jueves, 9 de agosto de 2018

Reseña de Juan Peña: ‘Palo Cortado. Antología de letras flamencas’. Libros de Canto y Cuento, 2017


“No presumo de pensar
lo mismo que antes pensaba.
Se pudren siempre las aguas
cuando las aguas se estancan.”
Provengo de una familia de grandes aficionados al cante y recuerdo, en mis primerísimos pasos como poeta, la acogida del gran Antonio Murciano, pero, desgraciadamente, no pertenezco a ese ambiente, aunque no dejo de admirar, como mi amigo y poeta –y artista plástico– Mariano H. de Ossorno, y mi maestro en el arte de desentrañar metáforas, Emmánuel Lizcano, la excepcional poesía que se encaja en los exigentes parámetros rítmicos, temáticos y léxicos del cante jondo. La inmensa maestría de Juan Peña consiste en recoger toda esa herencia y dotarla de una personalidad propia, de un contenido actualizado sin estridencias, de saber común y de agudeza filosófica. Confiesa, de todas formas, el autor, haberse aficionado al flamenco tarde y de la mano de Antonio Machado Álvarez, Demófilo, padre de los poetas Antonio y Manuel. Hay mucho de los Proverbios y Cantares, mucho de la sabiduría de esos que nunca saben y lo saben todo, de los que son el pueblo y su voz se diluye entre los nadie.
            Acompañan dibujos de Pedro Serna sobre tipos flamencos. Juan Peña separa su labor poética en dos mundos, a priori, diferentes, sus composiciones flamencas y el resto de su obra lírica. Así, en La misma monotonía recapitulaba su labor fuera del compás (incluyendo alguna de sus tradiciones) y en Palo Cortado hace lo propio con las letras flamencas, que habían aparecido primero en pliegos y luego en Letras Flamencas (1995), Nuevas letras flamencas (2000) y Teselas (2008), añadiendo también algunos inéditos.
“Hay quien dice tonterías
poniendo oscura la voz.
Diciendo palabras raras
se cree que lleva razón.”
Como decimos, es mayor la influencia de los modales machadianos –incluyendo a Juan de Mairena y Abel Martín– más que los lorquianos –paradigma para muchos del flamenco literario–: “Si alguien te quiere enseñar / no olvides que lo importante / es aprender a dudar”[1], “busca siempre la verdad, y siempre dale de lado / a quien quiera convencerte 7 diciendo que la ha encontrado”. Palabra en el tiempo: “Tiene la tierra mojada / el perfume de los días / que llegan desde la infancia”.
Decía Juan de Mairena que, en este país, los novedosos apedrean a los originales:
“Quiso ser original,
distinto a toda la gente
y acabó en el rebaño
de los que son diferentes”
Eso no significa que se compartan siempre los presupuestos filosóficos de Machado: “No me digas la verdad, / que más vale vivir / teniendo tranquilidad”, “El saber y la conciencia / poquito a poco le ponen / arrugas a la inocencia”. En general hacen gala de estoicismo y epicureísmo muy austero, pero dotados de una gracia, en el sentido del duende –lorquiano–, “Que nadie me quiera a mí, / eso a mí me importa poco, / que yo me quiero un poquito / y con eso me conformo”.
Influencias variadas no faltan: “Cualquier momento es eterno. / Cierro los ojos y miro / la luz con el tiempo dentro”, aunque sea el verso juanramoniano, recuera el hoy es siempre todavía de Machado. Del de Moguer es también el ansia que se expresa en “De lo que el mundo me da / yo no sé bien lo que quiero, / pero siempre quiero más”.
            Estar pensadas para el cante le impone una exigencia mayor que al haiku, con el que comparte mucho de su espíritu contemplativo y del asombro hacia lo cotidiano: “Ya se está escondiendo el sol / y está poniéndose el aire / color de melocotón”.
            Por ejemplo, el uso de diminutivos, del vocativo, de la segunda persona, de las apócopes, de las hipérboles dan el tono de habla, y de cariño, a estas letras de lo que pasa en la calle… “A mí me gusta el verano / y beber agua fresquita / debajo de los sombrajos”, “Tiraba piedras al río / esperando que llegaras, / y mira si tiré piedras / que el río se rebosaba”. Tampoco falta la picardía y el sentido del humor, (“No quiere irse a la cama / la luna, y se pasea / con unas braguitas blancas”). Un poco dándole la vuelta a Courbet, descubre Juan Peña, “La rajita de tu culo / cuando te tiendes de lao / es la sonrisa del mundo”.
            El tiempo, la ternura, el paraíso perdido de la infancia, el regocijo en el paisaje son los temas que se dibujan en las teselas flamencas de Juan Peña: “Un olor, un sabor, / minucias, bagatelas. / Hallar la eternidad / en cosas tan pequeñas”, “Oro en el trigo, / plata en las hojas / de los olivos”. También la poesía misma: “Oscura y luminosa, / la poesía / es el rostro que queda / de una herida” y, por supuesto, “Cómo contar lo que siento. / con la palabra se rompe / la perfección del silencio”.
            Sin embargo, y a pesar de todo el júbilo que destilan estas letras, de vez en cuando, cruza sombría una lucidez triste: …” No es posible / vivir y no tener miedo”.
“Siempre habrá de ser la misma
la eterna historia del hombre:
los sueños que no se cumplen
o cumplidos se corrompen”.


[1] Parece necesitar la coletilla, “que diría mi maestro Abel Martín”.

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