viernes, 10 de agosto de 2018

Reseña de Juan Peña: ‘El poema extranjero’. La isla de Siltolá. 2017


El poema extranjero es una recopilación de traducciones de Hölderlin, Keats, Leopardi, Baudelaire, Yeats, Kipling, Rilke y Dylan Thomas. Como señala el propio traductor en la nota inicial, aunque ha pretendido ser fiel al original, “en ocasiones, sin premeditación, se me ha impuesto la traducción de una emoción más que la traducción literal de las palabras que crearon esa emoción”. Decir casi lo mismo, es como definía Eco la labor de traducción, mentir para decir una verdad, que es la divisa de la ficción y la poesía. En lo que no hay que darle la razón es a la modestia de que “acaso haya leído una emoción equivocada en un poema extranjero”. Son estos grandes poemas acercados en un lenguaje muy cuidado y poético en lengua castellana desde el inglés, el alemán, el italiano y el francés.
            La técnica para la traducción no deja de tener su importancia. Para acercarse a los poemas, Juan Peña ha partido de las traducciones existentes. A partir de ahí, ha buceado en los sentidos de cada una de las palabras, buscando aquellas que se ajustan más a la emoción inicial, insuflándole, para redondearlos un hálito rítmico propio para no perder, de esta forma, ni la intensidad del fondo ni la musicalidad de la forma.
            Son autores predominantemente románticos, comenzando por Hölderlin: “Concededme, vosotras que podéis, / sólo un verano más, sólo un otoño / en los que pueda madurar mi canto” (A las parcas). Peña consigue temperar la grandilocuencia de unos poemas que aspiran a lo sublime y que, por eso precisamente, pudieran quedar algo alejados de la sensibilidad poética contemporánea.
            En una serie de valiente elecciones, con clásicos muy conocidos a los que siempre merece la pena revisar. De Keats nos traduce Endymion, “Algo bello es un goce perpetuo”. “Y aun así, pese a todo, la belleza / arrojará muy lejos ese manto / oscuro y tenebroso” (Endymion). Se adentra en el lado más peligroso del romanticismo, el júbilo y la destrucción, la capacidad proteica de descubrir el universo en el canto de un ruiseñor: “Y ahora que te escucho entre las sombras, / recuerdo esas veces / en que pedí a la muerte, como un enamorado, / con las tiernas palabras de mis versos, / que tomara de mí mi aliento con su aliento, / y en ello hallar así la calma para siempre” (Oda a un ruiseñor, III). Entendieron y nos transmitieron el amor como una “herida de una sed insaciable”, el platonismo más puro:
“Dirás entonces, muda, como ahora:
‘La belleza es verdad, la verdad es belleza
Y eso habrá de ser todo cuanto os baste saber’” (Oda a un ruiseñor, V)
            El flirteo con la muerte es una constante en esta selección de poemas: “Pero mejor morir / si no me es dado así vivir eternamente” (Keats, Brillante estrella);“Y en esta inmensidad se abisma el pensamiento, / y naufragan en este mar me es dulce” (Leopardi, El infinito).
            De Baudelaire toma su ansia de eternidad e infinito: “El cosmos es un templo” (Correspondencias), de Yeats, la ansiada travesía (Innisfree), “No hay en este país lugar para los viejos” (El viaje a Bizancio)
“Ni la ley ni el deber
hasta aquí me han traído,
ni el poder de unos hombres, ni el clamor de las masas;
tan sólo un placer íntimo de vuelo y aventura
me trajo a este fragor entre las nubes” (Un aviador irlandés prevé su muerte)
            El estoicismo que busca no alterarse ni con las alegrías ni con las penas se pueden recrear tanto en Yeats, “celebro lo perdido, y por perdido doy cuanto gano” (Lo que he vivido), como en la traducción elegante del famosísimo “Si” de Kipling, en el que sí que es cierto que sacrifica la literalidad por la intensidad.
            De Rilke, escoge el poema que inspiró uno de los últimos libros del filósofo Peter Sloterdijk, “Debes cambiar de vida” (Torso de Apolo arcaico), para insistir en las antropotécnicas que nos ayudan a entrenarnos para la vida, el sufrimiento y la muerte, para la belleza y el abismo.
            Para darle un sentido casi circular, el último poema, de Dylan Thomas contesta al ruego inicial de Hölderling a las parcas: “No vencerá la muerte” (Y la muerte no tendrá dominio). Del abismo a la esperanza.
            Tomemos estos poemas como recomendaciones vitales esenciales, como una panorámica inicial a una forma de entender la poesía que se extiende a través de paisajes, poetas e idiomas.

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