Nacido en Guadalajara, México, en
1982, ganador del XXVI Premio Nacional
de Poesía Efraín Huerta. Cuenta su biografía que viajé durante algún tiempo de
mochilero y, en cierta forma, Ladakh
es un proyecto de viaje con parada en diferentes estaciones. Un sentido
onírico, previo al lenguaje articulado, de acumulación de sensaciones, de
imágenes, de recuerdos, de personajes pueblan unos poemas-río en los que se
acumulan listas de propósitos y de delirios, de percepciones y de ensueños.
Ladakh es una región de la Cachemira tibetana de paisajes desoladoramente
hermosos que funciona como una especie de utopía.
En la primera
estación, Piedra, encontramos Bolsa, ejemplo de objeto cotidiano,
prosaico (como la canción Les sacs en plastic del francés
Czerkinski), punto de partida para la reflexión. Aprovecha la narrativa,
incluso prosaica, con argumentos y tono perfectamente antipoéticos: “Escribo
esto / voy a la cocina / prendo la estufa y me preparo / una quesadilla” (Bienal). El libro tiene sentido a cuenta
de la acumulación más que de la forma de poemas, más que los textos
individualmente.
La técnica de
lista es uno de los recursos más utilizados por Francisco Alatorre: 3 de febrero entre república del Salvador y
Regina, Lista que no concibe un hombre
sentado en una cubeta, Holodomor,
Menú del día, Speak memori I, Playmobil,
Membrana (lista con experiencias
únicas alrededor del mundo). Aprovecha textos deliberadamente no poéticos en el
sentido convencional, pero con una lírica muy intensa: “La realidad por el
hecho de nombrarla / se inclina hacia un cierto brillo / restos” (3 de febrero entre república del Salvador y
Regina); “¿Cómo escribir con sencillez / con limpieza / sobre mis dos
hermanos? / ¿Cómo decir que no sé en dónde / en qué fosa común / arrojaron los
restos de David / y de Francisco?”
Las
contradicciones de las vidas cotidianas en un mundo sobrecogedor pueblan los
poemas: “Las redes sociales / y su delirio de vidas saturadas con viajes / de
mujeres hermosas y noches desquiciadas / de grases perfectas descubiertas en
fotografías con gatos / son de un delta que desemboca irremediablemente en lo
ordinario” (Erotómanos festivos).
Francisco Alatorre recurre a la conciencia dramática del fin de la felicidad y
de las ilusiones, de la vuelta constante a los recuerdos que insisten en la
sensación de fracaso: ¿Por qué esta
tarde / la violencia y el sexo / se presentan más nítidos / menos ficción / que
otras memorias? /… / Por otro lado / quizá la mafia china / también sean los
poetas / silbando ese melodía / como queriendo atracar a los otros / que los
miran perplejos” (El acordeonista).
La segunda
parte, titulada Ventana rota, insiste
en este universo pesimista, como inmersos en una burbuja asfixiante (“Las
palabras / son pensamientos en una jaula de arena. // Un insecto atrapado en un
vaso // un trozo de cristal / desgarrado imperceptiblemente / los labios de un
niño moribundo // geometría // una ventana rota”). El lenguaje se vuelve un
acompañante incómodo y hay que recurrir a lo que de agresivo se pueda esconder
tras las palabras (“Las estacas de la carpa / uñas enterradas en la curva / no
hay tal estanque / sí / malabaristas que coleccionan daguerrotipos / de muertos
/ vestidos de fiesta”, Vanguardia).
Francisco Alatorre dibuja un mundo en descomposición, anónimo, indiferente (“Cualquiera
de estos rostros / es uno de los muchos posibles / de un hombre o una mujer /
que pretende coherencia / detallando ideogramas con una linterna frente al mar
abierto / o corriendo a través de una trinchera / cubierta por espejos”, Puede ser un experto en gastronomía persa),
donde cada persona, poeta o no, debe dibujar su cuerpo con cicatrices de sueños
frustrados: “Abra / cicatriz / grietas / donde los hombres guardan / proyectos
felices” (Abran). Sabemos que el deseo
es la energía que pone en marcha un sujeto sin órganos, Alatorre prefiere
decirles adiós y profundizar en la ataraxia: “Decirle adiós a todas las trampas
de la sed / a un cerillo en una noche fría / a un cómplice” (Decirle adiós a un árbol)
Acertadamente Baldío es el título de la siguiente
sección: “Caminamos por baldíos / sobre los que nunca tendríamos que haber
construido /…/ Un terreno sin edificar está emparentado con la duda / la ciudad
desconfía de sí misma / tropieza para respirar al fin / el titubeo de la hierba
y la certeza del concreto” (Baldío).
Y continúa con una galería de injusticias y denuncias en Roppong,i barrio de copas y terreno de la Yakuza. Ahora se habla
del Barrio de Tobio, de la historia
de Dela, un refugiado, de todos los refugiados, del genocidio ucraniano tras la
hambruna de las colectivizaciones 1932-1933 (Holodomor), de S devot
ciudad de Israel constantemente atacada con morteros Gaza, de la tragedia de Iguala o de la historia más íntima de un
cura abusador (Mi tío Roberto).
Speak Memory retoma fragmentariamente el
tono de introspección de los primeros poemas: “Un hombre examina su memoria / y
solo encuentra / un espejo empañado / por el aliento de animales disecados” (Vaho). El poeta hace acopio de
referencias cercanas al autor de diferente clase: chocokrispis, Rothko, Walter White, Star Wars, playmobil, DMT, el
viaje a Huayhuash, llegar a Ladakh…
El juego
referente a la memoria es esencial en el poemario, y bien puede ser aceptable,
beneficiosa como un recurso extremo (“La memoria como paliativo”, Cosas del agua) como todo lo contrario
(“La memoria es una impostura”). La lucha por conseguir ordenar el relato
propio como si tratáramos de una novela de Faulkner: “espejos, fragmentación,
días extraños, orgullosamente, que distancian con ligeros el prisma, una escala
de grises entre la infancia y el tedio, moneda banal, exquisito es el caos” (Fractura). Una mezcla en apariencia
caótica de lenguajes científicos, datos, sensaciones, recuerdos, incoherencias,
“Somos lentos / porque así nuestra mente / la historia no es un hilo tenso /
fragmentos tocándose apenas / ondas en un charquito” (Kobe Beef). Una sensación de ahogo y de claustrofobia vital cierran
el poemario: “En la pecera / con temor y ostentosas / las criaturas puntualizan
/ su coreografía de estructura súbita / frívola súplica / hueco” (Pecera).
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