Llevaba barruntando todo el fin
de semana con tristeza estos resultados. Pensaba, sin embargo, que el batacazo
de Rivera se lo iba a llevar Iglesias. Supongo que, como yo, muchos otros
tendrán su opinión sobre los resultados de las elecciones. Y habrá analistas
que, con mucho más juicio y conocimiento, pongan el acento en los aspectos
clave de este proceso. Por mi parte, estoy más cerca de la reflexión personal y
visceral que de la aplicación de conceptos políticos como el bonapartismo o la grosse koalition.
Me
resulta muy triste comprobar que el maquiavelismo de los asesores de Pedro
Sánchez y de Pablo Iglesias no plantearan la urgencia de un acuerdo en lugar de
jugar a la ruleta que siempre son unas elecciones. Siempre podrán decir, como
Tezanos, que ha sido culpa de la sentencia del procés. Y, evidentemente, así ha sido. La palabra temeridad es la
adecuada para esta jugada. Quizás confiara Pedro Sánchez que la exhumación de
Franco serían credenciales suficientes para la etiqueta de progresista. En poco
valora a sus votantes. Podríamos hacer responsable del auge de Vox a la
repetición de las elecciones a las que ha llevado la obstinación del PSOE.
Sin
embargo hay algo que también influye y ha sido el blanqueamiento del
cuasifascismo de Vox. Digo cuasi porque les faltan las políticas populistas
hacia las clases pobres. La formación verde lo deja todo en manos de un
liberalismo feroz, aderezado con una nostalgia de un régimen que fue cualquier
cosa menos liberal. Creo que si PP y Ciudadanos no se hubieran puesto de perfil
en la exhumación y hubieran condenado sin paliativos el franquismo como algo
antidemocrático, Vox hubieran defendido una postura antipática de nostálgicos
del fascismo. Sin embargo, les dieron una coartada respetable para oponerse.
La
indefinición ante el problema catalán ha jugado un papel importantísimo. La
violencia del independentismo ha justificado en toda España menos en la propia
Cataluña, el vuelco hacia la ultraderecha. Sin matices, sin referencias a la
violencia de las fuerzas del orden, que han sido los argumentos para blanquear
la posición antidemocrática de un independentismo que poco se diferencia del de
Vox. Solo en el número de barras de la bandera.
Desastrosa
ha sido la gestión de Unidas Podemos, con la división de Errejón incluida. No
están los tiempos para perder oportunidades y los líderes han ido dividiendo a
sus cuadros y así a sus votantes. Demasiado poco ha sido el castigo.
Sin
embargo no hay que perder de vista que los principales responsables del auge
del neofascismo de Vox no han sido las elecciones repetidas, ni el
independentismo catalán, ni el blanqueamiento que ha tenido que tragar el PP
para conseguir sus apoyos. Los principales responsables han sido los más de
tres millones seiscientos mil españoles que los han votado
Tres
millones seiscientos mil españoles que, por una razón u otra, deciden otorgar
su confianza a quienes enarbolan la bandera para luchar en contra de las leyes
de violencia de género, para discriminar a los inmigrantes, más aún si no han
cumplido los 18; para rechazar a los homosexuales; retirar subvenciones a
organizaciones que no comulguen con sus ideas; controlar lo que deben sus hijos
aprender en el colegio; imponer sus ideas sobre la caza o el Imperio. Son los
mismos que pretenden aumentar los impuestos a los que cobran el salario mínimo
mientras lo bajan a las rentas más altas. Son quienes usan la bandera como el
odio al diferente, al que no se siente español.
Con la misma
incoherencia que denuncian. Pretenden recuperar el papel del cristianismo más
folclórico pero nada de su contenido. Procesiones pero nada de ayuda al
necesitado (tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de
beber…). Hablan de chiringuitos que cobran del Estado, que van corriendo por
subvenciones cuando ellos burlan la ley constantemente, firman planos sin estar
colegiados (¿no era ese el problema de los trabajadores en violencia de género
en Andalucía?), hacen reformas en casas sin los certificados… Más de uno y más
de dos de sus líderes están bajo sospecha de irregularidades en el manejo de
subvenciones. Y la gente les ha votado.
Se jactan de
prohibir el acceso de periodistas no afines a sus mítines. Y la Junta Electoral
sólo los denuncia cuando la campaña ha terminado. Esta actitud totalitaria
debería haberlos inhabilitado directamente como candidatos.
Pretenden
destruir todo el tejido social, asociativo, solidario, de protección social y
comunitario. Esta destrucción solo tiene una manera de contrarrestarse para
mantener la cohesión de la sociedad. Y es la bandera. En ella se envuelven. Su
España debe sentirse de manera inmediata, sin razonar, sin crítica, asumiendo
las tradiciones sean o no juiciosas o éticas. Son las nuestras, dicen. Las
suyas. En un alarde del arte de birlibirloque acusan a los inmigrantes de todo.
Tratan a los menas como si fuera el nombre de una banda de mafiosos
extranjeros. ¿Quiénes pagarán la factura de atender a los inmigrantes?
Preguntan. Luego tienen la osadía de decir que sus señorías no, que las pagarán
los trabajadores. Por supuesto, ellos pretenden bajar los impuestos a los más
ricos. La hipocresía es mayúscula.
Luego para que
no pensemos que, de nuevo, la bandera rojigualda es el símbolo de lo más
execrable de España. Para que no dejemos de pensar que nombrar España es sinónimo
de intolerancia hacia los regionalistas y nacionalistas, intolerancia hacia la
mujer, hacia homosexuales, ateos, animalistas… Mienten descaradamente con los
datos y las gentes les votan. Intolerancia hacia la verdad y la justicia. Por
mí, que se queden con la bandera.
Pero la culpa
no es de quien convoca las elecciones. Los votantes están ahí. Doy gracias de
que hayan dado la cara y mostrado de qué pasta están hechos. Suponiéndoles
buena intención, por el miedo al independentismo, han tolerado lo intolerable
de sus líderes, han comprometido el bienestar de los españoles y más aún de los
que han venido huyendo de la miseria y la desesperación. Han tolerado que se
discrimine por razón de gustos sexuales, se criminalice a quienes pensamos que
es posible un mundo mejor, nos llaman “dictadura progre”. Pronto nos prohibirán
dar clase por prevención no vayamos a convertir a sus tiernos infantes la
capacidad crítica. Han tolerado que se amenace con prohibir partidos políticos
y cerrar medios de comunicación.
Me duele tanto
que tres millones seiscientos mil conciudadanos hayan otorgado su voto a estos
desaprensivos, con un lenguaje gamberro y una arrogancia que no perdonan a
otros cuyas ideas y políticas les podría mejorar la vida… No puedo ponerme en
la piel de un votante de Vox. Lo siento, no puedo. Toca arriar velas, porque el
mundo que se avecina va a ser terrible.
Gracias, tres
millones seiscientos mil compatriotas por facilitar la tarea.
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