Hay en Yo escribo la noche un dolor profundo. Un pesar que trasciende el sufrimiento íntimo para dar voz general, para encarnarse en los versos de Pizarnik, de Woolf y todas las voces que no alcanzan sino el silencio. Como introducción, Pilar Blanco nos lleva a un claro de bosque de brumas, desorientado y perplejo, pendiente de sonidos, de sombras, de los sentidos alerta para comprender el dolor como esencia: “Es la silueta de la noche un pájaro / que apenas se sostiene en su tiniebla; / y es la tiniebla pórtico de luces, / temblor que no se eclipsa contra el suelo, / el manantial, la voz que permanece” (Nochegarza).
Tres partes componen el volumen. La primera, Ello (Germen de oscuridad la luz) se sitúa en un tono propio casi del Cantar de los Cantares: “Como paloma / que esponja su plumón para aventar el vuelo, / así mi corazón a ras del trigo, / así mi corazón” (Vértigo celeste). Pronto aparecerá una mezcla de vulneración de límites, de profanación (“Hemos cruzado todas las prohibiciones, desvestido el tiempo de sus harapos de tiempo /…/ Los huesos calcinados, pero amándote”, Si ardiéramos un día); y de aceptación de lo sagrado: “haciendo luz de la ausencia de luz” (A tal pureza). Un mood místico, casi de profeta laico, una versión actualizada de aquello que pedía Robert Bly: “Se hará sabio, aunque lo llamen loco, / profeta, aunque a nadie fecunde su palabra inflamada. / Se hará poeta y luego / creará un universo en su locura” (El resplandor); “Del laberinto del lenguaje /…/ yo escojo solamente una palabra: / amor. / Aunque fuera mentira, / ¡qué devastación dulce fue naufragar en ella” (Pulmones y sal).
La lucidez que solo lo sagrado otorga es de sufrimiento: “La patria de los hombres es su desolación” (Marco de espada); “Ahora, atravesada del amor y la herida, / solo sé arder” (Brasa). Como también otorga el remedio y la cura: “Si no existieran ritos, la costumbre, / las normas, los hayqués, las hipotecas, / y el día de mañana como un día cualquiera, / como un final cualquiera inaplazable, / a lo mejor abría ventanas como párpados / y tendía los brazos, alas de cera e ícaro de alféizar” (Todo mirando). El Árbol de la Ciencia es ahora, “Ahí. Del frutal de los nunca / De donde huyó la luz” (De donde huyó la luz). Quizás por eso, Pilar Blanco admite que: “Tuve que irme a vivir a otro lenguaje, / que infiltrarme en la piel de otro alfabeto /…/ Aprender a decir estos son mis labios, / esta es mi lengua única, mi espina” (Algo de mí partió).
La segunda parte, titulada ––S––, representa quizás la de mayor conciencia del sufrimiento: “Tengo un dolor / aquí, / donde la cicatriz limita con la noche” (Grieta). De las múltiples referencias habría que añadir, no solo a Dámaso Alonso: (Dolor con alcuza: “Solo el silencio oirá mi desmesura”); sino principalmente a Vallejo (“Todo gira en ella encapsulado, / pobre hatillo del caminante del error. / Cierra el dolor las Españas, las pequeñas de abrir paisaje, almendras de otro siempre, / y los inmenso como cruzar océanos”, Cerrado astillas) o a Valente(“Ser que de nuevo arrincona al no ser y se apunta otra victoria: la del aplazamiento, / que estos heraldos negros nunca advierten en vano”, Los heraldos). Las contradicciones, las dicotomías, las paradojas pueblan este paisaje de dolor y angustia: “Desear no es tener, / es alargar la mano y acariciar distancia, / apacentar estrellas, constelarse. / Esperar que descienda para incendiar los huesos” (Mira cómo rueda y cae). De esta forma, si “Concreta el dolor en la laceración de los sentidos” (Dame la luz sombría), se ansía “Poder vivir sin luz” (Eclipse de mar) con la condición de que “Nadie maneje con sus dedos de hierro las cuerdas del olvido. /Nadie quiebre mi espejo” (Carta Magna). En suma: “He venido a morir, es a lo que he venido” (Lo que se escapa). Cierra esta parte, de nuevo, el recurso a la palabra: “Dame las manos, poesía. Ponlas sobre mis párpados heridos” (Los dioses ciegos).
Quizás la última sección, Ella, es la más genérica, en el sentido de comunidad: “Somos mujeres de ojos grandes, / mujeres de boca grande para gritar pariendo la negrura / y somos las que tiemblan”. Una voz en plural, con el peso de los años y la tradición: “Al cabo, esta es la historia: caer y levantarse. Sin épica o misterio /…/ La poesía no es consuelo para pájaros. Si acaso voz unísona, dolor contra el dolor tentado de equilibrio. / Si acaso compañera de inmensidad, / de tabla en el naufragio irreversible” (Lava leve). La protagonista se alza como un símbolo, un ejemplo, un prototipo real que se cumple en cada imagen de la feminidad, cotidiana o literaria: “La mujer que ha tallado la llave del deseo / se abrasa cada noche hasta fundir sus alas” (Del tamaño de un nido); “Desde ellas soy La Maga. Y Beatriz Celeste” (Siempre La Maga). Se conjuran aquí Carson, Alfonsina, Alejandra, Sylvia, Emily, Frida, Virginia, Ana, Rosalía, Doris Lessing.
Las posibilidades expresivas de la poesía de Pilar Blanco siempre son amplias, desde el uso de neologismos, a la alternancia entre versos largos y cortos, poemas certeros y letanías, diversos tonos, siempre conmoviendo y de cuidadísima belleza: “Desde el dolor, bajas al cuerpoatierra, / los ojos en la altura; ser capaces / de ser desaprendiendo. Quien anhela / y tropieza otra vez, quien se levanta / y planea a la brisa, / quien construye / de sus muñones alas. La alegría” (Resistencias). El recurso de los sentidos (“y recorre las urgencias de los tallos, / de los labios absortos en el beso. / Para que le mirase un mundo”, Y no estar loca) y de la razón (“Hay un paso que solo la Belleza puede dar / Y conduce a la vida”, Visión de la Belleza). Cuando el poema se encarna (“Cada verso una piel, / en cada piel un árbol tatuado”, Una tumba en la playa) se construyen los libros, “Ahí los dos abiertos, libros que ofrecen sus palabras voraces, devoradas, al ojo que los lee; que decide qué letras, con qué peso y medida, qué dolor vale más” (Contramujer).
De nuevo Pilar Blanco Díaz nos ofrece una poesía descarnada, que va alternando la serenidad ante el sufrimiento (“Te vas y al tiempo insiste por mi sangre, / lenguaje de mis venas, no te has ido”, El cuenco de las manos) con la certeza del final: “Muere / solo lo que ha vivido: / la alta llama” (Resistir a la luz).
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