lunes, 27 de agosto de 2018

Del arte de no dar la razón aun estando de acuerdo


Podríamos decir que en estos tiempos inciertos la falsedad es la moneda de cambio y las posiciones de cada uno tienen más que ver con la dinámica amigo/enemigo que con las de la discusión racional y el acercamiento de posturas. Pero no es nuevo. No sé si alguno se acuerda de la campaña a favor del referéndum sobre la permanencia en la OTAN. Los partidos de la derecha, que estaban de acuerdo con la Alianza Atlántica, no podían coincidir con el PSOE, así que decidieron apostar por la abstención y, de paso, aprovechar el desgaste que presumiblemente sufrirían los socialistas entre su electorado más progre.
                Todo lo referente a la herencia franquista se sitúa en esta dinámica. En realidad, prácticamente cualquier cuestión se acaba fragmentando en pequeñas y sutiles diferencias para hacer imposible los acuerdos. Y todo por no dar la razón al otro. Quizás sea por no frecuentar malas compañías, o por dejar marcado la identidad propia.
                Creo sinceramente que la mayoría de los votantes, simpatizantes, e incluso los cuadros de los partidos que se están oponiendo a la exhumación de Franco son profundamente democráticos y antifranquistas. Quizás muchos piensen que la duda ofende y que no tienen que demostrar su pedigrí antidictatorial. Pero el caso es que mostrarse de acuerdo con el PSOE, Podemos y demás ralea les parece un precedente peligroso. Porque no se trata de llegar a un acuerdo sobre los grandes temas, qué se yo, sobre sanidad, educación o pensiones, en el que se pueda negociar para que ambas partes puedan sacar pecho de lo conseguido. En este caso no hay posibilidad de contrapartida. O se hace lo que el gobierno dicta, o queda uno como nostálgico del franquismo. Y es contra ese agachar la cabeza contra lo que se niegan.
                Lo sé porque he estado leyendo a más de un columnista conservador. Y no precisamente de los transigentes. Para un conservador, en principio, una dictadura no es algo deseable porque implica poner la tradición a merced del capricho de un individuo que, aunque probablemente defienda principios similares, puede manejar las cosas a su gusto o interés. Por supuesto, para un liberal, una autocracia es, o debería ser, lo contrario de lo que se defienda –aunque no dejen de mostrar admiración por personajes como lo tecnócratas del Opus Dei o Pinochet que pudieron conjugar la total falta de libertades democráticas con un laisser-faire económico–. Demos, pues, por sentado, la voluntad del PP y Ciudadanos de enfrentarse a la dictadura.
                ¿Por qué, entonces, se niegan a la exhumación? Podríamos pensar que no se encuentran demasiado incómodos con estos símbolos, que algunos de sus fundadores estuvieron ligados al Régimen, pero me resulta difícil admitir que sea una cuestión de no remover el pasado. Para empezar, a los conservadores les encanta el pasado. Y, definitivamente, no se puede acusar de cortina de humo por parte del gobierno si uno no entra al trapo. Si realmente fuera una maniobra de distracción, todos estos partidos atenderían a asuntos mucho más importantes a su juicio y dejarían que los restos del dictador salieran del monumento. Da mucho más la impresión de que están encantados con esta cortina de humo, que también beneficia al PP y a Ciudadanos, que pueden parecer sensatos ante sus votantes frente a las arbitrariedades del PSOE y Podemos. Sensatos porque han sido capaces de articular un discurso para no defender la dictadura y no defender la repulsa a la dictadura. Una obra de arte que supera la lógica aristotélica y el tertium non datur.
                Que se está convirtiendo en un circo es evidente y nada mejor que desempolvar antiguos militares o señoronas que aparezcan en televisión soltando barbaridades para que la derecha que se niega a renegar de la dictadura sean considerados mesurados y con el sentido común que le falta a la izquierda tiquismiquis. Por supuesto que el espectáculo televisivo rinde muchísimo en términos de audiencia, y que se multiplica a través de las redes sociales. Así, de paso, nos ahorramos plantearnos la utilidad pública de una fundación como la Francisco Franco.
                Los términos de la discusión, el marco discursivo está ya claro. Quienes quieran seguir en su postura pueden hacerlo. No hay posibilidad de negociación o de acuerdo. Unos nos sorprenderemos de que siga existiendo un monumento como el Valle de los Caídos cuarenta años más tarde de la Constitución. Otros podrán seguir con su conciencia tranquila pensando que no molesta a nadie. Y la dialéctica discurrirá acerca de cómo no pueden sentirse ofendidos por tamaño disparate. La indignación es lo que tiene, que es libre. Que nos indigna muchísimo un inmigrante cobrando una ayuda, que no nos indigna un grande de España dejando de tributar por sus propiedades, que nos saca de nuestras casillas que no se pite un penalti o que el orgullo de ser español sólo dependa de los mundiales de fútbol o de contrarrestar a los putos indepes, que nos irrite el uso del lenguaje inclusivo y no movernos la sangre que se mantengan fosas comunes de represaliados por el bando vencedor.
Mientras, por televisión, seguiremos escuchando que Franco no asesinó a nadie porque todo fue legal; que la historia es historia y que no hay que remover el pasado; que los rojos perdieron la guerra y que deberían aceptarlo –como si la guerra fuera un torneo de ajedrez o si el triunfo militar dependiera de la categoría ética de los contendientes–; que lo contrario sería una aberración como que en este caso los perdedores escriben la historia. Y seguiremos sorprendiéndonos que partidos democráticos quieran mantener su cabeza alta porque no se han dignado a aceptar las condiciones del partido en el gobierno en algo que afecta tan poco a los presupuestos generales.
El arte de no dar la razón aun estando de acuerdo.

1 comentario:

  1. Todo esto es un circo, mi estimado amigo, y somos muchos los que estamos deseando que acabe de una vez, y si lo es con la exhumación de un individuo, pues que así lo sea. Habrá que esperar al día después. Porque lo verdaderamente cierto es que en este país somos especialmente aficionados por no dar nunca por resuelto un conflicto, y así se genera todo tipo de información, conversación, discusión e interpretación -generalmente, malinterpretación- de la que vuelven a surgir nuevos enfrentamientos. Magnífico, como es habitual.

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