viernes, 22 de noviembre de 2019

Reseña de Alfredo J. Ramos y Antonio del Camino: ‘Mudanza y vuelo (A dos voces)’. Cuadernos de Humo. Veintiséis. Brooklyn/Talavera de la Reina. Noviembre 2019


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La colección Cuadernos de Humo al cargo de Hilario Barrero y de Jesús Nariño se abre en esta ocasión a un duelo singular, un homenaje al soneto realizado al alimón por Alfredo J. Ramos y Antonio del Camino desde Talavera de la Reina. Alfredo J. Ramos, además de poeta es periodista y editor. Un ejemplo digno de mención es la coordinación del equipo responsable de la última puesta al día de la Enciclopedia Universal Espasa. Como poeta tiene publicados Esquinas del destierro (1976), que consiguió un accésit al premio Adonáis; Territorio de gestos fugitivos (1980) y Sol de Medianoche (1986), premio de poesía de la Junta de Castilla-La Mancha. La mayor parte de su obra desde entonces permanece inédita o ha visto la luz en su blog La posada del sol de medianoche.
Por su parte, Antonio del Camino tiene publicados Vosotros sois poetas (1977), Segunda soledad (1979), Donde el amor se llama soledad (1980), Constancia de las lunas (1982), Del verbo y la penumbra (1984), también accésit al premio Adonáis, Para saber de mí (2015), Paso a posa, la vida (2017), A la carta (cocinetos reunidos) (2017). En ediciones de amigo, Jardín de luz (1996), Dédalo (1998), Veincinco poemas en Carmen (Nocturnos y variaciones) (1999), Cocinetos (2002), Nuevos cocinetos (2013) e Historias de Gila versificadas por Miguel Ardiles (2005). El sentido del humor patente en esta colección de tercetos encadenados recreando los monólogos de Gila se contrapone a su labor profesional en el mundo de la banca. Este rasgo, el gusto por la ironía y el espíritu juguetón también está presente en estos sonetos a dos voces.
El prólogo del poeta Ángel Ballesteros recalca esta reivindicación del buen hacer poético, del esmero artesano que debe acompañar a todo buen artista, una belleza auténtica y no el deslumbramiento ocurrente del ingenio. Ambos autores demuestran aquí una maestría en el uso del soneto, ya sea clásico, blanco o con estrambote. El volumen está organizado en parejas de sonetos bajo un mismo lema, con sus propios títulos y con sus propios enfoques. La voz personal de cada uno de los autores está bien definida a la vez que, sin ninguna duda, se presenta una gran afinidad en el acercamiento al soneto.
Este proyecto requiere maestría no solo en la medida de que el soneto es una estrofa muy concreta con su estructura y métrica, sino porque la tradición iniciada en Garcilaso y Boscán exige un aggiornamento que la respete y supere. Precisamente a esta tradición se refiere Antonio del Camino en El soneto escribe sus memorias, recordando a los grandes Boscán, Garcilaso, Aldana, Calderón, Góngora, Quevedo, Miguel Hernández, Rubén Darío, Machado, Unamuno, Lorca, Juan Ramón, Blas de Otero (a los que yo añadiría personalmente a mi paisano Ángel García López). Antonio del Camino habla de la buena salud de la que todavía goza la estrofa (“He sido, soy, seré. Todo va bien”, El soneto escribe sus memorias) al par que Alfredo J Ramos discute si “El soneto no es cosa de cobardes / si en él quema la lumbre en la que ardes” (Non seviam).
Centrándonos en los temas, comprobamos que, pese a las diferencias de enfoque, predomina un lirismo de corte sensual y positivo, en el que la ironía y la pesadumbre tienen un lugar, pero no ocupa el primer plano: “La luz que nos envuelve siempre vuelve” (Mudanza, AjR).
