domingo, 1 de diciembre de 2019

Darle voz a los "desvalidos "


El auge de los partidos de ultraderecha en el mundo occidental está sorprendiendo y asustando a partes iguales. Por un lado sorprende que se hagan proclamas de tan poca humanidad y por otro lado, asusta pensar que tantos conciudadanos las apoyan. No es un fenómeno español, aunque tenga sus especificidades que no tienen otros países como Estados Unidos o Italia, donde es la Liga Norte la que abraza los postulados ultraderechistas y nacionalistas en lugar de ser una fuerza que ponga en jaque la santa unidad de la patria.
                Imagino que habrá muchos politicólogos serios que, con buenas fuentes de información manejen datos fiables sobre el apoyo de grandes masas de población a estas proclamas que, a priori, parecían superadas. Podemos enredarnos en análisis coyunturales para tratar de entender cómo la sentencia del procés pudo perjudicar a partidos españoles como es el PSOE, tan reacio a las autonomías en un principio. Podemos sentir la influencia que cierto discurso sobre lo políticamente correcto o sobre la representación, porque son muy contradictorios y lo mismo podían servir para inclinar la balanza hacia un lado o hacia otro. Me refiero a que un partido tan conservador en los valores, siendo hombres y mujeres tan del orden parecería un contrasentido que fueran de gamberros en la política a la vez que venden su mensaje misógino y xenófobo de sentido común. También choca que el chalé de Pablo Iglesias e Irene Montero les invalide como representantes del pueblo trabajador mientras que la fortuna de Espinosa de los Monteros y Rocío Monasterio no afecte con igual ferocidad. Es el mismo caso de Donald Trump, uno de los hombres más ricos de su país sirve de representación a las clases más desfavorecidas de la globalización.
                Precisamente en los Estados Unidos podemos ver alguno de los elementos que explican el éxito, sin tener en cuenta los intereses económicos que apoyan esta candidatura y que son fundamentales para su triunfo. Jim Goad publicó hace unos años un Manifiesto redneck, que se tradujo unos años más tarde al español pero que tiene una indudable actualidad. Goad muestra en este libro el orgullo de lo que en los EEUU llaman “basura blanca”, la clase más baja de los eurodescendientes. A diferencia de los afrodescendientes, no cuentan con el “apoyo moral” de la intelectualidad, al contrario, son vilipendiados y ridiculizados como catetos (que sería la traducción más aproximada), con cierto retraso cultural e incluso de inteligencia. La denuncia se parece mucho a la de Owen para los “chavs” (“canis”) ingleses. Los medios de comunicación, la opinión pública en general carga contra ellos sin piedad. Goad plantea el tema claramente, ¿por qué deben sentirse culpables de la opresión del hombre blanco quienes nunca han  tenido nada?
                Ahí está la clave del mensaje. Desculpabilizar.
                Los movimientos progresistas abordan los problemas desde la óptica del qué podemos hacer, qué está en nuestra mano. Cuando se alían con el pensamiento neoliberal el resultado es funesto. El mundo va mal, nuestra vida va mal y es por nuestra culpa. No reciclamos lo bastante, no tenemos una actitud positiva, no nos esforzamos, no nos ilusionamos, permitimos nuestra herencia micromachista, usamos bolsas de plástico y comemos en cadenas de restaurantes… Da la impresión de que siempre nos están riñendo. Esa era una crítica que se le solía hacer a Julio Anguita. Todos, o casi todos, los que lo escuchaban estaban de acuerdo en sus planteamientos, pero resultaba cargante que siempre riñera al oyente. Por votar a un PSOE cada vez más a la derecha, por no luchar por los derechos sociales, por permitir los abusos en el trabajo… Esto resta votos.
                Greta Thumberg  representa un caso parecido. Su actitud beligerante incomoda a muchos porque se sienten cuestionados en sus hábitos y actitudes. Y si escuchamos a los ecologistas en sus demandas, siempre pasa un sentimiento de culpa, bien por acción o por omisión. El feminismo también cultiva un background parecido. Hay que ir luchando contra el patriarcado en cada momento, en cada lugar porque siempre quedan restos. Y acaban ridiculizadas como censoras señoritas Rottenmeier que prohíben vestir, leer, disfrutar… a los hombres y a las mujeres.
