Rosa García-Gasco tiene publicadas una colección de relatos, Ciudad de niebla (2015) y la novela En tierra de reina (2018), de género fantástico. Podría sorprender que una doctora en Filología Clásica y máster en teatro y artes escénicas, que, según sus palabras piensa en latín pero siente en griego, salte de las lenguas clásicas al género fantástico. Sin embargo, todo el conjunto tiene una coherencia y un espíritu que transita entre las mitologías. De hecho, en el preámbulo confiesa que “Esto es obra de Mnemósine”.
Estos poemas atraviesan la fugacidad del tiempo: “Un pliego de piel y de memoria he cosido / para grabarme a fuego / caracteres de brumas, / tempestades de arena, // para herirlo con palabras de doble filo /…/ Memoranda. Ése será su nombre” (Su nombre). No solo es el tiempo, es cuestión de lo que sucede, del cambio, del mutar de las personas: “Al cabo de los años / me miro todavía en el espejo. / Se me ha pasado julio sin saberlo, / septiembre a traición se coló en los huesos” (Espejo).
Rosa García-Gasca tiene la habilidad de entretejer los temas clásicos con una profunda mirada sobre el detalle: “Y que se inunda maravilla la noche, / que el flash se petrifique en el instante / y que se guarde efímera memoria / de cuando fuimos efigies de piedra, / juguetes solitarios de los dioses, / lágrimas secas, protegidos solo / por quienes nos amaron” (Os regalo la luna); “Solos los dos, sin nada que callar. / Más solos los demás al otro lado” (Solos los demás). Mira al paisaje como quien interpela, y sabe interpretar sus respuestas: “La ciudad de la niebla iba a devorarme / y a rasgarme en jirones, pero tu abrazo / puso el fin trágico en iris desenvuelto” (Dientes de niebla).
Entre los versos podemos escudriñar recetas (“Ser felices es esto o se parece / bastante al viento en las mejillas cantar / y alzar los pies en la bici a ambos lados / un soplo crudo hiela soledades / pero eso de «solos» no nos causa vértigo / cuando París se vuelve Edén”, Simulacro) y la lenta asimilación de las tragedias (“En la edad de muertos vivos no se estilan los suicidios elegantes ni palabras que rememorar postreras. // Desesperanza / es solo / desesperanza”, Trilogía de la memoria suicida; “Recuerda el daño que hicimos / por callar, en otro tiempo / amurallado, refugio / de humo y de hielo”, El faro). En todos los poemas, el gris, el sufrimiento, viene acompañados de una vena vital que alimenta la poesía: “Me olvido cuando quiero y porque quiero / de que no quiero esperar de ti nada” (Nos prohibimos un verbo). Una voluntad de querer y de desear, y de revolver el deseo: “graba bien todo en post-its /para orientarte al otro lado” (Mapas en posts-its).
En Dream Brotther se hace homenaje al gran Jeff Buckley: “vas hundiéndote en el agua nota a nota. / Whole lotta love se te vierte / –sueña, hermano–, de la boca, que desangra / frutos rojos de tu herida indescifrable”. Quizás sea un buen ejemplo de la intensidad emocional la que acompañaba al malogrado artista y se encuentra en estos poemas:“Riego de sangre el suelo. / Endimión, con los dedos / sabe contar las fases de la luna. / Orfeo alumbra / el camino a los muertos. / Cadmo a los muertos presta la escritura” (Nono).
Los elementos de la mitología clásica están actualizados como solo lo clásico se actualiza, no con vanas pretensiones modernas, sino con la verdadera actualidad de lo que es clásico, como en La hija de Teón. O en el poema Theuth: “No es un remedio tu invento / de la memoria: condena / a la raza a la pereza, / al olvido. Y el recuerdo / sobrevendrá desde fuera, / no de su esfuerzo: / desde tus letras”. A la vez que el Minotauro (“¿Viniste a liberarme? / Siglos hace que espero infinitas fueras la luz que reflejamos / allá arriba, donde el tiempo dibuja / mapas a los mortales”; “¿Podré pintar du esencia? Más bien, creo, / que con tu luz la luna apagaría. / No tendría colores, si existieras, / con que pintarte el mundo. / Entrecierro los ojos. / Si los abro / te escapas entre brumas materiales /../ Solo tienes ocho años, / pero es más sabia / que cualquier académico / con su cara arrugada” (Ariadna), convive perfectamente la música actual: “Nos daba Radiohead lo que pedimos” (La ciudad de las fuentes).
Los de Memoranda son poemas que aspiran a incardinarse en el tiempo y a trascenderlo, a transgredir el presentismo para tomar conciencia de la fugacidad y la rutina: “Descubriste despierto, abrir los ojos / cuando el jueves ya es viernes / y el sábado socava / entre amigos y chistes / el puntal del domingo /…/ Así podrás, lo sé, esquivar la muerte, / y cumplirás algunos desafíos: / algo así como ser libre, / algo así como albedrío” (Tereas para la semana). Todo ello impregnado de un lirismo casi mágico: “Madrid te ha devorado en estaciones / de hecho, entre violín que bailaron / domingos tristes / danzar de regreso” (Epílogo, mapa de luz).
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