lunes, 6 de agosto de 2018

Conservar nunca es bastante


La percepción de la posición política que un individuo tiene de sí mismo debería coincidir, como es lógico, con las ideas que conscientemente enuncia. Sabemos que, a menudo, nos traiciona el inconsciente y pretendemos ser de una determinada ideología, pero nuestras palabras y nuestros hechos sacan a la luz que no somos lo que pretendemos ser. Bien por fariseísmo, por haced-lo-que-yo-digo-pero-no-haced-lo-que-yo-hago, por hipocresía y doble moral, que nos disculpa de cometer lo que en los demás nos parece intolerable. Este es un grave problema de coherencia personal que se convierte en un auténtico peligro cuando se trata de gobernantes públicos.
                Los hay que engañan y se hacen pasar por lo que no son. Esos políticos que cambian el traje de chaqueta por la cazadora o por la camisa desabrochada para dar una imagen cercana. Asesores, spin doctors, mercadotecnia que pretende la absolución porque ellos no obligan a una política. Ellos permiten el triunfo electoral gracias a sus maniobras, para que luego, el candidato, sea coherente y lleve a la práctica lo que realmente está en su programa ideológico. Lobos disfrazados de corderos y lobos disfrazados de lobos.
                Una cuestión que tienen clara estos asesores de imagen es la de asociar al candidato con una serie de ideas, con un tono, con un estado de ánimo característico del votante. No siempre, porque se ha puesto de moda el pragmatismo. No procuran ya convencer ni a los convencidos ni a los que nunca se convencerán. Las últimas campañas van a por los indecisos. A lo mejor es por eso por lo que los líderes, los nuevos líderes, no despiertan la misma adhesión inquebrantable de antes.
                Eso no quita para que asociemos automáticamente una serie de palabras con una serie de caracteres ideológicos. A los progresistas les gusta ser asociados con los cambios, la innovación, la revolución permanente. Ser radicales es un orgullo. Tradición rima con conservador, y, sin embargo, no rima para nada con revolución aunque se hable de la revolución conservadora. Esos vientos de cambio de finales de los 70 fueron muy significativos. En aquellos momentos “revolución” era un concepto positivo indiscutible y decidieron subirse a la ola para reencauzar el capitalismo con esa famosa mezcla de conservadurismo en lo moral y liberalismo salvaje en lo económico. Sin embargo, no toda la derecha es neo-con. A los conservadores les gusta el rito, que las cosas continúen como siempre, les dan miedo los cambios. Lo que para muchos es algo vacío, para un conservador, cumplir ritualmente con una costumbre es algo cardinal, indispensable. Por eso siempre desconfían de las modas, el mundo prefieren verlo en categorías estables y se desesperan con la ideología de género. Más que nada porque la construcción social de la realidad es un concepto que les resulta incómodo en la misma médula de los huesos. Muchos conservadores no están de acuerdo con los liberales de derecha. Y no porque sean nostálgicos del fascismo. Simplemente porque deploran los cambios.
                El otro día, por las redes sociales, leí estupefacto, en un post de un conocido articulista conservador, reacciones que coincidían en cuestionar el gobierno de Rajoy como de derechas. ¿Alguien se cree que Rajoy ha realizado políticas de derechas? Y no lo decían de broma, ni eran integristas religiosos fanáticos preconciliares. Eran simplemente conservadores insatisfechos con que el gobierno del Partito Popular, por ejemplo, no hubiera ilegalizado el aborto o no hubiera tomado determinaciones más autoritarias en cuanto a Cataluña. Pues si el gobierno de Rajoy no ha sido de derechas, ¿qué ha sido? ¿comunista? Para ellos era un socialdemócrata, entendido el término como algo despectivo. A los conservadores, por su propia esencia, ningún gobierno les parece suficientemente conservador. Cualquier concesión a los nuevos tiempos es una traición a las esencias. Todo tiempo pasado fue mejor y la nostalgia de esos tiempos es una lente deformada que presenta el mundo de hoy en día como deplorable abominación, una degenerada versión de la juventud que añoran, que corrompe el orden estable e inmutable del universo
                No estoy hablando de un conservadurismo antropológico, porque ahí podrían caber tanto los conservacionistas del medio ambiente, los hippies artesanos y neorrurales, como los seguidores del coñac Soberano, los tecnófobos, incluso el movimiento obrero que lucha por mantener los derechos conseguidos en los años 60 y 70. Ni siquiera en el sentido que Steven Pinker habla de conservadores o revolucionarios, como una estructura psicológica que se aplica tanto a los de derechas como a los de izquierdas. Por supuesto, tampoco a las clasificaciones actualmente tan de moda que criban a la gente entre los resistentes a los cambios y los que abrazan la incertidumbre como una bendición. Me refiero a los conservadores de derechas, lo que normalmente se consideran conservadores.
                Lo pensé. Y llegué a la conclusión que es lógico que a los conservadores no les guste ser considerados radicales ni extremistas. aunque pretendan volver el mundo patas arriba, ellos están más allá de cualquier ideología, ellos defienden lo que ha sido así desde siempre, sin cuestionamientos ni adaptaciones. Si bien literalmente podrían ser radicales (de raíz, back to roots), no se perciben a sí mismos como extremistas, porque conciben la historia como un continuum, lamentablemente cambiante, en el que la utopía no aspira a llegar, sino a volver, pero sin poner un límite temporal para la vuelta. Porque en su imaginario todo siempre ha sido así, sólo las moderneces han introducido el virus, el pecado original en el paraíso de la tradición.

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