El proyecto de reflexión sobre las maternidades, largamente ansiado, salió a la luz en 2021 dirigido por Carmen Canet y Rosario Troncoso. En él nos encontramos, ordenadas generacionalmente, a 39 autoras, como las semanas de embarazo. Desde Dionisia García (1929) hasta María Agra-Fagúndez (1989), lo que significa gran variedad geográfica y de experiencias, principalmente se refleja el gozo, como señalan las editoras, “La maternidad no debe relegar sino inspirar”. Cuenta con el prólogo de Carmen Alemany Bay.
Abre el volumen la poeta más veterana, Dionisia García: “Un cuchillo brilló con las primeras luces. / La muchacha, humillada, se rendía a la forma, / su quejido animal se oyó en la tierra, / y la dulce cabeza del infante / cayó entre las espigas” (Maternidad). Con ella, otras muchas hablan de su experiencia como madre, especialmente cómo el sufrimiento del parto o las labores de crianza pueden ser gozosas: “No la culpéis. / Su manera de amar es la cuchara” (Juana Castro, Bivalvo); “Te tuve en mis brazos tanto tiempo / que tu cabeza aún blanda tomó forma de mi brazo / y me espanté y lloré creyendo haberte hecho daño” (Gioconda Belli, Nacimiento de Maryan); “Con el oído del corazón oigo la música secreta de tu cuerpo” (Piedad Bonnett, Daniel Creciendo y “Pido al dolor que persevere”, Pido al dolor que persevere).
En algunas ocasiones sí que se hace hincapié en la cadena que se va formando de generación en generación: “Yo, más feliz si cabe, / de rodillas delante de vosotros, / os miro tras la cámara / y no me tiembla el pulso / pero sí el corazón” (Ángeles Mora, Una fotografía); “Yo me he quitado el guante para sentir la mano de la niña en mi mano” (Marta Cerezales Laforet, Con mi madre);“Es mi deber de madre transmitirlo / que se piensen dos veces lo que van a decir / pues según el estado de las cosas / al dar a luz empiezas a morir” (Mónica Doña: Algunos hombres buenos); “Tengo en mi mano la mano de mi madre / era mi vientre la matriz de mi madre / y las suturas de mi vagina escuecen y sangran la misma sangre que ella vertiera al parirme a mí” (Nieves Chillón: Epílogo).
Los cambios que en el cuerpo y las costumbres implican el nacimiento de una nueva vida aparecen en diversos poemas: “Una mañana te levantas, / mujer, / con una chepa redonda, invisible y pulida, / y poco a poco te vas acostumbrando / a realizar tareas obligadas vasallaje” (Pilar Mañas, Pequeña metafísica); “Nuestro vientre como un cuarto propio, como un poema que engloba vida” (Carmen Canet). Y no son pocas las miradas hacia un pequeño detalle, un instante, un recuerdo, como el que recoge Amelia Díaz Benlluire: “Esa ternura desbocada / de mi dedo prisionero / en sus manitas de ángel. / Ese suspiro, esa derrota, / la dulzura al terminar / piel con piel y aire de beso” (Amamantando) o María Rosal: “Podrás no perdonarte esta batalla, / mas has de recordar emocionados: / el jamón ni se olvida / ni se calla” (Jamón).
En cambio, en otros, se refuerza la idea de continuidad en el tiempo, de constancia y de permanencia: “Al depurar y corregir los recuerdos de los hijos, los padres editamos su vida” (Anna Kullick Lackner); “Un frágil cordel que los años, con sus luces y sombras, han vuelto resistente, como esos cactus que hay plantados en el balcón para regalarme el sol” (Trinidad Gan, Cordel); “la maternidad es un largo camino / para amar mis imperfecciones / tanto como te amo a ti // querida hija imperfecta” (Ana Pérez Cañamares).
Como no podía ser de otro modo, este es el territorio de la intensidad emocional, de lo más esencial y básico, de la piel y las entrañas: Pilar Gorrincho del Castillo recuerda la ausencia (“Lo peor de tu partida es seguir pensando / que solo tú eres de la noche mortal eco / y nosotros, sordo discurso”, Mater Clemente). Ana García Negrete, en cambio, la alegría: “La felicidad de este advenimiento no acaba de llegar, y hasta se marchita en medio de la profunda tristeza que araña en mi la muerte de mi padre hace apenas unas horas”. Ana Sofía Pérez-Bustamante: el miedo mítico: “No la llamé”: estaba allí gritando de pronto en mi cabeza: “Puedes / matarlos ahora mismo. / A qué estás esperando. Mátalos” (Virtualidad de Medea). Julia Bellido, la esperanza: “La promesa de un mar desconocido / detrás de tus pupilas”.
