domingo, 7 de abril de 2019

Libertad de represión


La gracia de las libertades, y en especial, de la libertad de expresión consiste en ser tolerante con los que no opinan como tú, sobre todo, con los que se expresan radicalmente distinto, con un tono que parezca soez, fuera de lugar, insultante. Lo demás es más bien hipocresía o tener una banda de aceptación de opiniones ajenas más o menos amplia. Sin embargo, hay que asumir que la libertad de expresión conlleva el compromiso de aceptar que a los demás les disgusten tus ideas. Si no aceptas una crítica, en realidad, no estás defendiendo la libertad de expresión.
                La libertad de expresión se recorta mediante la censura judicial, con cárcel o multas. Se recorta con amenazas en el trabajo, con presiones para que digas o dejes de decir. Funciona como resorte de poder, de arriba abajo. En cambio, la protesta social no posee la capacidad de castigar, de imponer sanciones y sus presiones no tienen más fuerza que la unión de muchas individualidades. Me resisto a llamar censura a la manifestación masiva de la crítica hacia algo.
                Si aceptamos acríticamente los discursos o las acciones de las demás, la consecuencia sería un barullo en el que no tendríamos defensa y se acabarían imponiendo las decisiones de quienes más griten (metafóricamente). Es decir, que estaremos a merced de quienes controlen los medios de comunicación. Ya casi lo estamos.
                Dos casos últimamente están en la palestra de la libertad de expresión y sus límites. Uno es el enjuiciamiento de Camilo de Ory a cuenta de sus chistes sobre la muerte de Julen. Otro es el que hay alrededor de Arcadi Espada y sus declaraciones sobre el síndrome de Down. Ambos están en el punto de mira de la justicia por delitos de odio. Y parece justificado que se estudien estos casos porque los que han recibido los comentarios no representan el poder precisamente.
                Como he repetido en varias ocasiones prefiero una justicia que tolere hasta el grado más amplio que se pueda. Pero no más. Tolerar significa permitir que el otro tenga opiniones equivocadas –según el criterio propio, claro está–. Esto no significa que no esté a favor de la crítica a las posiciones de ambos. Sobre Camilo de Ory estuve hablando hace poco. Pasemos a reflexionar sobre las declaraciones de Espada.
                Además de que la fiscalía esté pensando acusarlo de delitos de odio, se ha puesto en marcha un manifiesto en defensa de la libertad de expresión que han firmado muchos que detestan las declaraciones del columnista, pero defienden su derecho a decirlas. Esto también ha provocado un revuelo mediático y la descalificación de muchos de los firmantes.
                Creo que las declaraciones de Espada son muy graves. Ni siquiera hay que llevar a las máximas consecuencias, la eugenesia, son graves por la consideración que asume de las personas con síndrome de Down. Según lo que se deduce de sus palabras, hay que desincentivar que los padres que conozcan los problemas de su hijo lleven el embarazo a término. Si deciden tener el niño, que paguen los gastos que ocasionen. Lo grave es la consideración de que no merezca la pena tener hijos con síndrome de Down, porque estos no pueden tener una vida digna. Traerlos al mundo es algo indeseable y el Estado no puede cargar con los gastos que esto ocasiona.
                Con su propuesta se trata de “castigar” al padre por tener un hijo que necesita muchas ayudas. Hacerse cargo de sus gastos como una multa –que, por supuesto, no afectaría a los más pudientes que podrían contratar todos los servicios necesarios. Habría que recordarle a Arcadi Espada que las ayudas no se reciben porque el padre las necesite, sino porque las necesita su hijo. Al pasar por alto las necesidades de los hijos les está arrebatando su humanidad. Aquí no hablamos de alguien que arruina su vida y con su pan se la coma, es otro el sujeto de las ayudas y la solidaridad de la sociedad. Ya es bastante preocupante la tendencia a culpar a los obesos o los adictos a la nicotina y hacerles pagar los tratamientos. Esta propuesta es aún más canalla.
                Es la identidad de la derecha liberal: “como no es mi culpa, yo no pago”. Los progresistas pensamos más bien, “como no es culpa del hijo, lo intentamos solucionar entre todos”. Una concepción totalmente atómica de la sociedad en la que el egoísmo es la única medida y los seres humanos actuamos dirigidos por el conductismo, premios y castigos, más allá de la libertad y la dignidad.
                No sé si sus palabras se podrán entender como un delito de odio, no me corresponde a mí decidirlo, pero ahí queda mi censura moral a un personaje cuya arrogancia le priva de cualquier empatía con el sufrimiento ajeno. Su libertad de expresión me importa porque así se conocen cómo piensan estos supuestos “liberales”. Con sus ideas pretenden imponer y reprimir otras maneras de entender la humanidad. Luego se quejan de que no les dejan expresarse. Si debemos respetar su libertad de expresión, ellos deben permitir la nuestra. Y mi libertad de expresión es la crítica.
               

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