viernes, 21 de octubre de 2022

Reseña de Marina Tapia: ‘Bosque silencioso’. Ilmo. Ayuntamiento de Aguilar de Campoo. 2022

EN UN BOSQUE EXTRANJERO: Dos libros de Marina Tapia

Marina Tapia nació en Valparaíso (Chile, 1975) y vive desde el 2000 en España. Durante 2013 se trasladó a Granada, desde donde realiza una variada actividad cultural, tanto como escritora como artista plástica. Entre su producción destacamos 50 mujeres desnudas (2013), El relámpago en la habitación (2013), Marjales de interior (2017), Jardín imposible (2020), El Deleite (2020) y el recién aparecido Cortezas (2022).

Bosque silencioso, ganador del certamen Águila de poesía, organizado por el Ayuntamiento de Aguilar del Campoo, se divide en dos grandes bloques, Búsqueda y Médula. Entre sus versos encontramos la indagación y contemplación de los elementos del bosque como una sinestesia de la vida y la poesía. Es el espacio como una burbuja donde se concentra la realidad circundante en forma de ramas, hojas, sonidos, colores, sensaciones táctiles, aromas. Un “lenguaje sin palabras /…/ vuelvo a la tierra siempre para oírme / para acallar al mundo, su disenso” (Andadura). La quietud a la que aboca la naturaleza es propicia a la meditación: “Silencio, / a ti te busco / con la contrariedad de mis palabras” (Casi venerable). Marina Tapia nos acerca a su camino de indagación: “He aprendido a buscar / más afuera del mapa. / Quieres tu identidad / nota prolongada, prieta”  y ha encontrado entre las ramas y los troncos un lugar propicio, de sensaciones primordiales y serenidad: “Todo lo que he contado en cada verso / fue fruto de certezas, / y ahora / la única verdad que me circunda / es este sol benigno de la paz” (Sin simulación).

Los grandes escritores del bosque, de Thoreau a María Zambrano, han encontrado en los claros un remanso donde encontrarse a sí mismos, a la verdadera naturaleza de cada ser humano individual, desprendiéndose de la cáscara de convencionalismos impuestos: “Basta de convención, / de ruegos tibios, / de caminar quitando cada púa /…/ Un incendio ha de sitiar mañana el territorio, destruir los mecánicos gestos, / los diálogos sin juicio, sin debate” (Zarza ardiente). No dudemos en calificar de filosófica la postura eminentemente lírica de Marina Tapia: “Apiádate de aqueste afán de gruta. / Apiádate del hombre: / tan pocas veces nómada, / tan hondamente atado a un territorio, / al rito y al ritual de la memoria” (Dependencias). Todo un repertorio de sensaciones para el locus amoenus, como exactamente califica de Paraíso  hallado: “pinares, vosotros me donáis lo que yo espero /…/ Ya existe. / Ya existe intimidad entre nosotros”.

El bosque no es solo un escenario, es el símbolo de la naturaleza, como emblema de la belleza y lo auténtico, es el lugar donde conectar con lo más esencial: “Es solo comunión lo que urge. / Un afán de ritual, / quizá de sacrificio en pos de la belleza./…/ Poetas, seamos resistencia, / cultivadores netos del asombro” (Signo); “Anhelo / la incidencia precisa de la luz” (Lo que me ocupa). Ahí, en ese claro, comienza la labor, el “Empeño de la vida por nombrarse” (Fotosíntesis), cuando sabemos distinguir cada tonalidad de cada sentido: “¿Hay matices del silencio? /…/ ¿Cómo asentar la masa del silencio? / ¿Cómo expandir su ensueño?” (Acercamiento). Decimos burbuja, Marina Tapia, habla de Clausura: “La vida nos empuja a estar distantes”. Porque, continúa, “Desplazo el pensamiento a los espacios, / lo fundo con la masa del paisaje, / como se hacía antaño, / en el amanecer / del mundo” (Detenerse, callar). De esa comunión llega la transmigración del espíritu: “El paisaje me otorga / la estatura precisa, / no agiganta mi ser, / no recuerda mi nombre, / pero me acoge cálido, / tal vez como una hija” (Celebro ser espora). El bosque es el lugar, el único lugar, quizás, donde se pueda encontrar “El Hacedor de horas, / la fuerza preservada / y el misterio, / aquello tan buscado / y tan temido” (Visión). Es el lugar donde “Hoy todo es audible, / hasta la música de las esferas” (Evidencia).

Médula es el título de la segunda parte, donde van surgiendo todos los elementos del élan vital, de la energía que brota y bulle: “Del grillo y de la hormiga, / del retoño, / a ellos pertenece todo esto, / cada talud, / cada labio de falla, / cada fulgor que aquí / se deposita” (Tesoros colectivos). En el bosque “Siento presencias, / sonidos tan ligeros que me siguen / vienen y van, / mi juicio los apaga” (Clepsidra). Donde se advierte la duración y el paso del tiempo (“Los siglos se han teñido de distinto color”, Estrato de una roca), “No se desplazan, / conocen el vacío / que existe de mi límite a tu límite / y aquella posición horizontal que nos conduce hasta la muerte” (Árboles).

Este es un canto a la belleza, a la contemplación, al disfrute minucioso de lo más vivo: “Cuánta belleza oculta / reparten las ardillas y este agosto” (Médula);  “Viento, qué larga es tu canción, qué persistente / he de aprender de ti / la loa y el lamento vital que te recorren” (Ruegos de la tarde). El bosque abre los sentidos, aunque uno llegue, como confiesa Marina Tapia, casi por casualidad: “Yo me perdí en el bosque sin quererlo” (Feroz necesidad).

 

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