Aunque los sentimientos parecen perdurar a lo largo de las generaciones de poetas, sí que es cierto que las nuevas actualizaciones léxicas van surgiendo para los nuevos tiempos: Llüisa Lladó: “Madre, qué bello nombre por esta ínsula que flota y se sumerge con el gris / del marco cíclico, porque una debería / ser dios, GPRS, microchip y habitar en todas partes” (Vaivén).
Algunas poetas se centran en el embarazo: “Desde que tú anunciaste tu llegada / tengo dolores nuevos / y eso es triste y hermoso” (Raquel Lanseros, Suspiro progenitor). Otras, en el momento del parto: “Como parí dos hijas / dos lunas de Diciembre, / conozco la intemperie en los huesos, / ese frío en la carne / de esperar su llegada, oruga en el sillón” (Anabel Cavide, Prioridades); “Y al comprobar que aún no has llegado, / regreso a mis tareas, a mi urgente rutina. /…/ Hasta el día en el que, / al acercarme hasta el umbral, / puede sentir el roce de tus dedos / buscando a tientas mi mano” (Gracia Morales, Nueve meses). Y sus consecuencias: “¿Qué hay para los pechos rígidos / goteando migajas de leche moribunda?” (Andrea Cote, Nadie); “A todas se nos cae algo, la vagina. Cada día se nos cae algo. O lo firmas. Pero a ninguna se nos cae el papel del número que nos ordena a dos metros de distancia” (Marta San Miguel, El uniforme).
Hay poemas que relatan la infancia: “No hay amor más incondicional / que el de los cinco años” (Elena Feliú Arquiola, Crecer); “Mi hija no sabe rezar / pero entonces cada noche su cántico / para espantar la negrura del sueño” (Rocío Hernández Triano, Oración pagana); “Helena nunca quiere dormir sola. / Acaricio sus manos / y entonces todo calla de repente” (Rosario Troncoso, Helena) ; “La enfermedad cernía su corazón caliente / sobre la cuna / pero yo era una diosa, / vigilante y perdida” (Amaya Blanco: Las horas); “Mi hija no recordará sus primeros meros de vida. /…/ Nosotros te contaremos lo que sucedió” (Sihara Nuño). Y en las tareas de la educación: “La enseñaré a querer / el fulgurante rojo de la fruta / que destila la vida en sus entrañas: / una secreta lámpara nocturna” (Ioana Gruia, Poema para Kezia); “Desde ya, aprender / que la dependencia es un cultivo de rabia. / No nos pertenecemos” (Noelia Palacios Incera, Maternaje.
Se reflejan momentos de felicidad, de plenitud (Rosa Acquaroni: “Este es mi oro, madre, / un cuerpo de mujer hecho palabra”) y de miedos (“Cuando regresan, / vas a asustarte de lo mucho / que he crecido en esta mesa. // Ya soy más alta que tú” (Eva Vaz, Cría cuervo), de renuncias (“Por ti todo lo tiraré: / vanidades diversos / escenarios, cortinas, / bailarinas en sus cajas caerán / por el barro de un otoño incipiente”, Marga Blanco, Adviento; “Y era absurdo arrepentirse de la luz, no amar la piña ni el cereal ni el haba azul líquido y suave. Era sencillo dejarse llevar por la redondez, por la saliva, por la mano que recoge el trigo”, Ana Martínez Castillo, Veintiuno). Incluso hay hueco para algo de sentido del humor, como el aforismo de Elena Dukelsky: “Nacemos por falta de espacio. Nacer es un desahucio”. Quizás, para terminar, no hay mejor colofón que unos versos de María Agra-Fagúndez: “No será distinto a nadie, / pero será la casualidad que alguien esperaba”.
Una más que interesante colección de poemas para completar y hacer el paralelismo con la que Enrique García Máiquez preparó Tu sangre en mis venas (Renacimiento) sobre la experiencia de ser hijo. Enhorabuena por este proyecto.
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