da inicio con citas de Baudelaire, Stoker y Anne Rice. Y se abre la extraña belleza que puede conjugar los vampiros, los flâneurs y Jim Jarmusch. Esta es una historia de amor. Es la historia de amor. La atmósfera de que todo está escrito, que simplemente todo sucede a la vez, pero en distinto tiempo, como una simultaneidad del espacio. La presencia y la ausencia, el antes y el después, un eje que divide como la noche al día y el día a la noche: “Desde la carretera que conduce a tu casa puede verse el mar /…/ hasta que nos despedimos, y entonces repaso el poema / que traduje de Paul Snock cuando aún no te conocía, / y de pronto llega la gran pena, insondable, como el vacío tras el amor (Claire o el vacío tras el amor).

Son los paisajes siempre esenciales en la obra de Antonio Cruz, y, en este caso podríamos ver cómo cobran vida y se cobran vidas: “y sentí celos de Madrid, de sus calles y de sus rincones, / de su cielo y de sus nubes, que te podían contemplar/ y yo no.” (Celosía). Mientras se añora el París imaginado o el presente Ámsterdam: “Aquel lejano París decimonónico y sifilítico / podría ser como está Ámsterdam apocalíptica y barbitúrica /…/ solo mis gafas obscuras delatan mi condición de vampiro” (Solo los amantes sobreviven). Jim Jarmusch es en gran parte culpable, pues aporta, además del título, una atmósfera, una manera de ver el mundo donde la lírica corre pareja al extrañamiento, donde los personajes deambulan como seres ajenos al tiempo en el que viven, ajenos al paisaje, fuera del espacio y el tiempo. En los espacios liminares, “Sentados sobre la débil raya que separa el mar de la arena, / era cuestión de simple equilibrio vital no caernos” (Los océanos).

Y, como en toda historia de amor, los pliegues se van sucediendo, los vaivenes de las olas y las relaciones, los cuerpos y los afectos, el deseo y el pasado: “y se cumplieron todas las tragedias que conlleva el amor /…/ me detallaste una visión: mi Dopplegänger vagando junto a un lago /…/ «Dónde estabas? Yo llevo toda la vida buscándote» y aparecimos” (Profecía)

“El último día, en la cocina antes del desayuno, te susurré un secreto,

y me llevaste por las calles y rincones que tradujeron tu infancia,

 y cual Hamlet hablaste, bajo el frío sol de la eternidad, con la tumba de tu padre,

diluida como espectros, en el espejismo de las pecas de tu cara” (El deseo)

Las personas sentimos la influencia de las ciudades por las que pasamos, y también ellas sufren la transformación a medida que las habitamos: “Ámsterdam ya nunca será la misma tras tu presencia, ni olerá igual. /…/ Ámsterdam ya nunca será la misma desde que tu cuerpo / transitó por sus calles, la solitaria cama del hotel, deshecha / será el santuario más visitado, y eso será un espectro flâneur”. Es el poder del amor y el poema que se expresa sin cursiladas ni sensiblerías.

Hilario Barrero también participa con un texto: “Siete poemas que son siete piedras angulares en el alto edificio del amor, que es duda, condena, cilicio que destroza la piel de la entrega /…/. El amor es un deseo susurrado durante toda una vida. Cuando acaba es cuando entendemos el secreto. Y ya es demasiado tarde” (Arras). Acaba con una reseña sobre Antonio Cruz y su poesía, también de Hilario Barrero: “sus poemas son de verso radicalmente libre y ajeno a la poesía social, quedando claramente adscrito al culturalismo”.

Son estos siete poemas con una solidez envidiable para abordar la fragilidad de los afectos, la intensidad del deseo, el desbordamiento de la piel, los miedos y el gozo que hacen que los amantes sean supervivientes porque, como los vampiros, viven de la sangre humana.

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