miércoles, 11 de septiembre de 2019

Reseña de Bibiana Collado Cabrera: ‘Certeza del colapso’. Ediciones complutenses. 2018


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Licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Valencia, donde también realizó el Máster de Estudios Hispánicos Avanzados. Ha obtenido el Premio Voces Nuevas de poesía (Editorial Torremozas, 2009); el Premio Universidad de Valencia de Escritura de Creación, en castellano (2009) y en valenciano (2012); el XXXIV Premio de poesía Arcipreste de Hita (2012); accésit del Premio Adonáis (2016); y Premio Complutense de Literatura 2017 por este Certeza del colapso.
La cita inicial de Marifé de Triana es un buen anticipo de las herramientas estéticas que Bibiana Collado va a utilizar en este poemario. La memoria colectiva, encarnada en la copla –tanto como en otras canciones símbolo–, se concreta en la encrucijada personal del yo poético que anticipa, de ahí el título, el fin y la destrucción. Vivir como una sucesión de colisiones, de voladuras controladas de las que hay que salir indemne, coleccionando cicatrices. Dice en la introducción: “Como en un cristal / impactado por dentro / miro, analizo la grieta /… / Me sacude la / certeza del colapso / e invento, una a una, colisiones” (Colapsos).
                La parte se titula “Negro, negrito mi corazón”, añadiendo al soniquete musical el contenido sombrío de la letra. Otras músicas, en este caso Paraules d’amor de Serrat, sirven para incardinar la narración: “Tenían quince años” como la canción. El drama de la emigración: “Hacemos dinero y nos volvemos / la niña tiene que ser española /… / No hubo paraíso perdido / porque  nunca hubo paraíso /. Y mi madre mirándome asustada, / como si todavía guardase el secreto” (Paraules d’amor). La conexión entre la vivencia colectiva de una generación y la experiencia vital personal es uno de los alicientes de este volumen. La imagen de una infancia traumática se repite:  “Atravesada  / por el lenguaje de mi madre” (Síntoma); “Entre las ruinas / y sus pequeños / depósitos de muerte. / A pesar de una madre triste / a pesar de mí” (Concesión); “Un recuerdo infantil, / desgarradura. / No es una señal. No / lo es” (Falsa alarma).
                El dolor se transfigura y se hace concreto en la herida: “El temor de las manos / a encontrar el placer / del contacto con la incisión” (Ni siquiera a tientas). Concretamente se resume: “Mi madre  es herida / … / La lengua es herida // Tenía que decírtelo: / últimamente, / todo es herida” (Testaferro). Todo es herida.
                 Las cita de la copla, el espíritu de la madre, la banda sonora de su infancia es el recuerdo constante de la herida: “Volverá la punzada, / la atadura al alfabeto frío / y palpitante de las agujas. / La espera interminable / de una última conexión / que nos desvela, / por un tiempo / hacia la vida” (Pulsión), la sensación de nostalgia y tristeza que se mantiene: “Y sin embargo, / sólo recuerdo / esa tristumbre dura, / inexplicable, // siempre a punto de acontecer” (Síntoma II)
                La segunda parte, ‘A la lima y al limón’  continúa con la sensación de que algo malo va a ocurrir, “Certeza del Colapso”, ahora en relación a la identidad personal en peligro: “Un puñadito de quereres, / de penas recias, / hondos puñales” (Oralitura). No necesariamente que ocurra, la rutina es también certeza de colapso: “Algo no salió / o salió mal /… / Y el horror / de contemplar / cómo todo siguió / en su sitio exacto, / en su sitio exacto, / en su sitio exacto” (La torcedura); “La convicción de que esta vez / tampoco va a pasar” (Acuchillada). La lucha interior marca el argumento de los poemas: “Me hago trampa a mí misma” (Iniciales); “Contenidos, los demonios del mundo / esperan mi próxima caída” (Decir ya); “Vivo con equilibrios de alambre / la suspensión del castigo” (Alambre).
 “Volver y volver
 a la fisura
asediada de la infancia,
desmembrar el cuerpo-tiempo
que precede a la angustia primera
y no hallar nadie.
De pronto, notar que el frío llega
de donde procede el foco
que ilumina la hendidura” (El foco)
                Bibiana Collado se sabe perteneciente a una generación, en el sentido que somos herederos de nuestros antepasados, de los pecados y virtudes: “Preparada a conciencia / para quebrar la sucesión, / hoy formo parte / de ella” (Victoria)
                Malagueña es la última parte y continúa el punto de vista del yo, desorientado (“El sonido del que vuelve y ya no / entiende nada”, Amargas), temeroso (“Y vuelvo a sentir / ese cable tensado en torno al cuello / en finitos arabescos”, Blancura), consciente de los peligros y riesgos: “Sólo para poder / murmurarle al oído; / ya te lo dije” (Advertencias cumplidas). Un pequeño mundo, una burbuja fruto de la herencia de generaciones: “–la intimidad / entendida como una raspadura / que borra hasta los últimos surcos / del verbo–“(Blancura) y en el que uno mismo es, o puede ser, su propio enemigo: “Sigo clavando / el canto roto de la uña / en la carne endurecida. / Presiono y miro / de reojo / por si alguien percibe / la lividez / del auto-daño” (La lividez)
“Ver a mis padres ejercer
con diligencia la ficción
de la genealogía,
llenamos de meriendas,
de parques,
de aparente miedo restituido
a la vejez.

Ritos sobrepuestos
que diluyen la interrupción
de la sangre y su imposible,
que suplen su falta
en la torre cumplida
/… /
Y yo, que debería estar contenta
por el esfuerzo colectivo
 en rescatar el linaje,
 me enfado
y permanezco a la demanda
de recobrar la herida” (Genealogía)
La vida como una continuación de una serie de televisión, un Spin off: “Presiento los saberes del colapso /… / “He construido con precisión mi cárcel / para que nadie pueda / dudar de mi duelo” (Spin off). Por último, una referencia musical que traspasa y eriza la piel en el recuerdo: “Bailaba malagueñas –cuentan– / cuando salían de la iglesia” (Padre)


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