miércoles, 4 de septiembre de 2019

Reseña de Cecilia Quílez: ‘Caligrafía de la necesidad’ Bartleby Editores. 2017


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“El hambre era
Ayunar con un orgasmo”

La actividad de la algecireña Cecilia Quílez abarca las colaboraciones con los medios, la coordinación de exposiciones y otras actividades culturales, tanto como la escritura de artículos y relatos. Desde 2004 La posada del dragón ha publicado cinco libros de poemas. En su escritura confluyen muchas influencias, pero sin duda, clara es la huella de Juan Carlos Maestre y Chantal Maillard: “Quien escribe desde esos párpados lo que a la nada acontece como una espada afilada sobre el tiempo?”. Tenemos, como acostumbra, una variedad formal (Siglo XXI es un caligrama) en el libro para dar cuenta de las diferentes necesidades expresivas que los remas requieren. Escribir como toma de conciencia, como confesión, como urgencia.
                En la primera parte. Caligrafías, nos dice, “Rendido ante el cielo / El hombre inventa catedrales”. Una de esas catedrales simbólicas es la palabra. Cecilia Quílez practica una poesía en-carnada y des-carnada: “Y si la bestia fuera yo /…/ No hay óleo / Que alivie el ser no siendo / La tortura / Está marchita en otra hoja / Noto a la bestia aquí / Me hace sangre / No es suficiente / Aún no he podido escribir / Cómo asesinarla” (p. 15). Toma la voz como cualquiera podría tomarla, “Las palabras no saben de medidas” (p. 16), “Cualquiera podría ser poeta” (p. 17). Pero va más allá, hay una profunda revelación entre los versos, es necesario “Exhumar sin misericordia / El cristal crisálida / En el dócil párpado / de los ultrajes infantiles” (p. 22). Fruto de esa voluntad de diseccionar y de análisis es la cartografía de los sentimientos: “El amor es una distracción del deseo / No me gusta que me vea desnuda / Ni cualquier dios / NI cualquier dueño” (p. 18).
                Plantea una relación compleja con el pasado, que no idealiza –dice– pero que añora, porque fue el momento de las heridas y era el momento del futuro abierto. “No hay motivos para endulzar el pasado / Tanto homenaje / Por lo que fue / O pudo ser” (p. 23). El pasado debe ser estimado en la medida que anticipa el futuro y con él calculamos nuestras fuerzas para enfrentarnos al futuro: “Que mi última voluntad / Es siempre la primera / Y escribir todo esto / NO será nunca una derrota” (p. 26). La relación es compleja, decimos, por la importancia que hay que otorgarle al pasado-,
“Olvidar
         (ser)
El poema
Y volver a escribirlo” (p. 27)
                El estilo de Cecilia Quílez juega con la sencillez, consigue la musicalidad como al dejar caer las palabras como gotas de lluvia sobre un tejado de uralita. Y con la misma nostalgia nos habla del desencanto. Especialmente patente en la segunda parte, Cartilla de símbolos, donde “El verbo sujeta la voluntad del frío”, con una clara Influencia de Gamoneda.
                Estos versos saben de la fascinación elocuente del silencio: “Muy quieta por dentro / Tan solo mirar” (p. 33); “La que otra boca / calló siempre” (p. 35). Da cuenta de la necesidad del silencio a la palabra escrita de la primera parte. Ahora, nos dice, “Amé en silencio” (p. 36), “He recogido el mercurio de tu lengua” (p. 37).
                La dicotomía entre el pasado y el olvido corre pareja a la del silencio y la palabra. Cuando grita que “Nosotros aullamos / Otro evangelio” (p. 39), lo que está tratando de expresar es la perplejidad, “Porque ahora / Ni a mí ni a ti / Nada nos importa la poesía” (p. 39) a la vez que “Mientras despertamos / Las palabras que nos nombren” (p. 40). La clave podría estar en la voluntad de la comunicación: “Consumida ante el yugo / Indolente de la perfección / Entro en el infierno de lo inasible” (p. 42). La relación de lo inasible torna en una aspiración a “Empezar el mundo desde cero / Aunque estén las luces apagadas / Y yo tenga miedo / Mucho miedo” (p. 43) y, paralelamente a glosar en poemas de la rutina de la convivencia: “Y aun así Amor / No sobró nada / Ni siquier este invierno” (p. 44).
                El juego de contradicciones se va manteniendo a lo largo del poemario, aludiendo al arte cómplice: “Despierten si es posible / Y justifiquen lo mejor que puedan / Esta pesadilla” (p. 45); a los conflictos internos del poeta: “Perder la voz / El olfato / El púber acto contra la inocencia / Y seguir amando el fuego / Idolatradamente / Confuso / Ante la escritura / Como único asilo” (p. 48)
                La última parte  Performance del Ángel, salta de lo personal y lo relacional de la pareja a lo social como un alegato “Contra el desencanto” (p. 51). Así se planta Cecilia Quílez: “Me niego a callar” (p. 52); “Mis palabras / No lo que había antes de ellas” (p. 53); “Ni mapa / Cada vez más pequeño / Ni miente ni contesta / Es todo lo que necesito / Para envejecer” (p. 54).
                “El infortunio de ser mujer” (p. 55) da paso a varios poemas centrados en la sororidad (p. 56 y p. 59):
 “De dónde vienes mujer
De la fortuna
De la escasez
De la muerte
De la resistencia
La misma ira
De otros nadies
Suficientemente
Nombrables
Qué importa
Tú Los otros
Seremos iguales ante el olvido
No llores
Florecilla del anhelo
A día de hoy
He contestado
A casi todo
Sin haber existido las preguntas
Y no
No sé si acierto” (p. 59)
La mujer debe ser libre, lo es, “Indómita tú” (p. 58). Y en esa lucha, confiesa, “He comprendido / Que fracasé en la misión de la caridad / Contra los ilustres / Revolucionarios de conciencias // Descansa ya obsolescente / Mujer tranquila / Que no te atrape el error / Despierta dormida / Tuyo será el crepúsculo” (p. 63).
                Como poeta, la palabra es el arma, “Pero haced el favor / Usad la última bala / Para reconquistar la palabra” (p. 60); “Veteranos de la confusión / Escribid sólo si los puñales / están hacia dentro” (p. 66). El tono se vuelve más reivindicativo al final del poemario (p. 67 por ejemplo): “Nadie es dueño del aire /… / Da igual la corona / Dan igual nuestras espinas” (p. 65). La dialéctica radical en la que “Nunca dejaré de preguntarme / Para quiénes sirven las respuestas”; “La mayoría de las veces / Era una necesidad / Sentir que sentía / Y escribir después” (p. 73). Y concluye el volumen en un impactante monólogo, como el que iniciaba  Trainspotting, donde se vuelca la rabia y la fiereza para enfrentarse a un mundo con la palabra desnuda y la conciencia herida.


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