jueves, 30 de agosto de 2018

Reseña de Javier Sánchez Menéndez: ‘El baile del diablo’. Renacimiento. Calle del Aire. 2017


Una famosa cita de Robert Burton decía que allí donde Dios tiene un templo, el demonio suele levantar una capilla. Javier Sánchez Menéndez ha entrado a rezar en ella. Para este poemario, el autor ha preferido utilizar el verso en lugar de la prosa poética de sus anteriores entregas (Melodía en Kensington Park o Confuso laberinto). Y este cambio de registro se advierte también en una posición desde la que se escriben los poemas. Sin abandonar la indagación filosófica, mayormente platónica (desde la caverna de Platón, principalmente) y estoica de la vida, los asuntos adquieren un cariz más personal, más vital, casi un balance íntimo.
La primera parte, Cantar por jugar, toma el título de su admirado Nicanor Parra[1]. En esta primera parte es la tentación la que adquiere protagonismo, en especial en lo que se refiere a los asuntos amorosos y el sexo (Black Jack, Nanny, Life lie). La muerte es otro de los grandes protagonistas (Hat, PGB).
La ironía destaca entre los versos como forma de distanciamiento, como el hecho de que los títulos de los poemas estén en inglés. A menudo el lector está privado de la anécdota, pero, más allá del hermetismo o el guiño cómplice, nunca Sánchez Menéndez juega a hacer del poema una adivinanza. Presuponemos unas andanzas vitales que conducen, la mayor parte de las veces al conformismo o al fracaso del final inevitable y sobre las que el poeta pretende una actitud de estoicismo (“Los sonidos aumentan / o disminuye en el mundo / sólo porque vivimos. / La mano no otorga resistencia, / la limpieza en cambio es el afecto”, Was clean), la búsqueda de redención (“Cansado de esperar que se acabe / lo bueno de la vida / y comience otra historia, / una tarea capaz de redimirme”, Cualquiera) o la ironía: “Para esperar que venga Satanás a tu casa / y reparta las cartas de los que son poetas, / debes dejar encima de la mesa una copa / de vino y un puñado de rancios alimentos / de sobra. // Los demonios son ángeles, ellos visten de negro” (Satanás). Y quizás, algo de autocompasión: Recibo de lencería, A prayer: Loreto (1979)
Sánchez Menéndez dirá en su siguiente volumen de Fábula que solo hay dos poemas, los de cortesía y los de agradecimiento (Relaciones de estricta cortesía). ¿A quién habla? ¿A la poesía? Como un amante temeroso del rechazo: “La pasión sin ánimo es olvido, / el amor un pedido por teléfono” (Kitchen love).
La segunda parte, Las obras terrenales, enfocan principalmente el amor y la palabra. Una lucha estoica contra la ira, en la que el gato puede ser cómplice, como lo es la filosofía de María Zambrano. Un capítulo mucho más filosófico, en el que abundan las sentencias y los aforismos: “Nunca dejes de ser, naces sin amor, / vives sin amor, mueres sin amor. / Respirar, saber, olvidar la nada / y seguir, seguir haciendo algo” (Stand by), “Nunca llegará el bien si se ha buscado. / Siempre faltará el mal si se ha omitido” (Nunca), “También la luz / posee tinieblas” (Pólvora). Porque, sospechamos, para Sánchez Menéndez, la literatura es la vida: “Este verso dirá / que sigo vivo” (Mucha mierda)
Otros poemas se centran más en el pasado, la niñez, por lo que se añaden más anécdotas, algo más de argumento: “La cámara de fotos, una vieja canción / y la sonrisa. Mi vida se traduce / en el recuerdo y la sinceridad / hacia aquellos que un día / dejaron de ser palabras” (Amistad)
La verdad de las cosas (de nuevo Nicanor Parra) es la última parte, con una contundencia lírica intensa: “Desde la indisciplina y la justicia, / no es nuestra guerra. No olvida / que el diablo nos envidia / porque somos mortales” (Semillas de grandeza). No desaparece la voluntad de pensar sobre la vida: “En la humildad habita la verdad” (Semillas de grandeza) y sobre la muerte: “Mañana hablaré con los muertos / de mis culpas” (El día de mañana). El remordimiento vuelve a aparecer entre los versos.
La pulsión de muerte se torna muy presente: “La muerte debe ser un espejismo” (La muerte), “Han muerto ya los árboles, las nubes, / las estrellas, los pájaros. / ¡Si morir fuera cierto!” (Infancia), “En el camino hacia la muerte / en ese instante, el desvelo, la luz / sin anatemas. Hay un hombre / que desea volver a la nada” (La muerte).
“Debo reconocer la falta de mi vida,
no poseo el don ni la gracia
de todo lo visible y lo invisible
sólo un leve recuerdo en la mirada
de aquel niño que fui
en unos brazos grandes
 
Ya es tarde, mi vida se convierte
en argumento y comienza a llover.” (Descarte)
                El baile del diablo termina siendo un equilibrio al son de la música entre el pasado, la memoria y el remordimiento, la cercanía de la muerte y la poesía. El pecado, en suma.
“Nunca pedí nacer
aunque aquí estamos.
También vivir precisa de epitafio” (Balance)



[1] “Las cartas por jugar / son solamente dos: / el presente y el día de mañana”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario