miércoles, 10 de abril de 2019

Reseña de Javier Gilabert: ‘En los Estantes’. Esdrújula, 2019.


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Javier Gilabert es docente, granadino (1973). No sabría decir cuál de las dos características es la que marca más su carácter. Publicó en  2017 PoeAmario (Círculo Rojo, 2017), cuyos beneficios donó íntegramente al Fondo solidario Avemariano. Ha coordinado una antología Granada no se calla (Esdrújula, 2018) con Alicia Choin, con textos contra la violencia machista. Colabora asiduamente con las revistas Lumbre y SecretOlivo. En los Estantes quedó finalista del II Premio de Poesía Esdrújula. En los estantes es una obra conceptual alrededor del leitmotiv de la estantería como símbolo.  Son los lugares donde guardar y atesorar, no son los anaqueles donde mostrar. En este caso son igualmente la literalidad, el amor a los libros que compartimos el autor y yo. ¿A qué se refiere cuando habla de que “Duermen todos mis libros, / aves de un árbol seco, / fronda de negro y blanco / ramas y dientes, ojos / huesos y raíz” (La estantería)? El juego está servido. Coincidimos con la carta epílogo de Fernando Jaén, “En los estantes es un libro orgánico, vital (…) un manual para combatir la melancolía y la desilusión”, con un punto de partida en la biografía propia del poeta.
El libro está dividido en tres partes, Mudanza, Estantes, Libros. Cada una de ellas se refiere a un momento vital. La primera comienza con una cita de Javier Egea. En Mudanza los poemas inician un periplo vital y de autoconciencia: “Me escribo en un intento / de saberme / me nombro entre las líneas / de unos versos” (El patio); “Tras la puerta –lo sabes– te encontrarás contigo” (La puerta). Como José Iniesta la poesía de Javier Gilabert es una demostración del misterio cotidiano, de un asombro cotidiano, de una celebración de la vida: “Sentado en una roca, / completamente a solas, / dispuesto a confundirme / con nubes, mar y cielo” (La roca); “¿Se burla el arbolito de los hombres? / ¿Qué postrera la mirada en su estructura? // En cualquier caso, nota que lo miran. / Lo dice a cada instante en su posado” (Bonsái).
                Centra su mirada en la presencia física de una casa –real y metafórica–: “Vivía en una casa con mil puertas / que daban paso a estancias / donde jamás entré” (Mudanza); “Al llegar, su presencia / ocupó mis estancias /…/ Se quedó con las llaves / que guarda en sus bolsillos / al lado de mis miedos” (Compañera de piso). El argumento está dispuesto para iniciar una nueva etapa vital: “Construimos la vida / superponiendo pequeños detalles. // Como los libros de una estantería / quedan almacenados, / con el lomo a la vista. // Me sorprende que quepa la vida en los estantes” (Los estantes).
Continúa el argumento en La estantería, ahora fijando la atención en la descendencia. El universo léxico de los libros también le permite al poeta jugar con la transmisión del conocimiento y el objeto físico: “Te veo en mí, hijo mío, / y al mirarme descubro / que no sé distinguirnos” (Primer verso); “Ella juega en la orilla. / Guardo el libro en su estante, / el más alto de todos” (La playa). La paternidad es el tema central, aunque no el exclusivo, de esta segunda parte: “Velaba vuestros  sueños en la cuna /… / De vuelta hacia la cama, lo confieso / Alguna vez fui lágrima” (La cuna); “Me duele tu dolor / tan adentro / que quisiera renunciar a este cargo. // La más mínima queja, / me hará volver al punto de partida” (Paternidad). Las inevitables relaciones de pareja se traslucen en El hielo, que me recuerda lejanamente al cineasta Ang Lee y La tormenta de hielo.
La orientación, metáfora de la sutileza del contacto y la piel. Bien ordenado, como los libros en un estante: “Desde aquí / se divisa la ciudad / y sois cada edificio / cada calle, / placeta, / rincón, / luz / de farola” (Mirador)
Si este preciso instante fuese el último
que tú y yo compartiésemos,
en el que solo cabe un carnaval,
¿qué sentido tendría atesorar lo nimio?

La vida es ese instante
con máscara de días
en el que solo cabe una existencia (El instante)
La última parte, titulada Los libros, posee otra estructura formal. En Noviembre podemos apreciar un montaje cinematográfico clásica: plano general, plano medio, detalle, acción. Es el paisaje  el protagonista, además de en Noviembre en Viento y árbol y Olor a tierra mojada: “En el olor de la tierra mojada / encuentro tantas veces el consuelo / que con el agua recibe la tierra” (Olor a tierra mojada).
En el capítulo final se explica su simbología: “No sé si recuerdas, cuando fuimos / a por la estantería los dos juntos” (Capítulo final);  “El hueco de su ausencia en el estante / agranda en mi interior este vacío, / invierno de una vida que se pierde” (II); “¿Qué queda de nosotros en la casa / que juntos levantamos en el aire?” (III).
No podemos negar un tono nostálgico en estos últimos poemas: “No emana la fragancia del jazmín /… / Ni suenan los poemas como antes” (IV); “Llegó el dulce momento / de abandonarlo todo” (V); “La vida me regala en un latido / la paz que en una vida que me ha quitado. // Comprendo en ese instante en qué consiste / ser uno y no ser nada al mismo tiempo” (VI). Es la conciencia del poeta del fin de una época. La paternidad pasa por diferentes fases y suceden tan deprisa… A partir materiales de tipo biográfico, como la muerte del padre, compone este un poema confesional tan intenso y proyecta una ternura sobre el proyecto de vida, la cadena del árbol de la vida que nos une a los que nos precedieron y dispone de nuevos lugares para los que nos sucederán.

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