Alejandro Amenábar ha tenido el
acierto de estrenar una película sobre los inicios de la guerra civil en pleno siglo
XXI, justo en el momento en el que por fin, después de casi cuarenta y cinco
años, es trasladado el cadáver del dictador del mausoleo del Valle de los
Caídos, circunstancia esta que añade mayor actualidad al asunto. Esta es
precisamente el interés de la cinta titulada Mientras dure la guerra. Es una película para el 2019, ese podría
ser su mejor baza, pero también es su mayor objeción.
Para
empezar, la cinta, entendida desde el punto puramente cinematográfico, funciona
perfectamente. Podría decirse que Amenábar ha superado el esteticismo que
lastraba anteriores films como Ágora,
donde el mensaje contra la intolerancia se vestía con movimientos de cámara, elementos
de vestuario y una apuesta particular por la definición de buenos y malos, de
ciencia e intolerancia. Nada de esto podemos encontrar en Mientras dure la guerra. El director ha planteado una recreación de
los inicios de la Guerra Civil sin maniqueísmos, sin bandos buenos y malos.
La
actuación de Karra Elejalde encarndo a un anciano Miguel de Unamuno es
sobresaliente en humanidad y verismo. Desde el peculiar acento del actor (sorprende
el parecido con la auténtica voz) hasta los
ademanes, las miradas, los silencios conforman un personaje memorable. Quizás,
siendo excesivamente puntillosos sorprenda la vitalidad con la que se mueve una
persona con sus achaques y su bastón en algunas escenas. Peccata minuta. La interpretación de Eduard Fernández como el
fundador de la Legión Millán Astray es simplemente sobrecogedora. Ha captado a
la perfección la personalidad de un militar capaz de las mayores heroicidades y
de la mayor cercanía con sus subordinados. Campechano, iracundo, humano y muy
creíble. La escena en la que estalla durante el discurso de Unamuno roza la
perfección. No es fácil construir un personaje tan característico, tan polémico
y no juzgarlo. Ambos, Elejalde y Eduard Fernández son firmes candidatos a
premios en la interpretación sin duda alguna.
Me
ha sorprendido también agradablemente la caracterización de Francisco Franco,
Santi Prego, quien es capaz de imitar sin caer en la parodia incluso la voz
atiplada del dictador. El resto de los personajes son totalmente creíbles y
ayudan a que comprendamos en dos horas las dificultades y titubeos de Miguel de
Unamuno ante el desarrollo de la guerra.
La
historia pretende explicar el cambio de actitud que sufre el insigne filósofo
quien ha colaborado en el golpe de Estado. Unamuno había contribuido
precisamente al advenimiento de la República con sus críticas a Alfonso XII y a
la dictadura de Primo de Rivera, lo que le costó su destitución como rector de
la universidad de Salamanca y el exilio. Ahora, sin embargo, contribuye,
incluso económicamente (las cifras son objeto de debate, pero, para el caso, no
importa demasiado si fueron 5000 pesetas o 15000). La persona puede ser
discutible y se le pueden achacar defectos como sus devaneos intelectuales
desde su manera peculiar de entender el socialismo a posiciones más
conservadoras, se le podría acusar de atacar al régimen cuando éste interfería
en su actividad y ser insensible ante las injusticias que no le son cercanas.
Esta parece ser también parte consustancial de la interpretación del Unamuno
personaje. Hasta que no ve la brutalidad de los alzados afectando a sus amigos
personales niega todos los indicios de la represión. Incluso justifica la
detención arbitraria del alcalde de Salamanca.
Amenábar
ha querido hacer una película que sirva para el debate de la actualidad. Ha
querido mostrar un enfrentamiento en el que no escatima críticas a unos y a
otros. Un enfrentamiento que no ha sido resuelto todavía en algunos de sus
flecos. Las reivindicaciones de vascos y catalanes que amenazan con romper la
unidad de España son de una rabiosa actualidad en este curso político. La
discusión entre Miguel de Unamuno y Salvador Vila, uno atacando los excesos de
los rojos y otro reivindicando la justicia social que defienden es uno de los
momentos clave del film.
A
pesar de la duración, la película se hace corta. Se hace corta porque echamos
de menos una presentación de los motivos que llevan a la guerra. No hay análisis
de las causas que llevan al fin de la República. Aquí prefiere la neutralidad.
