miércoles, 23 de noviembre de 2022

Reseña de José Luis Morante: ‘Nadar en seco’. Isla Negra Editores- Crátera Editores. 2022

Nadar en seco”, de José Luis Morante | Todoliteratura

Esta nueva entrega de José Luis Morante es fruto de la colaboración de Isla Negra Editores, de Puerto Rico con Crátera, y precisamente José Antonio Olmedo López-Amor es el encargado de elaborar el prólogo. Ya había avanzado algunos poemas en su libro anterior, Ahora que es tarde (La Garúa editorial, 2020) y en ellos se advertía ya la preocupación del autor en esta nueva fase vital por replantearse, no solo el pasado, también el futuro, que ya ha pasado el tiempo desde el inicial Rotonda con estatuas (1990): “Es aquí donde estoy, / entre grietas de un yo parapetado / en las profundidades de sí mismo /…/ Mi reclusión carece de secretos” (Aquí).

La actitud vital que se despliega en Nadar en seco tiene más que ver con un mirarse al espejo que con el homo viator tan presente en otros poemarios. Así, confiesa, “Sé que soy mientras busco” (Alcantarillas) o “El tiempo que no tuve nada en seco” (Nadar en seco). En la distancia está el niño que una vez se fue y que siempre permanece: “Hoy me nombra de nuevo / la clara voz del agua / dormida en su angostura /…/ Un niño en soledad / bebe conmigo”. Como permanecen también los paisajes y las sensaciones: “Aquello que perdura cuando cierro los ojos: / La casa, el pan, y el verso que me busca” (Defensa de un paisaje). Precisamente en la infancia brotó la vocación: “Allí, -no sé por qué- / nunca prescribe / la terapia efectiva / del niño que cobija sus preguntas / en los frágiles bordes / de una página escrita” (Un recuerdo infantil).

En contraposición a la infancia, Morante se mira en el espejo y se rebela: “El monstruo monocorde / que despeña, / tu razón y tus sueños, como una herencia inerte, / no soy yo” (El monstruo); “Dentro de mí no hay nadie / salvo yo, / una inquietud debajo de las piedras; / la piel desconocida, misteriosa, / intangible, / que quiere conocerme” (Conócete a ti mismo). Hay otro yo que existe en el lugar oculto que es la propia luz: “Boca abajo transformo en quietud en los pigmentos / de un cuadro que cobija / naturalezas muertas” (Acceso restringido). Y es la luz un motivo para apreciar los volúmenes a través de las sombras que se crean: “Urdimos juntos un teatro de sombras / con humilde energía; / son los restos inertes de un naufragio / que también compartieron nuestros muertos” (Funerales). Luz para seguir alumbrando: “Necesito que no se apague nunca / en el friso de sombras / esa brecha de luz, cuya mano se tiende, / legítima defensa, / al borde justo del silencio y la noche” (Deseo).

En el punto actual es perentorio ir cuidando los detalles cotidianos, lo más básico. Dice en Don Juan: “Cuando no quede nada, / respirar es un modo de esparcir la ceniza y los escombros” y en diversos poemas aborda cómo se vive desde ese día a día menudo, la intrahistoria de cada ser humano, como la lectura cotidiana (Dormir al raso), la necesidad de la escritura (Insistencia), el deseo (Don Juan). Son poemas de las pequeñas dificultades que vienen con el paso del tiempo. Si bien recuerda con orgullo su profesión docente (“Nunca brilló mi oficio. Ser maestro / es escarbar a mano decepciones / de cimientos profundos / y persistir después en el relleno”, Ser maestro), se hace patente perdurar, dar fruto. Modestamente admite: “Soy mal jardinero, / la flor se pudre en mí; no guardo frutos” (Jardín) y con melancolía advierte: “A resguardo del tiempo / y su rumor de tábanos, / en la semilla duerme otra semilla” (La semilla). No se rinde a abandonar los sueños el poeta: “En sus ojos, la prisa, /el afán de estar lejos. / Nunca cede / la urgencia de partir” (La voz de un sueño); “Contra todo, el hastío / prosigue más allá; / en la senda de polen, el andar / que no suscribe nunca / al olvido del ser” (Hastío). El poemario va ganando profundidad con el paso de los poemas.