                Nada de esto es realmente así, pero es lo que venden claramente personajes como Bertín Osborne. Él ya es lo suficientemente colaborador en casa, plancha y concina mejor que su mujer. José Manuel Soto lo vive con el victimismo paradójico de pertenecer al colectivo hegemónico: varón, adulto, heterosexual, carnívoro… El mundo, que está hecho para él, no le parece suficiente. También quiere vivir sin críticas.
                Ese ha sido el gran acierto de Vox. El paso de ser un partido minoritario a ser un partido de masas con 52 diputados tiene mucho que ver con dejar de ser la “derecha valiente” y dejar de reñir a la “derechita cobarde”. Ahora son los defensores del ciudadano medio, aquel que no debe sentirse culpable por ser quien es. A diferencia de la reivindicación de la basura blanca, Vox no defiende a las minorías pobres, sino a lo que viene a ser el grueso demográfico que prefiere dar su apoyo y así no tener que avergonzarse de tener reparo con los extranjeros, tenerle miedo a los chicos marroquíes que se mueven en grupos por las ciudades, de sentirse cuestionados por los ecologistas o las feministas. Ellos son lo que son. Son españoles y no se avergüenzan. Ellos se indignan con los catalanes que les odian.
                A diferencia del populismo de Podemos, que atacaba a la “casta” y que quería empoderar a los que acamparon en 15M, para ser de Vox no hay que hacer nada. A lo sumo, llevar una cinta con los colores de la bandera. Y ya está. Sin avergonzarse de querer ahorrarse unos pequeños gastos en impuestos. Así pueden reivindicar el piso en herencia de sus padres ayudando de paso a quienes heredan verdaderas fortunas.
                Así no se tienen que sentir con mala conciencia al ver a los desfavorecidos, a los que están en el paro, o mendigando, sin hogar. Todos son un chiringuito que vive del cuento. El desprecio tiene una razón. Pueden seguir llevando la cabeza orgullosa de ser buenos cristianos aunque sin caridad (vaya por San Pablo). Los inmigrantes vienen a robar y a cobrar ayudas por la cara. No hay que sentir pena por ellos, aunque se ahoguen en el Mediterráneo. No hay que preocuparse por que otros no tengan trabajo. Al contrario, uno se queda más tranquilo denunciando que hay quienes cobran la ayuda y hacen chapuzas, los que tienen bajas médicas  fingidas, los que se escaquean del trabajo… Ninguno merece compasión.
                Pueden contar chistes de gangosos y burlarse del diferente, como siempre se ha hecho, y no tener la sensibilidad que recomiendan las histéricas de las feministas. Son buenos ciudadanos cuando cogen su coche o tiran la basura en el contenedor más cercano. No hacen nada malo por defender los pesticidas y los abonos químicos, ni los transgénicos. Ni siquiera hay que cuestionar la caza. Ser como uno siempre ha sido y estar tranquilos.
                Cuando se dice que “la violencia no tiene género” lo que se hace es una reivindicación de que ser hombre no es ser malo. Una no tiene que avergonzarse de pintarse los labios y ponerse vestidos con escote, porque ese sea su gusto. Ser de Vox es no sentirse culpable. Hablar del patriarcado y de que el machismo mata es sólo una manera –dicen– de enfrentar a los sexos. Como si no fuera un sexo, el masculino, el que niega el acceso a los puestos de poder o el que comete más asesinatos que el terrorismo de ETA, año tras año, el que se enfrenta a las mujeres solo por ser mujeres.
                Cuando se habla de género se inquietan porque no encaja en sus esquemas en los que el hombre es hombre y lo que no es hombre es mujer. Que existan biológicamente situaciones intermedias o que culturalmente se asignen roles que pueden ser modificados, trae un desasosiego que Hazte Oír, calma con un autobús. El niño tiene pene y la niña vagina. Y si una feminista radical les habla de los homosexuales a niños pequeños de 10 años es desestabilizar lo que está muy claro.
                Se ha dado voz a los que no se quieren sentir culpables por ser como son. La tragedia es que las consecuencias las acabarán sufriendo quienes les votan. La discriminación por clase social es una pendiente sin fin. Se empieza denigrando a los inmigrantes sin trabajo, después a los sin casa, a los que perdieron su puesto, para luego atacar a los que tienen el trabajo precario, a los que cobran poco, a los que no tienen clase. Cuando se apliquen las medidas que proponen y sus socios de derecha cobarde (PP y Ciudadanos) están deseando aprobar, desmontando el sistema público de pensiones, de educación, de sanidad, del estado del bienestar, lo sufriremos todos. Los que estuvimos riñendo y advirtiendo y quienes se sienten orgullosos de llevar una banderita de dos colores.

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