Victoria Jiménez se ha dedicado al teatro y tiene también experiencia como articulista. Este es un poemario muy especial pues tiene un tema y una estructura muy concreta, se trata de una mirada poliédrica sobre la ruptura: “Decir adiós es aceptar que todo tiene un proceso, y que, como proceso que es, tiene un comienzo y un fin”. A partir de ahí, mezclando el relato, lo confesional, lo emocional y la reflexión, se van alternando los poemas en dos grandes bloques más un preámbulo.
Preámbulo al desapego y consciencia. El silencio me habla relata los primeros síntomas, las prevenciones y la sensación que da paso a la certeza de la ruptura_ “Mirarte y amarte como lo hago / y saber que marcharás / buscando en otros ojos, en otros labios, / la completitud que ansías hallar” (Adiós anunciado). Una pregunta interna sobre cuándo se termina el amor con un lirismo profundo: “En qué momento agotamos los besos, / en qué instante estos fueron volátiles, fugaces. / Abandonamos la pasión por el silencio” (Deconstrucción). La intensidad emocional se va anticipando en cada poema (“Hay una presión en mí que me asfixia, / inhibiendo las ganas, / limitando mis pensamientos / solo con la necesidad de encadenar todo, / de darle forma real”, Necesario adiós) para acabar en una primera fase de desbordamiento y nihilismo: “Y te creo y confío en todo, / y me descoso y me convierto en nada” (Adiós suicida).
En las fases del duelo es imprescindible comprender el proceso como una especie de trámite, como una negociación con uno mismo y con la realidad y Camino hacia la despedida, la segunda parte, muestra, según sus propias palabras, el “Camino hacia la liberación no es motivo de dolor, sino de redención”. La voz poética, siempre en primera persona dirigiéndose al tú, va desbrozando el proceso del olvido: “Y te digo adiós cediendo tu cuerpo / a otros cuerpos que te desean” (Y te digo adiós). Las vacilaciones, los miedos, los intentos: “Te dejé marchar para que volvieses deseante de mí, / anhelante de todo, acechante” (Adiós expectante); “Vuelve a mí herido, / y te tomo por miedo al desamparo” (Adiós asonante). Para luego ir aceptando la nueva vida, desde el punto de vista de las rutinas (“Aprendo a ser yo sin ti”, Adiós jubiloso) y de la reflexión (“Recordé que el fuego no arde con eternidad”, Adiós en el recuerdo). El final no es sino una fase más del amor: “Porque te quise te digo adiós” (Honestidad, adiós y recuerdo).
Por último, llega, o debe llegar, al menos, la Aceptación, liberación, construcción nueva, título de la última parte donde “empecé, solo entones descubrí el valor”. Los poemas trascienden la mera confesión y la individualidad, son procesos humanos, tristemente o no, comunes: “Andamos por el mundo presurosos / para intentar esquivar lo que inevitablemente llega” (Soledad sonora). Pero no por ello deja de ser una experiencia intensa e íntima: “En mis ojos, tu presencia /…/ En la nada, lo dicho; y en lo dicho, palabras” (Quietud). Los sentimientos negativos, la pesadumbre, las dudas, la irremediable construcción de la soledad: “Subo el frío peldaño, / siento lo helador del silencio” (En la escucha). La esperanza llega a partir de la vida, “Uniendo en gerundio lo que roto creía” (Estado en gerundio) y la certeza de que “Volverá a mí el estado de quietud /…/ Así, optando por la insonoridad / de las palabras ajenas, / es como me hago, / dulcemente me hago” (Y volverá).
Un poemario certero, corto e intenso sobre el proceso de ruptura, el amor y el valor de vivir, lleno de imágenes y lenguaje cuidado, con una depurada técnica deudora, cómo no, del espíritu nerudiano más libre.
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