martes, 19 de noviembre de 2019

Reseña de Francisco Alatorre Vieyra: “Ladakh”. Ediciones Liliputienses. 2019.


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Nacido en Guadalajara, México, en  1982, ganador del XXVI Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta. Cuenta su biografía que viajé durante algún tiempo de mochilero y, en cierta forma, Ladakh es un proyecto de viaje con parada en diferentes estaciones. Un sentido onírico, previo al lenguaje articulado, de acumulación de sensaciones, de imágenes, de recuerdos, de personajes pueblan unos poemas-río en los que se acumulan listas de propósitos y de delirios, de percepciones y de ensueños. Ladakh es una región de la Cachemira tibetana de paisajes desoladoramente hermosos que funciona como una especie de utopía.
En la primera estación, Piedra, encontramos Bolsa, ejemplo de objeto cotidiano, prosaico (como la canción Les sacs en plastic del francés Czerkinski), punto de partida para la reflexión. Aprovecha la narrativa, incluso prosaica, con argumentos y tono perfectamente antipoéticos: “Escribo esto / voy a la cocina / prendo la estufa y me preparo / una quesadilla” (Bienal). El libro tiene sentido a cuenta de la acumulación más que de la forma de poemas, más que los textos individualmente.
La técnica de lista es uno de los recursos más utilizados por Francisco Alatorre: 3 de febrero entre república del Salvador y Regina, Lista que no concibe un hombre sentado en una cubeta, Holodomor, Menú del día, Speak memori I, Playmobil, Membrana (lista con experiencias únicas alrededor del mundo). Aprovecha textos deliberadamente no poéticos en el sentido convencional, pero con una lírica muy intensa: “La realidad por el hecho de nombrarla / se inclina hacia un cierto brillo / restos” (3 de febrero entre república del Salvador y Regina); “¿Cómo escribir con sencillez / con limpieza / sobre mis dos hermanos? / ¿Cómo decir que no sé en dónde / en qué fosa común / arrojaron los restos de David / y de Francisco?”
Las contradicciones de las vidas cotidianas en un mundo sobrecogedor pueblan los poemas: “Las redes sociales / y su delirio de vidas saturadas con viajes / de mujeres hermosas y noches desquiciadas / de grases perfectas descubiertas en fotografías con gatos / son de un delta que desemboca irremediablemente en lo ordinario” (Erotómanos festivos). Francisco Alatorre recurre a la conciencia dramática del fin de la felicidad y de las ilusiones, de la vuelta constante a los recuerdos que insisten en la sensación de fracaso:  ¿Por qué esta tarde / la violencia y el sexo / se presentan más nítidos / menos ficción / que otras memorias? /… / Por otro lado / quizá la mafia china / también sean los poetas / silbando ese melodía / como queriendo atracar a los otros / que los miran perplejos” (El acordeonista).
La segunda parte, titulada Ventana rota, insiste en este universo pesimista, como inmersos en una burbuja asfixiante (“Las palabras / son pensamientos en una jaula de arena. // Un insecto atrapado en un vaso // un trozo de cristal / desgarrado imperceptiblemente / los labios de un niño moribundo // geometría // una ventana rota”). El lenguaje se vuelve un acompañante incómodo y hay que recurrir a lo que de agresivo se pueda esconder tras las palabras (“Las estacas de la carpa / uñas enterradas en la curva / no hay tal estanque / sí / malabaristas que coleccionan daguerrotipos / de muertos / vestidos de fiesta”, Vanguardia). Francisco Alatorre dibuja un mundo en descomposición, anónimo, indiferente (“Cualquiera de estos rostros / es uno de los muchos posibles / de un hombre o una mujer / que pretende coherencia / detallando ideogramas con una linterna frente al mar abierto / o corriendo a través de una trinchera / cubierta por espejos”, Puede ser un experto en gastronomía persa), donde cada persona, poeta o no, debe dibujar su cuerpo con cicatrices de sueños frustrados: “Abra / cicatriz / grietas / donde los hombres guardan / proyectos felices” (Abran). Sabemos que el deseo es la energía que pone en marcha un sujeto sin órganos, Alatorre prefiere decirles adiós y profundizar en la ataraxia: “Decirle adiós a todas las trampas de la sed / a un cerillo en una noche fría / a un cómplice” (Decirle adiós a un árbol)
Acertadamente Baldío es el título de la siguiente sección: “Caminamos por baldíos / sobre los que nunca tendríamos que haber construido /…/ Un terreno sin edificar está emparentado con la duda / la ciudad desconfía de sí misma / tropieza para respirar al fin / el titubeo de la hierba y la certeza del concreto” (Baldío). Y continúa con una galería de injusticias y denuncias en Roppong,i barrio de copas y terreno de la Yakuza. Ahora se habla del Barrio de Tobio, de la historia de Dela, un refugiado, de todos los refugiados, del genocidio ucraniano tras la hambruna de las colectivizaciones 1932-1933 (Holodomor), de S devot ciudad de Israel constantemente atacada con morteros Gaza, de la tragedia de Iguala o de la historia más íntima de un cura abusador (Mi tío Roberto).
Speak Memory retoma fragmentariamente el tono de introspección de los primeros poemas: “Un hombre examina su memoria / y solo encuentra / un espejo empañado / por el aliento de animales disecados” (Vaho). El poeta hace acopio de referencias cercanas al autor de diferente clase: chocokrispis, Rothko, Walter White, Star Wars, playmobil, DMT, el viaje a Huayhuash, llegar a Ladakh…
El juego referente a la memoria es esencial en el poemario, y bien puede ser aceptable, beneficiosa como un recurso extremo (“La memoria como paliativo”, Cosas del agua) como todo lo contrario (“La memoria es una impostura”). La lucha por conseguir ordenar el relato propio como si tratáramos de una novela de Faulkner: “espejos, fragmentación, días extraños, orgullosamente, que distancian con ligeros el prisma, una escala de grises entre la infancia y el tedio, moneda banal, exquisito es el caos” (Fractura). Una mezcla en apariencia caótica de lenguajes científicos, datos, sensaciones, recuerdos, incoherencias, “Somos lentos / porque así nuestra mente / la historia no es un hilo tenso / fragmentos tocándose apenas / ondas en un charquito” (Kobe Beef). Una sensación de ahogo y de claustrofobia vital cierran el poemario: “En la pecera / con temor y ostentosas / las criaturas puntualizan / su coreografía de estructura súbita / frívola súplica / hueco” (Pecera).

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