domingo, 24 de noviembre de 2019

Nido de rojos


Me encantan los imaginarios sociales, cómo se construyen y cómo se van esparciendo hasta llegar un momento de convertirse en incuestionables, evidentes y recurrentes. Uno de los que más me irritan es el que acusa a la enseñanza pública de ser un nido de rojos. Tradicionalmente ese apelativo poco cariñoso se atribuye a las facultades de Ciencias Políticas y Sociología. No sé exactamente, ¿cómo podría saberlo?, la experiencia que tienen todos y cada uno de los que tienen esa opinión. Yo, como licenciado y doctor en Sociología, me he encontrado con profesores de todo tipo, desde eminencias como Antonio Escohotado a libertarios como Emmánuel Lizcano. Profesores muy comprometidos con el activismo tantos como ministros del Partido Popular, caso de Pilar del Castillo, en cuyo manual no existía el PSOE. El PP se medía con el PS durante todo el texto. Este tipo de generalizaciones también afirma que en ADE sólo hay niños pijos de derechas. Y así nos va.
                Lo interesante de la Universidad pública, de la enseñanza pública en general, es que su acceso no está mediatizado por condicionamientos de un propietario. Por supuesto que hay rencillas y bandos, que hay tendencias ideológicas, algunas muy sutiles. De ellas tampoco se libra la privada, que además, pone un especial interés en contratar profesores de cierto talante ideológico o religioso.
                En los centros donde he trabajado me he encontrado de todo. Exalcaldes socialistas, diputados nacionalistas, exalcaldes comunistas, concejales de derechas, beatos tradicionalistas, conservadores neocatecumenales, directores que se han creído CEO de una empresa privada y echaban de menos la capacidad para despedirnos a todos… Militantes de Podemos y militantes de Vox de los de antes de su boom. No se discrimina a nadie por su ideología.
                También he tenido que soportar repetidamente la sospecha de ser adoctrinador por el mero hecho de ser de izquierdas. Me han llegado rumores incluso de que aprobaba o suspendía según las ideas políticas de los alumnos. Como si yo las supiera. Como si ellos mismos las supieran. Entre mis antiguos alumnos los hay implicados en el activismo de izquierdas, del LGTBI+, de causas sociales de diversa índole, y también falangistas, partidarios de Vox, católicos practicantes y defensores de la Bandera de EsPaña. No puede ser de otra manera. Cada persona va forjando su ideología política en su propio mundo y está bien que así sea. También, afortunadamente, he tenido alumnos que me agradecen que haya sido objetivo y crítico con todas las posturas políticas. Ese es mi objetivo.
                Sin embargo tengo que decir que no todos mis compañeros han sido así. Lo que pasa es que los que tienen ideologías conservadoras no suelen ser tachados de adoctrinamiento. Quizás les llamen fachas en los pasillos o en sus casas, pero nadie parece tener la sensación de que tener una bandera de España con su mástil en una clase sea adoctrinar, mientras que en mi aula desapareció un cartel de un concurso de investigación histórica sobre la represión en la Guerra Civil.
                Profesores de inglés o educación física, de lengua o de matemáticas que les decían a sus alumnos que la crisis del 2008 había sido motivada porque habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades como quien dice que el Pisuerga pasa por Valladolid, sin darle mayor importancia a una verdad incuestionable. Como insistir a los alumnos que las huelgas no sirven para nada, que son inútiles y perjudiciales. Y nadie puso el grito en el cielo por realizar una misa en el patio del centro público.
                Estos días ha saltado una noticia que me es familiar y mucho me temo lo va a ser mucho más en el futuro. Una madre de un alumno de un instituto amenaza a un profesor por meterse en política. El profesor había calificado a Vox como partido de ultraderecha y la madre amenaza, no solo con ponerlo en conocimiento de las autoridades educativas, sino de manera mafiosa. Vamos a dejar de lado el inquietante tono de esta madre, vayamos a lo esencial. Según creencia compartida, los profesores estamos para transmitir conocimientos y deberíamos dejar la política (los valores, los temas LGTBI o de sexualidad) a los profesionales o los padres. Lo dicen como si a la política se accediera por unas oposiciones y fuera un compartimento estanco. Todos somos políticos, todos hacemos política lo mismo que todos educamos con valores, queramos o no. La callada por respuesta, la inacción, la neutralidad es también una toma de postura.
                Por supuesto que no se trata de machacar a los alumnos que tal partido sea bueno o malo, que su ideología sea perniciosa o no, así, a priori. Uno, como profesor de historia, debe enseñar la evolución de las especies (les guste o no a los creacionistas) y las características del fascismo (que, por cierto, comparten en un porcentaje muy alto con la formación política con nombre de diccionario), así como las consecuencias que eso ha tenido en la historia y la sociedad. ¿Cómo vamos a asegurarnos una vida si los dirigentes (que no es igual que político) no conocen los fundamentos de la economía o la sociedad? Uno puede pensar con buena intención que tal medida es razonable y los científicos sociales saber a ciencia cierta cuáles son las consecuencias de llevarlas a cabo.
                No se puede permitir que un partido político, sea de la tendencia que sea, mienta descaradamente a la población con datos o con conceptos. Los votantes, que somos todos, y que serán dentro de pocos años los alumnos que pasan por mis aulas, deben estar preparados para saber el funcionamiento del sistema parlamentario, las amenazas de los totalitarismos, y la barbaridad que es el racismo o el machismo. Estos son temas de mi negociado, pero, de igual forma, estoy seguro, que también rozan los temas de conversación en inglés, los comentarios de textos de lengua, o la interpretación de las gráficas de matemáticas. Educamos a niños y adolescentes que serán quienes manejen los votos y las administraciones cuando estemos jubilados. Más vale que estemos preparados y no devaluemos la labor que se realiza en las aulas despreciándolas de progre.
                Ojalá fuera la escuela pública progresista. Ojalá pudiéramos traer el progreso.
                Mientras tanto, si la ideología de cada uno es el veneno para otro, siempre será mejor la escuela pública donde se escuchan todas las voces. Al menos, ir variando de venenos.

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