domingo, 6 de noviembre de 2022

Reseña de Abel Santos: ‘Algo te queda’. Vitrubio. 2022

ALGO TE QUEDA | ABEL SANTOS | Casa del Libro


Conocí a Abel Santos a partir de Las lágrimas de Chet Baker caen a piscinas doradas (Chamán Ediciones, 2016). Ya antes tenía una sólida trayectoria poética: Esencia (1998), El lado opuesto al viento (2010), Todo descansa en la superficie (2013), Jass (2016), antologada en Demasiado joven para el blues.  Después llegaron Huelga decir (2019) que recogía la experiencia de la crisis de 2008 y su libro más luminoso, El camino de Angi (2020). Este es el reverso de aquel. Si uno describía los inicios del amor, estos versos, dedicados a su hijo, relatan el proceso de divorcio: “Y teniéndolo todo como teníamos: // amor, / un hogar, / trabajo, / un  hijo, / un perro fiel, // no sé por qué nos contentamos ahora / con cualquier otra cosa” (Una escapada familiar).

Si realmente existe una poesía confesional, este es un ejemplo canónico. La actitud vital del poeta sobrevive, el lamento no es el protagonismo, ni la condición del perdedor: “La vida, / lo reconozco, me da / muchísimo más de lo que soy / capaz de comprender” (Un salto de fe). Pero no deja de ser una manera de poner en orden los sentimientos: “Y contemplo, asombrado, las ruinas / de nuestro mundo. // Ahora tengo, me digo, / y es solo para mí: / me queda un pasado brillante / porque soñé/ –no hace mucho– / un futuro brillante / junto a ti” (Un pasado brillante). Conseguir, en todo caso, material para el poema: “un poeta siempre consigue lo que quiere / si lo único que ambiciona / es encontrar / una buena historia”.

Podríamos ir rastreando entre los versos las distintas fases del duelo, como la negociación con la vida (“Voy a pedirle a la vida / que me explique / por qué esta bonita historia / se acabó volviendo / historia de la mala /…/ Menuda mafia”, Se acostumbra uno al caminar); la depresión (“Por fin estoy solo / en mi habitación del silencio”, No sabes cuánto te quiero). Incluso la negación (“Qué atractiva estás, al amanecer, / entre el despertar y el desayuno. // No hay nada más dulce, / a mi parecer, / para hombre como yo, / y soy ninguno”, Mujer; “Loco perdido / por mi exmujer y sus ojos / de aguamarina. / Peleando, a diario, / para que no falten / los garbanzos a la mesa. / Vamos, / el auténtico / lado salvaje de la vida”, Las horas más duras).

No olvidamos que suele abundar más en la lírica el sentimiento de pérdida del amor que el de celebración: “Hay una forma / de expresar con palabras / lo que tocas / cuando el amor / se va/…/ En cambio, / para escribir bien / sobre su presencia / hay que saber / borrar” (No puede estar tan lejos la pelea). En todo caso, y a diferencia de los aprendices de Bukowski, el poeta no se da por vencido, declaración más importante cuando se es consciente del punto de partida: “Yo te juro que me niego / a darme por vencido y llamar poesía a la oscuridad” (Me niego…). Tampoco encontraremos una ristra de reproches, paisaje tristemente común en las rupturas: “–porque no sería ético decirte / lo que quieres escuchar–, / ahora mismo / tan solo busco // algo que sea efímero, / algo que sea serio” (Las palabras justas). Quizás, en la organización de los poemas ya estaba la razón principal para evitar la oscuridad:  “Pero ahora, que también quiero ser diciembre, / ya no recorreremos juntos / estas viejas calles de nuestra alegría, / y me acompañan, mientras tanto, / los mismos demonios de siempre. // Sin embargo, algo ha cambiado: // desbloqueo con mi huella el teléfono, / y la poderosa sonrisa de mi hijo / me arranca del corazón / lágrimas tan plenas / y orgullosas como el mar” (La noche que aprendí a rezar).

A pesar de ese rayo de esperanza hay poemas sombríos: “Hazte sombra. // Y recuerda: / lo único que no puedes cambiar / es que nada cambie” (La luz de tus ojos cerrados); “una grieta. / Solo eso. / Pero es mía” (La donación). Una aceptación personal de quien conoce los infiernos y ha buscado su salvación: “Porque ya te prometiste // que no necesitas / ser feliz en la vida / es tu forma de felicidad” (Jazz en el agridulce blues de la vida); “Yo no puedo permitirme ningún exceso” (Independientemente).

Aceptar la realidad, negociar con los recuerdos y no caer en la desesperación son los motivos para los poemas: “Nada más mediocre / que ver el brillo de tu alma / (en brazos de otro)/ en los pisos vacíos de mis imaginaciones”· (Fragmentos); “pero dando las gracias / por todos los versos que te dio, / por toda la vida / que aún no has escrito” (Fragmentos). En resumen, confiesa el poeta: “Voy a aceptar mi divorcio. /…/ Voy a saber que no existe mi soledad: / me acompañará mis files demonios / en esta búsqueda feliz / de recuerdos flamantes y hermosos. // Esta dispuesto a vivir. / Estoy listo para amar” (Estoy de paso en Vokzal).

Hay momentos como Este tema que son como un respiro de belleza. Versos que van iluminando desde la pesadumbre incluso: “Un soñador / que solo escribe versos / es un soñador que hace el imbécil / por encima de sus posibilidades” (El tiburón salió del agua). Recurre a la sabiduría estoica, a la aceptación filosófica: “porque inexplicablemente / nada sobrevive / mejor en este mundo / que todo aquello / que nunca pudo ser” (El futuro). Luego, inevitablemente, encontramos los recuerdos, los cómo-pudo-ser: “Caminas / otra vez solo por la ciudad / de los errores, / recordando el ángel azul / que despertó / este corazón / que plasmaba ser piedra /…/ El amor, / qué tontería / te dices… / Pero no dejas de sangrar” (Cuando estás pidiendo demasiado); “Ahora que mi vida es / como nunca debió ser contigo / Ahora que tu vida es / como nunca debió ser conmigo” (Born to be blue). Son momentos en los que quien escribe está desvalido, “Si el poema ya no es un lugar seguro” (Bocca Chiusa), frente a otros en los que el coraje de vivir y escribir asciende: “Pero sobre todo / quiero que dentro de la que escribes / haya algo tuyo / que demuestre / tu paso por la corta vida / y el ancho mundo” (Arte poética).

La aceptación, última fase del duelo, queda plasmada en muchos poemas, algunos con bilis (“Pero ya no maldigo el día que te conocí. // Maldigo / todos los instantes de rutina / que no supe tantear / la desilusión / en que te iban a convertir /…/ Al fin / has conseguido, / nena, // que odie / la poesía”, Al fin has conseguido…); otros con derrota (“Hay tanta fealdad / fuera de la lluvia”, Aguanta un poco más), incluso con el sarcasmo de quien conoce a sus propios demonios: “Y te jode, / y no pillas el chiste, / de que lo único que sabes hacer / –sin duda ni error– / realmente en esta vida // sea amar, / y a autodestruirte” (Algo te queda).

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