martes, 30 de abril de 2019

Reseña de Ruth Ana López Calderón: ‘Sin óbolos para Caronte”. Ed. El País.


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 Con prólogo de Antón Troches, Sin óbolos para Caronte, es quizás uno de los libros más inquietantes de la poeta boliviana Ruth Ana López Calderón. Una concepción doliente del poema que pretende “proyectarse en el sufrimiento del otro”. Estos poemas parten de lo corporal, del sufrimiento físico para abarcar un sufrimiento más esencial, más de raíz, más existencia. Sin embargo, “Aun cuando la aproximación a la muerte es un acto necesariamente personal”, no se convierte en el solipsismo, una poeta solitaria no es obligatoriamente una poeta centrada en su propio universo. El silencio, uno de los temas que van transcurriendo entre los versos es tenido como apertura, como lugar para la escucha. La escucha que atiende, en primer lugar a la propia muerte. Con un poema emocionante, un poema muy duro, con muchos matices y con una sombría belleza. La voz de la muerte que fascina como el abismo:

 “Aquí estoy con la máscara cubriéndome el rostro
para no espantarte, para que no salgas corriendo
/ … /
Una vez sofocado el grito desde el interior
y las manos aladas tapan la boca
–es la conciencia que emerge de su grieta–
y exasperado clama:

¿sabes lo que es ser mujer y no poder serlo?” (Detrás de la máscara)
La muerte no es la sombra de lo pasado, es la nube que planea sobre el porvenir, que se rompe como un rayo cuando llega la noticia y hay que asumir la muerte que llega: “No, no es fácil / aceptar esas palabras «no queda más por hacer» / … / Comienza el cuerpo su abandono. / Y el espíritu, su rebeldía. / Y gritar, y se cruzan / y claman –un poco más de tiempo” (No es fácil). La muerte es una realidad siempre presente: “Tal vez solo un fantasma que olvidó su muerte y aferrado a los despojos, / se arrastra, gime y blasfema, / flota” (Tal vez). La muerte toma muchos rostros, muchas máscaras, una puede ser la imposibilidad de alcanzar el vuelo de una mariposa (Monarca); puede tomar la presencia absorbente de quien no puede rechazar su paso: “Vencida la mirada, anquilosada la sed, / sumergida en la espera del no mañana / un muerto ya seco, / un cadáver ausente, / no hay esqueleto a enterrar” (Luto). Ante esa sombra, Ruth Ana López Calderón sabe que puede optarse por la inconsciencia (“Hay algo macabro en el inconsciente / cuando muerto los espejos / en los que busca la imagen y no la encuentras”, Inconsciente), la locura (“Voy a sumergirme en trance de locura / buscaré la risa”, Lo haré) y el delirio (La soga de mis delirios). Un poco de locura para ser libres, sólo un poco.
El poema toma corporeidad en objetos cotidianos, en la observación de la naturaleza, en las percepciones concretas. La nada es un vuelo de golondrina, la muerte el de una mariposa (Monarca, Llamada), vuelo del cuervo: “El cuervo vuela a lo lejos, / la pluma sigue en mi mano” (El umbral). Poemas como Invierno en Buenos Aires nos recuerdan que muchas muertes que son la muerte. Encontramos en estos poemas intensos dos facetas: lo concreto contemplativo frente a lo abstracto, las percepciones frente a los conceptos, la piel ante la razón. En Obituario confiesa: “de carne débil y enfermiza, ni la sombra del pasado / la que siento / doliente hasta los huesos / la piel como pergamino viejo / y el dolor que nubla la conciencia, / estrangula la esperanza; desintegra, / y mi alma se quiebra en un gesto mudo”.
En un monólogo interior, Anestesia, nos abre de nuevo una rendija al abismo, de un lado la muerte, de otro lado la inconsciencia. En un diálogo bergmaniano, la poeta se enfrenta: “Estoy reunida aquí cara a cara con la vida y con la muerte / sumidas en una tertulia de solo tres, como si más nadie” (Cara a cara con la vida y con la muerte), poema largo y muy emocionante. “anda, suelta mi mano y deja el alma en paz”.
Poca solución tenemos, “Ni una sola palabra que pueda alejar la tristeza“(Ni una sola palabra), un respiro en cuidados intensivos, “Solo 24 horas en terapia intensiva van y vienen”. Porque, al final, sabemos que “Todo perece, todo, todo” (Gira). Mientras tanto, la incertidumbre y el dolor, la ilusión y el fracaso (“¿atrapa el haz de luz entre los dedos, / cuando la luna invade por la ventana / acorralando su belleza, esporas marchitas / no saben de alegrías, ni de roces?”, Haz de luz), seguir, momentáneamente, vivo: “No, no puedo ser preciso: / no sé cuánto tiempo ha pasado, / solo el calor de la sangre y el llanto de las venas / dicen que aún estoy de este lado” (De este lado). Ruth Ana López recapitula, “Nada es simple en la vida / solo la muerte” (La mazmorra).
En el fondo la muerte es el todo, habría que explicarse qué es la vida, la condición de extraño, como diría Efi Cubero, es la de vivir, todos somos expulsados a este ser-ahí que no es nuestro y al que no pertenecemos: “Todos los espacios tienen dueño / Todos los tiempos son vividos. / De otros, por otros y es el fin del conjuntivo. / Intrusa la intención / La presencia y la voz también intrusas” (Intrusa). Sin embargo, por ahora, y, más a través de la escritura, aún seguimos a este lado: “Aquí están los cántaros llenos / ¿aún puedo beber algo de ellos? / o ha pasado el tiempo y queda solo el recuerdo / del aroma y el sabor / en la seca boca del destierro” (Hexaedro en bemol).

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