Surge también una voz generacional muy interesante: “La palabra es omnívora; genera vaticinios, estridencia / y esas expectativas con resaca / que dormitan la siesta / al pie del desamparo /…/ En el ocioso himno de los días / empezó voluntad. / Sigo buscando / si la revolución habita en mí. / O si todo fue un sueño levitando entre nubes, / oscuridad gozosa / en una larga noche de verano en París” (Mayo del 68); “Si todas mis palabras / anudaran su voz como tú cantas / y dejaran esa luz encendida del piano, / cerraría los ojos” (Mientras suena la música). Pasa pues del yo confesional al nosotros que nos reconocemos, especialmente claro en el poema titulado España: “Un cúmulo de síntomas / que ya nadie resuelve / donde no arraiga el sol a mediodía, / pero guarda por dentro / el rigor de la sed y su aspereza, / el no lugar del náufrago”. En cambio, a veces, parece hablar en voz baja, con el idioma sencillo de andar por casa: “Mi mudez precavida / usa ropa de invierno” (En voz baja). Donde suceden las cosas importantes: “Ahora sé que el dolor / impuso en ti la fuerza del desplante, / de tantear el salto en otra orilla /…/ Sospecho que esta noche / disipa en luz su sombra / y se duerme a tus pies. / La muerte es para ti dulce sosiego” (Despedida). A despedida suenan estas palabras, efectivamente, mientras que alienta: “No intentes comprender. / Solo camina y sigue” (Afectos). Y, en claro homenaje a maestros como Ángel González o Gil de Biedma, entona En clave autobiográfica: “Yo nací (perdonadme) / con la televisión en blanco y negro /…/ Sigo al borde de  / soy un mayor menguante / enclavado a la espera. / Ya no quedan preguntas perentorias. / El futuro es de otros”. Esta contradicción es la misma que nutre el título, Nadar en seco, mantener la acción en el vacío.

El exquisita cuidado por el verso es siempre una de las características esenciales del hacer del profesor, crítico, aforista y poeta: “la pulcritud se aplica en dar textura y forma / al poema feliz / Es palabra con alas que despierta / el hijo en el ovillo / de los sueños” (Epifanía); “La pisada convulsa del poema” (Insistencia); “Cuando escribo un poema / algo se torna luz y epifanía, / pero no sé qué. /…/ Las palabras entonces / son escuetos teoremas; / la odisea cuajada de sirenas y cíclopes / que siembra resplandor en el retorno / del viajero que vuelve / para cortar el nudo del poema” (Poética). Una indagación constante de la belleza que puede esconderse de tan presente: “Aquí nace dormida la belleza; / su destello cansado dictamina / que ningún cielo existe” (Alcantarilla). Como una declaración poética, Morante nos dice: “Mis palabras orean / la azarosa secuencia de los signos; / los hábitos insomnes que reiteran / un equilibrio frágil / que alborota en los nombres su verdad” (Homenaje). Homenajes a compañeros fieles del Argos, a Homero, pero también a Szymborska. Es consciente, como también lo fue en otros momentos, de la necesidad de compartir que da la poesía y el pudor y la contención afectiva que resguarda: “Si hablo de mí en los versos / muestro la contingencia, / el ropero con saldos. /…/ Aprendo a articular otros motivos. / Contención y pudor. / El yo debe quedar inerme entre la grava; / ser reliquia. / Quien importa es el otro” (Invitación al otro). Decíamos que hay una necesidad de ser semilla, y, como envés, la necesidad de estar en el silencio: “Pasan nubes sin ruido. Yo, también” (Invitación al silencio).

“Callo mucho conmigo,

cuando no necesito el hilo medular de las palabras.

Me gusta  compartir el despliegue del frío

o calcular la usura de mis rasgos tras el velo de sombras.

/…/

He buscado refugio en ese hueco

del que ya, sin fisuras, formo parte.

La nada es otro modo de empezar” (Final)

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