El resultado es una guerra de la que no conocemos más que dos posturas
antagónicas a las que otorgamos parte de razón y parte de crítica, igualmente
detestables en sus excesos. En cierta forma es la postura que defendía Pérez
Reverte en su “pedagógica” revisión de la contienda. No es más que una guerra
fratricida, fruto del carácter cainita de los españoles, sin que unos u otros
tengan mayor o menor responsabilidad. Esa es también la sensación que transmite
Amenábar.
La
guerra civil queda reducida a una tertulia televisiva, en la que la violencia
verbal se produce en el vacío, sin consecuencias. Toda la violencia de Mientras dure la guerra se produce fuera
de plano. No le interesa mostrar la crueldad de los fusilamientos, apenas si
vemos la dureza y la inflexibilidad de los personajes. Contrarrestada, por otra
parte –y creo que en eso acierta–, con la amabilidad de otros personajes del
mismo bando: la admiración del falangista que le franquea el paso a Unamuno, la
salvadora presencia de Carmen Polo en el Paraninfo…
La
guerra civil no es la historia de buenos y malos, pero tampoco es una historia
en la que no haya buenos y ni malos. Hubo un golpe de Estado contra el orden instituido
que desembocó en una guerra. Eso no lo pudo adelantar Unamuno, que seguramente
pensaba en las insurrecciones del XIX, esos pronunciamientos casi mágicos en
los que se fracasaba o triunfaba por el mero hecho de leer un manifiesto. Amenábar
pretende reducir la cuestión a diferencias intelectuales, a maneras de entender
cuáles son las soluciones a los problemas, pero desde un punto de vista ajeno,
sin tener en cuenta los intereses de los grupos sociales. No comprendió –según
la película, al menos–, como no comprenden muchos tertulianos, que la República
no fue un acto literario, ni una elección de un equipo de fútbol al que seguir manque pierda, obviando las faltas y
señalando que el árbitro pita siempre a favor del rival.
Amenábar
presenta de manera ejemplar la transformación humana de alguien que se resiste
a reconocer que se equivocó al apoyar a unos, pero descuida, y eso es lo grave,
explicarnos a nosotros, en 2019, qué sucedió para que un grupo de militares se
alzara contra la legalidad republicana y a consecuencia de ese golpe, se
estableciera una dictadura de cuarenta años.
Esta
es una película para la España actual, hablando como hablamos ahora, por eso ha
gustado a tanta gente, porque confirma sus prejuicios sobre la guerra, porque
los argumentos a favor de los republicanos pueden ser atacados con la denuncia
de sus desmanes. Amenábar trata el tema como lo tratamos ahora, con distancia y
con el alejamiento de las verdaderas causas. Eso no significa que eluda las
confrontaciones y las respuestas airadas, como sucede en las tertulias
televisivas donde las acusaciones mutuas se encarnizan. La película no pretende
esclarecer la verdad, ni profundizar en las motivaciones y los intereses, se
contenta –y no es poco– con darle voz a unos y a otros, haciendo comprensibles
sus discursos. Ni unos, ni Amenábar, ni los espectadores, podrán llegar a la
verdad. Se conformarán con decir que ninguno llevaba la razón.
Mientras
no intentemos comprender las causas, los intereses y las acciones con
objetividad –lo que no significa equidistancia– seguiremos en esta eterna
posguerra.
Creo que ya comenté en mi muro mi impresión sobre el enfoque que da Amenábar a la que es su película y comparto contigo el hecho de que lo que nos viene a mostrar es el posicionamiento y la evolución sobre la contienda bélica de una persona Miguel de Unamuno, siendo en definitiva, la Guerra Civil el trasfondo de lo que es la película. No obstante, como bien dices en tu artículo: "La guerra civil no es la historia de buenos y malos, pero tampoco es una historia en la que no haya buenos y ni malos", lo difícil es acertar, desde un punto de vista objetivo a calificar las actuaciones de aquellos que han estado señalados como tales, y eso, es algo que las personas, por mucho que queramos distanciarnos de los hechos, siempre tenemos puntos de conexión, que nos hacen inclinar la balanza de la "supuesta verdad".
ResponderEliminarCompleta reseña sobre la película, Javier. Aún la tengo pendiente pero me hago una idea bastante clara con tu exposición.
ResponderEliminarSaludos!