lunes, 22 de mayo de 2023

Reseña de Ana Martínez Castillo: ‘La fiebre y la semilla’. McClein y Parker. Mirto Poesía. 2023

La fiebre y la semilla | Ana Martínez Castillo | Maclein y Parker

Ana Martínez Castillo se mueve con facilidad entre el relato y la poesía. Ambos intereses comparten una visión del mundo lleno de complejas interacciones, casi mágicas, llenas de imaginación y de misterio, y que sacan a la luz lo que siempre ha estado entre tinieblas. Esta necesidad de buscar más allá de lo convencional utiliza la poesía como forma de conocimiento y como reconocimiento. Ya lo sabían los ancestros: “Lo dijo madre: / Sabrás controlar todos tus impulsos, / sabrás hacerte ovillo nítido en la noche”.

Lo natural implica lo feroz, lo real, lo más ancestral y firme. Lo cultural, lo que fabrica el hombre, aunque sea el refugio esconde lo inerte: “Viene a la ciudad y la noche es firme. / Temes a los lobos. / Vienes a la ciudad y eres cómplice del frío. / Finges que no sabes nada”; “Dejé limpias las paredes de casa / y difuntas / las ubres. / Me abrigué con el sueño torpe del hielo. / No volveré jamás”. Esa confrontación entre lo natural y salvaje frente a lo ordenado y fabricado vertebra cada poema de la trayectoria de Ana Martínez Castillo, que advierte de los peligros de sucumbir a lo racional tecnológico: “Rendirse a la sintética premura. / Ser agreste reflejo en la resina. / Entorpecer el duelo y / dejar el luto a medias. / Ser animal rubicundo en el misterio”; “Tenían mis padres otros hijos / que vivían quietos en sus féretros”.

El cuerpo es lo auténtico, “Cuando puedes, trata de desmentir el cuerpo, / asegúrate de ser inmune a la belleza, / evitar frecuentar el cráneo”. Es la materia, lo primordial. Dice la poeta, “Aprenderemos a controlar lo que arde, / lo que se agranda y desobedece, lo redondo, mediano…”. Incluso en la actividad poética: “Pertenecer a lo real. / Eres el minuto / anterior a la palabra, / sierpe que avejenta el trigo. / Formas parte de lo humano”.

Una de las influencias más claras es por una parte la de la poesía de Gamoneda con quien comparte una manera de entender la poesía y lo que las palabras producen: “Habito en la ligadura hueca del texto, / en la simetría brutal en la voz del padre”; “Mintió la ciudad sobre su luz. / Resultó que era rotura y daño /…/ Hacer del veneno nido”. Y Chantal Maillard por otra, quien entiende la búsqueda de la belleza y la cualidad mágica de las palabras: “Añorar la breve respuesta anfetamínica, el amoroso aliento de la lumbre. Buscar la belleza”;  “Lo dijo madre: / Será la ciudad un resplandor suicida. / Sabrás librarte de la fiebre”; “Habito esta ciudad como el que habita un hueco”.

Un sentimiento doliente, y más que doliente, trágico impregna los versos de Ana Martínez Castillo: “Moriremos imbéciles y ajenos. /…/ Seremos la fiebre y el vuelo de las moscas”. Como un destino que aúne el amor y la muerte: “Debes ser tú la que escuche seremos la tierra. / Tú y no otra”. O el deseo y la carne: “Son las leyes de la taxidermia. Vacía el cuerpo, tratar la piel, rellenar la cavidad sin demorarse”; “Despreciar el único abrazo de carne que te queda”. Un tema recurrente es la herida: “Eres extremo en la longitud del tubo. / Armonizas la llaga que temes. / Vas a morir y lo sabes: / Vas a morir y lo piensas. / En la debilidad del hueso, / en el veneno paliativo vas a morir. /…/ Deroga lo inservible de la página”. La herida sirve de recuerdo del dolor y de su superación, de “Recuperar la estructura serena del alambre, / la quietud imperfecta del humo, / y yaces en la cama bajo la luz que no cesa. / Bajo la luz”

“Pretendemos una locura tan densa

que se haga himno”

Es la luz otro de los puntos semánticos básicos, la que ilumina, la que duele y ciega: “Fingir una arquitectura que justifique el canto / que arranque tallos de luz. /…/ Comprenderse en la extrañeza”; “Muere la voz que no alumbra”. Y el miedo a las sombras y la soledad: “Te dije que tendrías miedo. / Que estaría sola. / Que te obligarías a respirar desnuda”.

Una especie de ritual, sagrado y arcaico, se va construyendo en los poemas, como en la vida que hay detrás: “Atenta al rastro que anticipa el movimiento. / Actúa con sigilo. / Como quien depreda. / Como si solo conocieras esta ridícula forma de morirte, / esta ridícula forma de ser tú”; “Deseo lo sagrado. Participar de tus liturgias. / Abrazarme al desdén mítico / y pensar con detenimiento la aurora”. Y, en esa liturgia, la palabra como unión y como llave imperfecta que nos lleva al conocimiento y al Otro: “Tuve que romper el verbo, límite redondo. / Hablar de la muerte inmaculada /…/ Encontrar mil formas para decir lo mismo”.

La fiebre y la semilla cuenta las historias de redención y dolor, y, sobre todo, de supervivencia: “Caíste en la trampa de la que hablan los cazadores. / Letargo Piel /…/ Caíste en la trampa de la fiebre”. Como sentencia con esperanza en los últimos versos: “Lo dijo madre: / Vendrás a hacer un nido en el desastre. / Permanecerás tranquila”.

 

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