Esta es la segunda incursión de Rosario Troncoso en el género aforístico. Es de grato recuerdo Relámpagos (Editorial Norbanova, 2019). En el tiempo que ha transcurrido entre ambos la mirada de la poeta ha cambiado sin perder su esencia. El apasionamiento como forma de conocimiento diestro sobre la realidad. Está dividido en dos bloques, la primera, Certezas feroces, es la que ocupa la mayor parte de los aforismos. La segunda, con título homónimo, afina la mirada. Precisamente esta es una de los puntos referenciales de esta colección de certezas: “Cuánto de ti en los ojos de los otros”; “Solo le ve el sentido práctico a la vida aquel que nunca ha ardido sobre la piel de un cuerpo amado”. La mirada y el silencio: “La clave del equilibrio es el silencio”; “La meta está en aprender a buscar el silencio adecuado”.
Pero, no nos engañemos, el gran tema de Rosario Troncoso es la ausencia: “He aprendido a vivir sin pensarte. Ahora no estoy pensando en ti”; “Echar de menos no debe cronificarse”; “La libertad duele porque está hecha de heridas”; “Las cicatrices son siempre advertencias”; “Duelo que no duele no será duelo”; “Esas ausencias que nunca serán una costumbre”… Ante todo, el efecto personal tan hondo que provoca el sufrimiento: “No temo que me hieran, temo cómo seré yo después de la herida”.
No es de extrañar que procure una versión estoica de la vida: “Se dejó morir con la tranquilidad de las estatuas. La pasión bajo la piedra”; “El olvido es siempre un bien imperfecto”; “La clave de la supervivencia es aprender a no amar”; “El paraíso del sueño”; “Hundirse solo es cambiar de medio. Adaptarse es la opción”. Sin embargo, hay un componente hedonista, epicúreo que salva la pasión más vital de esa intención de ser estatua: “Detrás de cada vicio hay un intento de huida”.
El otro gran elemento son los hijos. La visión de la infancia y la figura de ser madre hace impensable la ataraxia y el descuido: “La felicidad es líquida y se entrega a los niños. Madurar es haberla derramado por completo”; “Dios es un padre desesperado: sus hijos no se entienden, aunque compartan idioma”; “La infancia se va cuando se aprende a leer el reloj”; “Las palabras con frío incorporado: custodia compartida”. En el fondo, tiene razón cuando sentencia que “Es ese tiempo solo tuyo cuando más eres de otros”.
Gusta Rosario Troncoso de las paradojas y de ironía: “A veces creemos ser espejo para alguien, y solo somos espejismos”; “Todos los caminos llevan a Roma, pero de Ikea es complicado salir”; “A veces la melancolía solo es hambre”; “La muerte de la poesía son los recaptadores de serotonina”. Como su maestro Sánchez Menéndez, utiliza la acidez como arma: “A falta de cuchillo, causticidad”. Y es que, desgraciadamente, “Cada cual es tonto a su manera”. Dentro de esta crítica mordaz están una serie de aforismos sobre las redes sociales.
En la sección propiamente titulada No es locura, es claridad, se abre en canal y aplica esas certezas con ferocidad hacia lo más cercano, lo que más le duele: “El frío peor no es el de fuera”. El sufrimiento que proviene de que el mundo no tiene piedad, y más aún con las acciones y maledicencias de ciertos grupos sociales: “Sociopatía: el plan de hacer enemigos adrede”. Por eso, demasiado a menudo, “el camino de la verdad es la vía directa al infierno”. Y, como casi prometían Deleuze y Guattari, los antipsiquiatras de los 70, quizás “La locura es el antídoto para la indolencia”.
Las reflexiones sobre el dolor son, según el gusto personal, de las más atinadas de esta magnífica colección: “Aferrarse al dolor por no conocer otra cosa”; “Y descubrir esa clase de dolor es el fondo de la existencia que es siempre el mismo, aunque sean otras las personas”.
Como en su trayectoria poética, la belleza y el extremo cuidado con el lenguaje, son la manera no solo de elocuencia, sino de conocimiento verdadero. Confidencias, reflexiones, una lucidez sin caer en el nihilismo –la ironía y el sentido del humor nunca faltan–, una denuncia de la hipocresía de lo que parece normal. La ausencia, el dolor que los demás nos infringen y el que la vida, sin remedio, nos tiene preparado van apareciendo como versos que contienen un poema entero.
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