El gozo y el goze del amor ocupan los versos (“alimento de ti mi biografía”, Vuelo, AdelC) con la sensualidad unida a la ironía: “… ¿no se nota / que esta noche también busco el asilo / que anoche me negaste? / (Onán o nada)” (Esta noche tampoco, AjR). Las cuitas y los sufrimientos del amor son inevitables y buscados: “Blanco mi soledad de tus flechazos” (Vida en otra vida, AdelC); “El corazón del péndulo, que late / con vibración dispar y esparce olvido / al ritmo apresurado de las horas, / revela la verdad de este combate / repetido de noches y de auroras: / la leve brevedad de lo vivido” (Vida en el aire, AjR); “Somos del otro lado mero plural fantasma” (Vida de fantasma, AjR).
El paso del tiempo y la rueda de la fortuna pueblan estas páginas con un estoicismo lúcido: “La vida nos aleja de la vida /…/ Pero vamos viviendo y, mientras tanto, nos salvan amistad, amor y canto” (La única brevedad, AdelC). La sabiduría del oficio y de los años.
En ambos poetas la memoria funciona como identidad: “Si en el espejo está quien yo no era / y es bien cierto que soy el del espejo, / todo está claro: el tiempo es un pendejo, / malandrín y truhan, la gran quimera” (La gran quimera, AjR); “La huella del instante en que se hospeda / el pasado del yo; queda la huida/ por fuerza hacia delante, donde acide / el hecho de vivir: aliento y greda” (El camino, AdelC); “Del tiempo no sabemos otra suerte / que la de darle cuerda. Y ese acuerdo / es la calma. Y los vientos que la azotan” (Agua blanda, AjR).
Una memoria que atesora versos, testigos fotográficos de otros yoes, de la multitud elemental que nos compone: “Pero escritos están y son constancia / de ese tiempo anterior, donde mi canto / era la voz intensa del dolor (Aquellos versos, AdelC); “Que al final de los cuerpos sucesivos / y en el margen interno de los bordes / del calendario eterno se dibuje / la verdad de la vida” (Línea de fuga, AjR). Se sitúan los poetas del lado de la poesía como forma de conocimiento, con uno mismo y con la realidad que nos sumerge: “Nada me mueve tanto a la escritura / como mi propia confusión (Escritura, AdelC); “Si mis palabras fueran tan afines / a las cosas que, en todos los sentidos, / pudieran en verdad hacerse carne…” (Proyecciones, AjR)
Aparecen los trampantojos de los sentidos y la inteligencia, tema tan barroco como el soneto: “Tal vez así, la realidad fingida / vuelva a mostrarse viva en lo vivido, / y en la voz del poeta el universo” (La Palabra, AdelC). Igualmente barroco el recurso a la antinomia, a la paradoja: “Que no es más que un silencio agazapado, / un minúsculo nido de silencio / donde el silencio aúlla. ¿No lo oyes?” (Silencio, AjR); “Soy fuego en realidad, pero no ardo. / Soy la víspera fértil de una nota. / Soy solo siendo en mí. Soy el silencio” (El silencio se presenta negándose con ello, AdelC).
 La posición estratégica del poeta, de los poetas es la de celebrar la vida, la de ser conscientes de un momento histórico que se concreta en una burbuja íntima, en un paréntesis pequeño, cotidiano, pero a la vez maravilloso y mágico. No reniegan de otras formas de hacer poesía, reivindican lo cercano como expresión.
“Digan otros, alzando la palabra,
de tanta hipocresía, de máscaras y duelos;
denuncien la injustica que la miseria labre.

Perdonadme que muestre mis anhelos:
la mujer que me abraza –feliz abracadabra–
y abre las puertas de los siete cielos” (Feliz abracadabra, AdelC)
Podemos cerrar este pequeño pero denso volumen con el ánimo repuesto, alimentado de la melancolía dulce que transmiten la urgencia de la vida y la conciencia de la palabra: “Y hay en los días horas escondidas / que duran lo que dura una mirada. / Con ellos se alimenta, cuando pasan / las cicatrices de la melancolía” (Vivir, decir, AjR). El tiempo no pasa, pasamos nosotros por él.
 “Se nos pasa la vida proyectando la vida” (Carpe diem, AdelC)

1 comentario:

  1. Ole reseña! Desde la provincia de Bruklin mi más cálidas zenkius. Honor para el humo. Abrazos

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